Jaime Richart
Me
eximo de enumerar y de mencionar siquiera alguno de los miles de
términos del idioma inglés que complican el ya de por sí complicado
entendimiento de la sociedad española entre sí por culpa de distintos
factores: desde el político, pasando por el cultural y terminando en los
continuos cambios que tiempos de vértigo imprimen a la vida
cotidiana.
El
caso es que -sabido es- que en cada época histórica se impone un
determinado idioma sobre el autóctono. Desde el siglo XVIII hasta
principios del XX, el francés era el rey. No había nadie que se
preciase de culto que no lo hablase y nadie que no quisiera pasar por
tal que no balbuciese las palabras gálicas entonces itinerantes en la
conversación. Y lo mismo puede decirse del latín si pensamos en
eruditos y sabihondos.
Hoy es el "americano". Buena la hemos hecho, a estos efectos, con la
irrupción, en Occidente y en el mundo, de la informática y de las
finanzas. Fuera de lo más estrictamente coloquial, apenas podemos
tratar cualquier tema sin que el anglicismo de moda del interlocutor
nos descoloque nuestra urdimbre razonadora.
A mí personalmente no me convence en absoluto eso de que los tiempos
son así, que la vida es así. Y no me convence porque eso es lo que
ordinariamente dicen los conformistas, los superadaptados, los
realistas, los acomodados, los listos; lo que repiten quienes se oponen a
todo no cambio, no por un criterio elaborado sino porque la vida les
sonríe en este momento; esos, en fin, que por eso mismo tanto daño hacen
a la sociedad, y a los que se refiere Einstein cuando dice que el mundo
va mal no tanto por los perversos como por los que les consienten...
Si
hay algo que en la informática me resulte llamativo (más allá de su
funcionalidad e inevitabilidad), es el esfuerzo visible del sistema
"windows" y del "android" por castellanizar su manejo, que contrasta con
el empeño de "apple" en "yanquizarnos" con el suyo (razón por la cual
relego a éste a pesar de considerarlo más estable y más fiable que el
otro).
El
caso es que poco a poco o aceleradamente, por si no nos fuera
suficiente con la imposible manera de ponernos de acuerdo entre unas
mentalidades y otras sobre la definición de conceptos abstractos
básicos, como libertad, justicia, honestidad, honradez, democracia, amor
y muchas más (cada cual y cada casta los interpreta en función de su
posición en la sociedad y de su interés), si no estamos al corriente de
lo que significan "vintage", "follower" o "crowfunding" estamos
perdidos.
El
signo de los tiempos es el que es. Pero el hombre y la mujer españoles
de medio pelo ya no piensan en la inmortalidad que perseguía Fausto ni
en la liberación de sus cadenas que perseguía Prometeo. Pierden
rápidamente tanto su identidad (si es que la han adquirido) como sus
orígenes, para abrazar el gusto por las series televisivas y por el
recuerdo de frases lapidarias de los protagonistas, para revolcarse en
la música de la percusión y de los gritos, y para vivir una degradada
vida virtual en lugar de vivir la vida auténtica. Sea como fuere, no
tiene ya fuerzas para resistirse a hacerse prisionero del spanglish
aplicado a una buena parte de su vida intelectiva y cultural.
Naturalmente
no me refiero aquí a los millones de personas que en España bastante
tienen con emplear sus energías para sobrevivir a base de limosnas y de
la beneficencia. Los tiempos que llaman de bienestar, que fueron también
muy igualitarios, se han acabado y difícilmente volverán en
primavera.
DdA, XII/3004
1 comentario:
Recordando mis tiempos mozos, en los que abundaban los latinajos, yo prefiero llamar inglesajos a los términos invasores de gringolandia (minusculeo a propósito), y ya puestos a darle "patria", pues gringolajos, ea.
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