Jaime Richart
Si
viviésemos tiempos esplendorosos y no absolutamente decadentes; si viviésemos
tiempos que conocieran el valor absoluto de cada persona frente al valor
insignificante de una corporación; si todo el mundo se hubiera convencido ya de
una vez de que el dinero no se come; si viviésemos tiempos que valorasen la
única nobleza que existe, la del espíritu...
ese sujeto revestido de solemnidad que ahora vive el oprobio de que
toda la ciudadanía sabe que era y es un ladrón, ya se habría tomado la cicuta,
se habría hecho el harakiri o se hubiese colgado del palo que sujeta la
bandera de Colón que le pilla cerca de la sede de su partido...
Pero vivimos tiempos en los que en la vida
pública y aun la privada no se reconoce al prudente entre los canallas. Las propias
palabras prudencia, moderación, contención, sacrificio son ya desconocidas. Por
eso conviven, se mezclan y mixtifican la rectitud de conciencia de pocos con la
laxitud, la indiferencia y la insensibilidad de la mayoría. Algo que explica
que los partidos que vienen desvalijando a este país durante décadas sigan
siendo votados como si aquí no pasase nada por grandes mayorías.
Ya digo, si este perro sarnoso hubiese tenido
conciencia que, como tantos otros está visto que no tiene, ya se hubiera
quitado de en medio. Pero como, al menos en vida pública, hoy día el honor, el
pundonor, la honradez, la honestidad y la bonhomía no son siquiera valores
caducos sino rasgos que casi han de ocultarse y de los que avergonzarse, este tipo
saldrá airoso y tras la tormenta se marchará a otro país hasta que amaine, y
alli disfrutará del fruto de sus desvalijamientos, de sus rapiñas, de sus
estafas y de sus fraudes como si fuera el más digno ciudadano del mundo cerca
o rodeado de otros puñados de misera
DdA, XII/2980
No hay comentarios:
Publicar un comentario