viernes, 22 de mayo de 2015

LA AUSTERIDAD DEBE EMPEZAR POR ARRIBA Y CON INTELIGENCIA DISTRIBUTIVA

Jaime Richart

Frases metafóricas tomadas en un sentido propio han decidido a menudo el destino de muchas naciones. En Alemania se inauguró hace apenas un lustro la palabra austeridad aplicada a una política económica que defiende la subida de impuestos y la reducción del gasto público (conocidos como recortes, cutback en inglés), para las naciones de la Comunidad Europea. Se supone que, concebida por economistas neoliberales, la idea es aplicada férreamente por una mujer, hija de un pastor protestante, que al tiempo que mora­liza a la Europa Vieja protege a sus bancos, a su población y al sistema sociopolítico preconizado por su partido.



  De modo que, siendo una opción voluntaria personal o colectiva que no se presta a ser impuesta, la austeridad se ha convertido en una palabra maldita en el imaginario del pueblo español. En la época que vivimos y como consecuencia de factores que precipi­tan el fenómeno, se ha subvertido el lenguaje político como se subvierte alegremente el lenguaje popular. Y en virtud de ello se llama austeridad (que significa sobriedad, morigeración, sencillez) a lo que en roman paladino es despojo y privación a inmensas mayorías ahora empobrecidas.

  Digo que el significado en esa cuestión está subvertido, porque la austeridad es recomendable para una vida individual sana de cuerpo y de mente cuando se dispone al menos de lo indispensa­ble. Y también para la vida del planeta, pues la producción y el consumo en el sistema capitalista han llegado a extremos deliran­tes y lo están convirtiendo en un muladar. Las consecuencias están a la vista en la grave alteración del clima. De modo que crecimiento y consumo, entendidos en los términos que propug­nan los economis­tas del pensamiento único dominante: producir sin destinata­rios de lo producido y con unos excedentes que estreme­cen porque no aprovechan a la humanidad, es perversión política, social y económica. Como lo es el festín a avanzada edad.

  Para superar una crisis que no es consecuencia ni de una guerra ni de una catástrofe inevitable como el pedrisco o un seísmo, no es preciso recurrir ni a los recortes ni al consumo, que son las dos recetas extremas que dictaminan neoliberales y socialdemócratas. Los primeros a base de privatizar hasta el aire que respiramos con el impacto consiguiente en grandes bolsas de población excluidas y arruinadas, y los segundos a base de potenciar lo público y de promover más producción y más consumo porque carecen de imaginación para resolver el círculo vicioso: "sin consumo no hay empleo y sin empleo no hay consumo". Pero lo que mueve a subleva­ción en la sociedad española tenga o no sen­tido esa incapaci­dad  para la cuadratura del círculo, son estos da­tos:

  Primero, lo dicho: que la crisis mundial vivida ha sido provocada a conciencia por redes financieras para mayor enriquecimiento de unos cuantos.
  Segundo, que la crisis se ha agravado en España por el expolio salvaje de las arcas públicas cometido por sus propios gobernan­tes, cuyo montante es equivalente del rescate a la banca. 
  Tercero, que el gobierno, la banca y los poderosos en España imponen a las grandes mayorías una privación que no se aplican.
  Cuarto, que en España desigualdad alcanza niveles dramáticos: mientras unos pocos tienen demasiado, grandes mayorías carecen de todo (por ejemplo, habiendo tres millones y medio de vivien­das vacías, muchos más millones carecen de techo que no sea de acogida).

  Aquí, en todo esto, está el fundamento de la indignación, de la rabia y del odio redoblados del pueblo. Aquí es donde todos esos forajidos que se hicieron pasar por políticos al servicio de la socie­dad y propalan la idea de que el marxismo es peligroso (igno­rando los necios que la economía moderna no se entendería sin Marx), dan causa a la revolución. Por eso tiemblan. Que sea pacífica o violenta, también de ellos depende....

  Si la voluntad política fuese efectivamente resolver o paliar la crisis, lo primero que harían los que dicen representar al pueblo es dar ejemplo de la austeridad que imponen, y luego recurrir a la inteligencia distributiva; es decir, al reparto más equitativo de lo demasiado producido a lo largo de décadas tras la explosión del capitalismo industrial, sin cerrar las puertas a un mínimo bienestar a tantos millones de personas aunque fuese con dinero rega­lado. Al finn y al cabo nadie, a menos que esté enfermo, desea permanecer ocioso. Y ello aun en el supuesto de que la ociosidad, habida cuenta los millones de brazos caídos, fuese condenable, pues algunos, como Bertrad Russell, correctamente entendida, la defienden (ver "Elogio de la ociosidad").




DdA, XII/3010

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