"No es la conciencia
del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia"
Jaime Richart
Hay unas profesiones y actividades más interesantes
que otras. Y también, pese al bombo que se les da, unas más artificiales y por
eso mismo más prescindibles que otras. Para no herir sensibilidades que no deseo herir, no diré que hay unas más nobles que otras.
Pero no será
difícil ponernos de acuerdo en que, tratándose de oficios, es mucho más
importante para la sociedad el trabajo de fontanero que el de chófer de
ministro, o, tratándose de profesiones, que es más imprescindible la de médico
que la de abogado, de economista o de periodista. Del médico bien nos gustaría
asimismo prescindir, pero no podemos aun corriendo el riesgo de morir por su
culpa y en sus brazos. Pero sí podemos prescindir del abogado, y probablemente
obtendremos mejores resultados defendiéndonos nosotros mismos, y también del
economista, que sólo nos será útil si tenemos mucho dinero; en cuyo caso su
función
"interesada" será la de permitirnos pagar
menos al Fisco. A esto se reduce su interés, a ser útil al ciudadano o
ciudadana adinerados...
En cuanto al
economista, a menos que medie intoxicación o hipocresía, habremos de convenir que, en tiempos de bonanza,
los economistasson casi opacos e irrelevantes al
dedicarse a funciones de gestor administrativo y de contabilidad, a hacer liquidaciones fiscales y a asesorar a
otros sobre
la forma menos onerosa de
tributar a la hacienda pública. Y eventualmente a dar a elegir a su cliente en ciertos casos, entre tributar por el artículo A o por el B. No hay más en su papel, oficio o profesión, a menos
que haya especial interés en exaltar sus habilidades para proponer los mil
enredos a que se presta el poseer mucho dinero. En todo caso lo cierto es que
para la inmensa mayoría de la población el economista, más allá del interés
que suscite cualquier materia de estudio, está demás...
Sin embargo,
en tiempos críticos los economistas hacen el dignísimo papel de gurú, pero sin acertar nunca. Que no aciertan lo prueba el hecho de que si hubiese uno que acertase, todos
los estados y todas las empresas irían detrás de él para ficharle como los clubs se disputan a ese entrenador conseguidor de muchas copas... Otra prueba más resonante
todavía está en que el parecer de economistas de mucho relumbrón por haber
obtenido el premio Nobel no se le hace más caso que al del economista que acaba
de terminar la carrera...
En cuanto a
los abogados, sus ganancias están en el mucho pleitear, no en conciliar ni en
arbitrar. Ellos inducen al pleito, ellos son los que lo aconsejan. Y los que no
se dedican al ejercicio propiamente dicho, se dedican a la honrosísima tarea
de confeccionar en las leyes los mil modos de sortear los patricios el peso de
la justicia. En esto consiste su mérito; desde el ministro del ramo hasta el
último leguleyo del sistema. Véase, si no, la deriva de los millones de
procesos judiciales y la suerte gloriosa que encuentran otros tantos miles de
delincuentes que han ocasionado la virtual ruina de este país y de millones
de personas...
De aquí
resulta que en buena medida, en este aspecto de la prescindibilidad, a los
economistas y a los abogados se suman los periodistas. La prueba está en que no ya economistas o políticos sino periodistas
infectos llaman a rebato del escándalo a la población cuando un profesor de universidadque no es economista, procede fiscalmente según el asesoramiento de un economista, pero en cambio no dedican miles de
portadas al escándalo entre ridículo y atroz que supone que un economista un día alzado a los altares de la
economía mundial, haya alegado ignorancia ante un juez al responder que no
sabía que debía tributar por la tarjeta de débito que el banco le había proporcionado, siendo así que él era,
con otro, su principal directivo...
Y de los
periodistas habría mucho que hablar. Aducen constantemente su
"deber" de informar. Pero también bastantes de ellos son personajes
públicos de cuya vida patrimonial y de las "artes" para conseguir esa
concreta información querríamos saber pero nunca sabremos. Pues aunque no
tenemos pruebas, muchos sí tenemos la impresión de que a menudo traspasan las
líneas rojas de la legalidad obteniendo la noticia a través de toda clase de
argucias que rozan o caen de lleno en la práctica corrupta, en la contravención
de sus libros de estilo y de la ética y en la falta absoluta de escrúpulos. Los
rendimientos del sensacionalismo son imprescindibles para los rendimientos de
las tortuosas corporaciones en que se asientan los media. No nos
extrañe. El periodismo es la iglesia civil de la modernidad en occidente y de
la postmodernidad tardía en España. Y los periodistas que forman parte del
poder o lo desean, son sus sumos sacerdotes que, en este simulacro de
democracia, dieron un puntapié a los curas para apearles de sus púlpitos y
ponerse ellos a predicar. No exagero: la misión opinadora que se arrogan y
llevan a cabo sobre todo en los medios audiovisuales, traspasa constantemente
la frontera de su cacareado deber de información. Por lo demás, hay que decir
que el agradecimiento por los servicios de información honesta que eventualmente
nos presta el periodismo, a menudo va acompañado de la rabia y
de la impotencia que el conocimiento de los hechos nos provoca. Algo que a tal
información resta interés que no sea malsano.
Todas estas constataciones
corroboran el principio del materialismo histórico a cuyo propósito procedo a
estampar, en corta y pega, uno de sus párrafos: "El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la
vida social política y espiritual en general. No es la conciencia
del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo
que determina su conciencia".
(Marx. Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política. 1859)
El
materialismo histórico a que me refiero ahora, aplicado a las profesiones
citadas me obliga nuevamente a afirmar que las tres son una fuente inagotable
de problemas sociales e individuales que, desde el punto de vista sociológico
y antropológico, más que contribuir a proporcionarnos la felicidad común, nos
la escamotean. Por eso, en esta intrincada y dificultosa sociedad, en la medida
de lo posible debemos evitarlas. Y en cuanto a los políticos, echémosles de
comer aparte.
DdA, XII/2997
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