Jaime Richart
Desde el momento que las
encuestas dan un juego inusitado a políticos y, sobre todo, a los medios de
comunicación, ya se convierten en un instrumento sospechoso por el juego mismo.
Que dan juego es palmario, pues a los partidos les hace recapacitar y
modificar sus estrategias, y a los medios de comunicación, miles de horas de
cháchara y miles de kilómetros de
tinta, todo ello asociado a la publicidad: otro factor, quizá el principal,
para hacernos ver que en las encuestas, su modo de confeccionarlas y el origen
de las mismas hay gato encerrado.
Que hay gato encerrado no debe extrañarnos. Lo
hay en todo en la democracia y mucho más en una democracia que tiene mucho más
de simulacro que de realidad por la débil separación de poderes, por la
desigual fortuna del resultado en el escrutinio que depara una ley electoral
hecha a la medida de sectores sociales y económicos concretos y por otras
razones largas de enumerar. Que hay gato encerrado, porque por una ley social
no escrita es imposible que estando todo contaminado en este país, que siendo
la corrupción el factor de desestabilización permanente de todo, pero también
motor potente de la pervivencia y potencia de los medios de comunicación, del
trabajo de los periodistas y fuente de ingentes ingresos para todos y para la
publicidad, las encuestas, los sociólogos y las técnicas no estén de algún
modo corrompidos también. Sería un milagro.
De entrada hay que tener en cuenta dos cosas:
las encuestas se hacen telefónicamente, y concretamente a través del teléfono
fijo, y en segundo lugar la disposición a facilitar el trabajo con respuestas a
los encuestadores es de presumir que sea muy diferente según el estado de
ánimo de los que viven opresivamente y de los que viven opíparamente. En el
primer caso, el teléfono fijo lo tienen cada vez menos personas porque el
móvil ha desplazado su importancia, y en todo caso lo tienen personas con la
vida estable o estabilizada y por consiguiente bien humorada. En el segundo caso,
en el supuesto de que una persona tenga teléfono fijo, si no le va bien o le
va muy mal, lo más probable es que aborte el diálogo preciso para confeccionar
la encuesta. Y si se hacen visitando casa por casa ¿cuántas viviendas y
chabolas visitan los encuestadores?
El resultado es, ha de ser, necesariamente
sesgado. Y como por otra parte y como digo al principio aquí, en España, por
definición no hay nada que se libre de sospecha esto de las encuestas que
parece anodino, es poco probable que no esté condicionado; que no esté
condicionado y dirigido técnica e ideológicamente, para ofrecer unos resultados
trufados. A fin de cuentas las profusas encuestas y el manejo de las mismas dan
de comer a muchos y durante largos periodos de tiempo.
Sería un pepita de oro en medio de un muladar
que estando todas las instituciones podridas: desde la justicia, pasando por
la iglesia y terminando en los partidos, las encuestas que se cocinan, con
los frutos y réditos que proporcionan y los efectos que sin duda producen en
los votantes y en su intención estuvieran limpias de polvo y paja. Y si hay
alguien que no esté conforme y contradiga esta exposición, que lo aclare y diga
exactamente aquí cómo las confecciona ese Centro sociológico tan límpido y tan
honesto para el que trabaja y me desmienta de manera convincente.
DdA, XII/3002
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