Antonio Aramayona
Pasé por distintos dependencias policiales, declaré
en calidad siempre de detenido, me hicieron una minuciosa ficha
policial, y finalmente me vi de nuevo en la calle, libre, sin comer y
con un cierto aturdimiento en mi cabeza.
Seguramente
por una maravillosa deformación profesional, cada vez que me recordaban
que estaba en la Jefatura Superior de Policía “en calidad de detenido”
me venían a la mente tantas y tantas clases de filosofía y de ética y
las jugosas conversaciones en el aula sobre la libertad: “libertad de…”,
“libertad para…”, “libertades cívicas…”, “derechos y libertades…”,
“determinismo…” Y yo entonces con un oído escuchaba atentamente lo que
preguntaban y decían los agentes de policía, mientras que por el otro
percibía el rumor de esa gente joven, hablando apasionadamente sobre la
libertad. Ha sido la primera vez en mi vida que he sido consciente de
que en aquellos momentos no era libre (en determinados sentidos, si bien
no los más esenciales), y sobre todo que a la vez deseaba con suma
viveza volver a ser ciudadano libre, en la calle o en mi casa o en donde
me diera la gana.
A la mañana siguiente, volví a estar en la vía pública,
cerca del portal del Delegado del Gobierno en Aragón, con mi cartel y mi
voluntad de denunciar los sistemáticos e inhumanos recortes en derechos
y libertades. Ciento veinte minutos diarios allí, viendo pasar
únicamente personas y vehículos, dan para pensar mucho. Me acusan de
“acoso”, pero –me decía a mí mismo- realmente, me costaría mucho acosar a
nadie, sobre todo porque el Diccionario de la RAE dice que “acosar” es
“perseguir, sin darle tregua ni reposo, a un animal o a una persona”.
Me repugna igualmente la idea de que he llegado a coaccionar a alguien
(RAE: 1. Fuerza o violencia que se hace a alguien para obligarlo a que
diga o ejecute algo; 2. Poder legítimo del derecho para imponer su
cumplimiento o prevalecer sobre su infracción). En su primera acepción
incluso carezco de fuerza suficiente para ello; en la segunda acepción,
estoy en las antípodas del mundo de cualquier poder, por muy legítimo
que sea.
¿Y calumniar? (Calumnia, RAE: 1. Acusación
falsa, hecha maliciosamente para causar daño; 2. Imputación de un delito
hecha a sabiendas de su falsedad). En aquel portal di vueltas y vueltas
también a ese significado de “calumnia”, llegando siempre a la misma
conclusión: de haber un coaccionado y/o calumniado hasta la fecha, ese
era yo.
A veces, crecen los enanos en el circo y
paren la elefanta y la hipopótama en el Arca de Noé. El viernes, 12 de
junio, me citaron oficialmente para declarar en el Juzgado de Guardia de
Zaragoza en relación con la querella presentada por el Delegado del
Gobierno en Aragón por coacciones y calumnias, y a los efectos también
de resolver sobre la medida cautelar solicitada por el Ministerio Fiscal
sobre una posible orden de alejamiento de mi persona respecto del
Delegado del Gobierno en Aragón. Y así fue: alrededor de las 20 horas de
aquella misma tarde, amenazando tormenta y pedrisco, me comunicaron la
siguiente Disposición del Juzgado ante el que había declarado:
“Prohibir a ANTONIO ÁNGEL ARAMAYONA ALONSO acercarse a la persona de
GUSTAVO ALCALDE SÁNCHEZ, su domicilio y lugar de trabajo, así como de
cualquier otro en que se halle en un radio de 200 metros. La presente
medida tendrá duración hasta la finalización de la de la presente
instrucción.
Ofíciese a la Guardia Civil, así como a la Policía Local y Policía Judicial para el efectivo cumplimiento de esta medida”.
Me abstengo de valorar o siquiera comentar esta medida. Basta señalar,
una vez analizados los sectores del mapa del centro de Zaragoza, con
200 metros de radio o más, en cuyo punto central están el domicilio del
Delegado y la propia Delegación del Gobierno, algunas consecuencias
concretas y prácticas de la medida cautelar de alejamiento. Algunos
ejemplos:
No puedo pisar la plaza del Pilar y la
plaza de la Seo, ni la sección de la calle Alfonso I colindante con
dicha Plaza, ni puedo cruzar el río Ebro por el emblemático Puente de
Piedra. Sin embargo, puedo entrar por su puerta trasera izquierda a la
Basílica del Pilar, pero ¡ay de mí! si avanzo por dicha Basílica, pues
estaré conculcando la orden de alejamiento. Tampoco puedo visitar el
Foro Romano ni cruzar por la calle don Jaime ni visitar el museo Goya
ni… ni… Tampoco puedo pisar el Coso Bajo ni la plaza San Miguel ni los
bares y pequeños restaurantes cercanos a la calle Heroísmo y calles
colindantes ni bajar por la calle Cantín y Gaboa ni la calle San Vicente
de Paul, aunque sí (por los pelos) el Centro de Historias.
He acatado y sigo acatando la orden de alejamiento. Por ello mismo, a
cuatrocientos metros del domicilio del Delegado del Gobierno y a más de
trescientos metros de la Delegación del Gobierno de España en Aragón,
estoy desde el lunes, 15 de junio, en la zaragozana Plaza de España,
denunciando los recortes en derechos y libertades y explicando que estoy
allí en cumplimiento de una orden de alejamiento de la persona, del
domicilio y del lugar de trabajo del Delegado del Gobierno en Aragón.
ElDiario.es DdA, XII/3032
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