Si alguna importancia dan estos millones
de españoles a sus creencias y a su catolicidad, nunca hubo un momento más
oportuno para cerrar filas en torno al papa Bergoglio y para unirse a él.
Jaime Richart
Uníos en torno al papa Francisco. No sé qué hacen 32
millones de españoles (parece que el 70 % se declara católico) que no se unen
al papa Francisco para cambiar un sistema político y económico inicuo que está
acabando con el planeta aunque la demografía se dispare para reventar, y por
el momento cerrando el paso a la esperanza de miles de millones sobre la Tierra.
Parece ser que las diferencias entre un cristiano y un católico consisten en
que el católico debe obediencia al papa mientras que el protestante en todas
sus variantes es un librepensador de los textos sagrados.
Pues bien, ahora
esas decenas de millones de españoles, esos gobernantes, empresarios y
banqueros, esos meapilas y rocieros, esos adoradores de crucifijos y de signos
en cuantas ocasiones públicas comparecen para proclamar su inequívoca
catolicidad... tienen la ocasión de demostrarnos y, sobre todo, de demostrarse
a sí mismos su fervor católico. Ahora es el momento de ponerse manos a la obra
para no sólo aclamar al papa con genuflexiones, alabanzas y banderitas sino,
sobre todo, para seguirle como representante que -dicen- es de Dios sobre la
tierra en sus prédicas urbi et orbe
acerca de un asunto final que afecta a la vida humana.
Y el papa sin
pausa ni fatiga denuncia, tanto en la exhortación evangélica
‘Evangelii Gaudium’ en la que hace una condena explícita del fundamentalismo
de los mercados, en cuyos desmanes y estridencias, apeados de las más básicas
consideraciones sociales a través de “la exclusión” y de una acción recurrente de descarte que se sitúa en “una economía que mata", como en la encíclica ‘Laudato si’ ("Alabado
sea") -la primera redactada de su puño y letra- en la que establece la
relación de la descontrolada acción humana con las catástrofes y los factores
de empobrecimiento de las sociedades menos desarrolladas, que la manera de
conducir a las sociedades humanas los gobernantes de la tierra está llevando a
la humanidad al desastre y anunciando que el tiempo se agota.
Es cierto que no
todo son aplausos para estos sabios pronunciamientos. El debate sobre el
cambio climático representa una línea divisoria entre demócratas y
republicanos en Estados Unidos. La encíclica ha desatado las iras entre miembros
de esta última formación. “Espero que el cura de mi parroquia no me castigue
por decir esto, pero no suelo tomar mis decisiones económicas en base a las
opiniones de mis obispos, cardenales o de mi Papa” parece ser que ha dicho el
candidato republicano a la Casa Blanca Jeb Bush, católico y hermano del
expresidente George W. Bush. Pero, ¿es ciertamente católico este tipo? ¿No
será, como tantos y tantos, que por razones inconscientes, inconfesables o de
oportunidad se ha provisto del carnet católico para, como tantos y tantos,
destruir al planeta y hacer la vida imposible a los que, a diferencia de
ellos, no tenemos en los asuntos sociales epidermis de elefante? Pero no sólo
él la tiene. En la reciente Conferencia de Obispos católicos de Estados Unidos, orientada a fijar las prioridades pastorales inmediatas del Obispado
americano –que representa a 51 millones de católicos– nadie mencionó el medio
ambiente ni el dramático tema de la pobreza.
Dejemos por el
momento a un lado a otros católicos. Si alguna importancia dan estos millones
de españoles a sus creencias y a su catolicidad, nunca hubo un momento más
oportuno para cerrar filas en torno al papa Bergoglio y para unirse a él.
DdA, XII/3036
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