miércoles, 29 de abril de 2015

NO HAY PUEBLOS ATRASADOS, SINO GOBERNANTES ATRASADOS

  Desde que formal­mente se ha constituido en democracia, los gobernantes que han ido desfilando han sido unos necios. Empezando por los que pusieron las bases para superar la dictadura

Jaime Richart

Hace más de 130 años Miguel Dencil, en una visión holística del ser humano dijo: “no hay enfermedades sino enfermos”. Aparte la controversia que suscita esa manera de entender la medicina, lo mismo podríamos decir de las naciones. No hay pueblos atrasados, sino gobernantes atrasados. Los pueblos si­guen la senda que los gobernantes les marcan.

Al menos visto el asunto desde fuera, la impresión de que el espa­ñol es un pueblo atrasado es porque lo ha sido histórica­mente y siguen siéndolo tanto sus gobernantes como la justicia cómplice. Los gobernantes, sin tapujos; las instituciones judicia­les al actuar implacables con los débiles y ser repulsiva­mente condescendien­tes con los gobernantes, con los políticos en general y con los hombres y mujeres de empresa que han mantenido contubernio económico con ellos.

Llevamos veinte años en un proceso soterrado de saqueo sistemá­tico de las arcas públicas que viene saliendo de un par de años a esta parte a relucir. Pues bien, pasan los días, los me­ses y los años y todavía no se oye en los noticiarios otra cosa que: "se está investi­gando...", "la fiscalía pide tantos o cuantos años para éste o el otro...", "fiscalía anticorrupción sospe­cha..."fulano ha sido lla­mado a declarar..." Pero ¿cuántas senten­cias firmes severas han sido dictadas hasta ahora? ¿cuán­tas no han pasado de ser una pro­puesta de ensayo carcelario? Este es otro de los baremos en cuya virtud puede medirse la ínfima calidad no ya de la democracia presunta española, sino de un sistema a mitad de camino entre la dictadura encubierta y el circo político-mediático.

A los pueblos del mundo y a las naciones los conocemos y juzga­mos por el carácter y abusos de los sucesivos gobernan­tes, y por las reacciones del pueblo frente a ellos a lo largo de su historia. Por razones de toda índole los pueblos, como los indivi­duos aislada­mente considerados, tienen rasgos propios que les diferen­cian entre sí. La cultura, la religión, la orografía, el clima y la pro­pia historia configuran el perfil de los países y de su población y hay antropólogos que a través de esos facto­res encuentran explica­ción a muchos de sus avatares. 

Por otro lado, la humanidad entera sufre, pero decir que los pue­blos de todas las naciones son infortunados o que no están a la altura de su designio sería una extravagan­cia. En todo caso cuando hablamos de pueblos atrasados o escasamente desarro­llados, los indica­dores y referentes de su grado de desarro­llo, sea material o moral, están grabados a lo largo de su historia y allá donde sus gobernan­tes les han lle­vado. El pueblo español, por ejem­plo, es un pueblo noble, va­liente, hospitalario, caritativo y solida­rio. Es caritativo en el plano vertical, de arriba abajo, por razones religiosas, y solida­rio en el plano horizontal, de igual a igual, por razones éticas presidi­das por el mutuo respeto. Pero sus reyes y gobernantes han dejado siempre tanto que desear respecto a sus homólogos euro­peos más próximos, que España sigue siendo respecto a ellos un país atrasado por culpa de gober­nantes y tribunales cómplices.

Porque la historia de la humanidad, de las naciones y de los pue­blos la hacen unos cuantos, la escriben unos pocos y la ma­yoría la padece. Los periodos de paz y de bienestar son mucho más cortos que los periodos convulsos y de dolor. Aun así, Eu­ropa lleva tres cuartos de siglo sin guerras abiertas. Y esto es novedad, algo anó­malo que está pasando en la historia del conti­nente. Pero nunca es el pueblo el que tiene la culpa de sus desgracias, ni de las guerras en que se ven sumidos ni de sus infortunios económicos. Los culpa­bles son siempre sus gobernan­tes. En estos rara vez no prevale­cen los rasgos más degradantes y rastreros de la condición humana. Y el principal la intolerancia. Está comprobado: la sed de dominio, de poder y de riqueza son muy difíciles de contener si no es con violencia.

España está atravesando ahora otro periodo crítico no sólo en lo económico, en lo social y en lo moral. España está atrave­sando un periodo que en muchos aspectos recuerda condiciones medievales incrustadas en la postmodernidad. Desde que formal­mente se ha constituido en democracia, los gobernantes que han ido desfilando han sido unos necios. Empezando por los que pusieron las bases para superar la dictadura. Y los avan­ces sobrevenidos principal­mente gracias al dinero recibido de Europa, se han centrado en las infraestructuras retrasadas respecto a las existentes en los países de la Comunidad. Pero también han servido para enriquecer desmesu­radamente a múlti­ples oportunistas de todos los estamen­tos de la nación. Otro dato que pone de relieve el grado de retraso moral, polí­tico y democrático de este país.

España, en suma, siempre ha estado en manos de reyes absolutis­tas y en los cortos periodos democráticos, en manos de gobernan­tes incompetentes, deplorables, analfabetos políticos y ladrones. En esto consiste el atraso de este país en multitud de aspectos. Dependiente siempre de los sectores primarios de la economía y por ende, dependiente de la largueza de otros paí­ses.

Confiemos en que cambie drásticamente el signo y la maldi­ción de este país por culpa de sus gobiernos. Porque todo lo que sucede y ha sucedido en grave perjuicio de grandes partes de la población y del país entero: egoísmo extremo, codicia desmesurada, nepo­tismo, afán desmedido de lucro, poder sin refreno... todo, es conse­cuencia del carácter miserable no de los pueblos, sino de los gobernantes atrasados y probablemente de retrasados mentales elevados al poder por electores ingenuos y excesivamente confia­dos. Imploremos a los dioses que el cuerpo electoral se deje ilumi­nar en adelante por la sensatez y el buen sentido. Confiemos en que los partidos emergentes y pese a que la ignorancia y el temor se han apoderado de los electores en las más recientes elecciones autonómicas, hagan reaccionar a la población a partir de los próxi­mos comicios y luego en los fundamentales la población aprenda a elegir a par­tir de ahora y en adelante a los mejores para siempre. Sólo así España dejará de ser una nación atrasada...

                                                     DdA, XII/2989                                                       

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