RAQUEL BERZOSA
El Ayuntamiento de Madrid ha presentado la candidatura del
Sitio del Retiro y el Prado para que sea incluido en la Lista del
Patrimonio Mundial de la Unesco, a ser posible este año electoral. La
candidatura en cuestión incluye tanto el parque del Retiro como el Paseo
del Prado, así como otros 23 monumentos ya protegidos bajo la
catalogación de BIC (Bien de Interés Cultural) por la Comunidad de
Madrid. Casi al tiempo, estos días, se está ejecutando la orden
municipal por la que se borran del mapa 297 árboles del eje
Prado-Recoletos, amén de otros 1.142 repartidos por otras calles y zonas
verdes de la ciudad sin remplazo a la vista. Madrid aspira a incorporar
la ‘marca’ Patrimonio de la Humanidad a otro puñado de hitos culturales
y, aunque legítimo, no es loable. No en este caso, en el que se
manifiesta una ausencia de reflexión sobre el significado de la cultura,
incluyendo el paisaje y por extensión los árboles que ahora se talan.
Madrid ha suscrito la Agenda 21 de la Cultura, documento
inspirado en la Declaración Universal de la Unesco sobre la diversidad
cultural, que supone un compromiso con la sostenibilidad y la democracia
participativa. Destaco entre sus principios la analogía entre las
cuestiones culturales y ecológicas, cuyo origen radica en la necesidad
de garantizar la diversidad de sus manifestaciones en el presente y para
el futuro. En este sentido, un buen gobierno, concienciado y
sensibilizado con las cuestiones culturales y medioambientales, habría
de incorporar los principios de transparencia informativa y de
participación ciudadana desde la concepción misma de sus políticas,
también en los procesos de toma de decisiones, así como en la evaluación
de sus programas o proyectos.
Pero en esto nosotros, los ciudadanos, también tenemos algo que decir.
Lo primero, después del cabreo-parálisis inicial, es
hacerse preguntas, como la de qué hay detrás de esta tala de árboles -no
sabemos si indiscriminada- en una zona especialmente sensible. Quizá la
recuperación del plan de Gallardón para peatonalizar la zona, o buscar
la contrapartida económica de un espacio culturalmente simbólico
constituido principalmente por bienes públicos, o quién sabe si el apoyo
a las iniciativas urbanísticas privadas pendientes del devenir
electoral, que, por cierto, apuntan a un modelo de ciudad que se ha
demostrado insostenible…
Estas cuestiones y muchas otras podrían debatirse,
incorporando voces expertas, para alcanzar acuerdos, pactos por el
patrimonio cultural, por la ciudad. La impotencia de ver cómo talan
árboles sanos -algunos de gran envergadura-, entre algunos enfermos, no
hace más que evidenciar la falta de cauces que eviten una práctica
política actualizada. Faltan canales de participación engrasados (y no,
las manifestaciones pre ley mordaza no cuentan). Al final, Madrid
adolece de lo mismo que muchas otras ciudades, de un Proyecto, de una
forma de hacer política sostenible, utilizando lo que ya existe y
funciona, reciclando instituciones, reutilizando lo bueno de las
experiencias pretéritas y de las buenas prácticas que suceden a nuestro
alrededor, en otros países, en otros continentes.
Y los árboles, estos árboles del eje Prado-Recoletos, son
Patrimonio Cultural, memoria y ejemplo de la relación afectiva y
espiritual con un lugar, con el espacio en el que convivimos. No
deberían desaparecer sin más.
Raquel Berzosa, licenciada en Bellas Artes, es
coordinadora de las Actividades Culturales de la UIMP (Universidad
Internacional Menéndez Pelayo). Ha vivido en Londres, Estocolmo y Nueva
York. En la actualidad trabaja en su tesis sobre la cultura como eje
transformador en las ciudades históricas.
Más sobre la tala de árboles
La política de recortes también se ceba con los árboles de Madrid
El Asombrario / DdA, XII/2976
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