Líderes y expresidentes
que en su día validaron la transición en España, que tanto empeño ponen algunos
en que agradezcamos, se han ido convirtiendo en iconos de la corrupción ideológica y de la corrupción moral.
Soy un apasionado helenista y no puedo evitar el recuerdo de frases grabadas en la piedra salidas de la sabiduría popular y de los numerosos filósofos de las ciudades-estado de la antigua Grecia y de la antigua Atenas; todas muy anteriores a la irrupción del pensamiento cristiano cuya teología está basada en buena medida en el platonismo y cuya doctrina social está basada en el estoicismo. Pues bien, una de esas frases es tan lapidaria como controvertible pese a salir de una época tan fértil en ideas intemporales como la de "nada en exceso" que figura en el frontispicio del templo de Delfos. Me refiero a esa sentencia: "cuando los dioses desean castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes".
Precisamente en los tiempos que corren y en
España sobre todo, los causantes de los mayores desaguisados, de los mayores
abusos y de los mayores saqueos; de la mayor de las impericias, de la
soberbia, de la altanería y de la política entendida como un medio bellaco de
enriquecimiento personal, han sido gentes de edad media o más (excluidos los
ancianos recluidos si acaso en las profundidades del poder judicial).
Las virtudes de la pujanza, de la nobleza y de
la valentía típicas de la edad juvenil, ausentes en los personajes que llevan
en la política veinte o treinta años o más, son rasgos del carácter de los
principales componentes de las formaciones emergentes. Y en líneas generales
esto puede asimismo aplicarse a los principios de tantos y tantas que
empezaron su andadura política como "jóvenes" políticos pero
quienes, por causa de unos mandatos muy prolongados, por su personal predisposición
a la golfería y por la mayoría absoluta que les ha arropado, han sido tocados
por la degradación generalizada. Es decir, el espíritu primigenio que caracteriza
al espíritu sano juvenil ha desaparecido prácticamente en los políticos y
políticas que ahora, afortunadamente, van a pasar a un segundo plano para dar
paso a los nuevos "jóvenes". Todo ello con las excepciones preceptivas
a toda regla general, tanto respecto a jóvenes como a provectos.
De ello deviene que líderes y expresidentes
que en su día validaron la transición en España que tanto empeño ponen algunos
en que agradezcamos, se han ido convirtiendo en iconos de la corrupción ideológica y de la corrupción moral. Corrupción susceptible de
ser relacionada con este principio que podríamos formular así: "no se
corrompe lo mediocre ni lo vulgar: sólo se corrompe lo excelso". Pues
excelsos hemos de considerar a todos aquellos más o menos conocidos desconocidos
a quienes inicialmente atribuímos el noble propósito de prestar servicio a nuestra
sociedad porque se ofrecieron para ese fin.
En estos momento está en juego la política
más cercana, la de pueblos y ciudades; la política que sentimos casi en nuestro
corazón, la política más susceptible de amar o de odiar. Pues ¿qué nos
importan un presidente del gobierno o los ministros de la política
macroeconómica o de la política internacional aunque fueran competentes... si las
policías, si los agentes tributarios o los funcionarios con los que habremos
luego de vernos eventualmente las caras en nuestro pueblo o nuestra ciudad son
esbirros, mamporreros, cómitres de barco y reflejo del despotismo de un
cacique envilecido rodeado de concejales, todos dedicados sólo a robar al
tiempo que nos hacen la vida imposible?
Los que ahora han entrado en la escena
política para regir el destino de aldeas, pueblos y ciudades, mezclados jóvenes
y mayores con espíritu juvenil aunque sólo sea porque se han sentido
obligados para sacar a España de una situación prácticamente insostenible,
tienen ante sí la tarea hermosa e ilusionante de no defraudarnos. Una tarea
que incluso por sí sola puede ser mil veces más gratificante para un espíritu
íntegro que todos los miles de millones arramplados durante décadas por ese
ejército compuesto de canallas.
DdA, XII/3030
No hay comentarios:
Publicar un comentario