Jaime Poncela
A mi me parecería tan extraño oír a Gaspar Llamazares contar un
chiste como enterarme de que ha robado un solo euro aprovechándose de su
cargo. Le han llamado muchas veces soso, estirado y muermo, pero jamás
corrupto. Esto que parece tan simple y que debería caer por su propio
peso, es en los tiempos que corren todo un lujo en la política española,
un circo lleno de tipos con sonrisas de hiena, discursos efectistas y
las manos tan largas para dar palmadas en la espalda como para meterlas
en el cajón del erario público y llevarse luego el botín a un paraíso
fiscal.
Llamazares sonríe poco pero no ha robado nada, considera que la
confianza en política se gana con los hechos, no con los dichos, ha
cambiado de discurso menos que de corbata, no tiene coche y presume de
ser un “rojo” de los de siempre no de los de ocasión, de los que aún son
republicanos y no regalan Juego de Tronos a los reyes porque,
dice, “es una serie en la que tengo entendido que se cortan muchas
cabezas y lo mismo van estos (los reyes) y se aficionan a hacerlo aquí”.
Llamazares vuelve a Asturias para seguir en la política, una tierra
de la que se reclama por nacimiento, y vocación a pesar de que muchos de
sus ancestros se pierden entre Castilla y Galicia y a quien no le
perdona que haya pasado tantos años en Madrid. Sin embargo él asegura
sentirse uno más y deber a los asturianos todo lo que ha sido hasta
ahora y dice que su manera de pagar esa deuda se plasma en haber
desarrollado a conciencia su tarea de diputado en representación de esta
pequeña comunidad autónoma “a la que también hay que defender desde
Madrid o desde donde sea”. Niega que esta candidatura a las Presidencia
de la Comunidad sea una argucia para atecharse en un cómodo escaño hasta
que llegue el tiempo de la jubilación política.
Es demasiado mayor para estar en la generación de Alberto Garzón,
pero es demasiado joven para contar batallitas de la Pasionaria y
Marcelino Camacho. A Llamazares le han pillado los tiempo en los que la
política, como las series de televisión y los concursos, optan por la
simplificación y las pastillas de ideología instantánea, de usar y
tirar, sin debate, sin elaboración y sin necesidad de leer demasiados
libros. Llamazares es de la escuela de la política artesanal, la que
trata de convencer para poder vencer, de la que hace discursos con
sustancia, tan pedagógicos como los de Anguita aunque con menos chulería
andaluza.
Llamazares cree que Izquierda Unida es un caballo resistente pero
perdedor en los grandes premios, un pura sangre para tirar del arado de
la historia, no para lucir el palmito en el club de campo, una montura
poco o nada apta para correr grandes premios haciendo llegadas
espectaculares sacando un par de cuerpos a los perseguidores. El
candidato Llamazares ha interiorizado que ser minoría es una condición
que va unida a la opción política por la que se presenta, pero habla de
su propuestas de gobierno con la misma energía, elaboración y
convencimiento que si hubiera razones fundadas para creer en una IU con
mayoría. Evita referirse a “Podemos” en la medida de lo posible y cuando
lo hace emplea un tono algo condescendiente e irónico de quien sabe que
la izquierda es un concepto demasiado serio como para dejarlo en manos
de los políticos.
Llamazares es mejor que IU y tiene más prestigio que su formación
política, una suerte para IU y una desgracia para él, condenado a cargar
con mucho peso y conseguir a cambio poca gloria. Tal vez por eso cuente
tan pocos chistes.
AsturiasHoy DdA, XII/3007
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