Y la
paradoja es que, en vez de sumirnos en el sinsentido, la muerte de
Galeano nos pone en los labios esa voz que nos dice que la muerte puede
ser vencida: tú no moriste contigo.
Esperanza Ortega
“Tú no moriste contigo”, así titulaba Eduardo Galeano su discurso en
recuerdo de José Carrasco Tapia, un camarada asesinado. Las palabras con
las que el escritor se oponía a la muerte, inevitable vencedora final
de todas las batallas, son, en consecuencia, paradójicas. Luchar contra
el olvido significa luchar contra la muerte, negarse a admitir que lo
irremediable no tiene remedio. Hay una fuerza explosiva en esta paradoja
que hace estallar la banalidad de la indiferencia: tú no moriste
contigo. Cuando leíamos a Eduardo Galeano vivíamos de cerca el horror de
las dictaduras (Argentina, Chile, Uruguay, Nicaragua…) Nunca olvidaré
las escenas del horror que él describía con la técnica del microcuento,
pero con un contenido real y con protagonistas de carne y hueso. Hoy
mismo he leído que por entonces hubo numerosos contactos entre medios de
comunicación españoles y la dictadura de Videla, que les ofrecía
prebendas a cambio de que dieran una imagen de Argentina como país
próspero, en donde la gente “normal” vivía satisfecha y feliz. Gracias a
Galeano y a otros escritores su propaganda fue inútil, el lenguaje
subliminal de la publicidad nada pudo contra la verdad de la escritura.
Hemingway identificó la narración breve con la punta de un iceberg,
debajo de la que se oculta sumergida una montaña de hielo que no se ve,
que no se cuenta, pero que sostiene el sentido del relato. La montaña de
hielo de los relatos de Galeano era el miedo que atenazaba la voluntad y
la inteligencia: “El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El
miedo de saber nos condena a la ignorancia; el miedo de hacer, nos
reduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de escuchar, miedo
de decir, nos convirtió en sordomudos”, afirmaba en aquel discurso. En
sus libros aprendimos que nuestra patria abarcaba a toda la multitud
doliente que nos hacía llorar y nos hacía despreciar nuestra vida
cómoda. Renunciando a la magia del realismo mágico y a la maravilla de
lo real maravilloso, nos enfrentó a la hondura insoportable de la
realidad cotidiana de las dictaduras más crueles, al dolor de hombres y
mujeres a los que les habían arrebatado no solo sus vidas y las de sus
hijos sino también su voz. Tú no moriste contigo, clamaban los textos de
Galeano, tú no moriste contigo, susurraba el lector. Ayer muchos
celebramos el aniversario de la II República, cada uno a su manera: yo
planto en octubre una maceta con pensamientos rojos, morados y
amarillos, que ya están florecidos el 14 de abril; pero el mejor
homenaje consistiría en cumplir la Ley de Memoria Histórica que hoy
sigue siendo torpedeada. “Ahora la democracia, que tiene miedo de
recordar, nos enferma de amnesia: pero no se necesita ser Sigmund Freud
para saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la
memoria”, continuaba diciendo Galeano. Debajo de la piel de toro de
España se ocultan no solo esqueletos sino sobre todo historias sin
contar, verdades que claman para que les devuelvan una voz que siga
siendo suya siendo la de todos, una voz que haga aflorar el pasado en
los labios del presente para que en el futuro se sepa la verdad. Y la
paradoja es que, en vez de sumirnos en el sinsentido, la muerte de
Galeano nos pone en los labios esa voz que nos dice que la muerte puede
ser vencida: tú no moriste contigo.
Las cosas como son / DdA, XII/2976
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