La LOMCE saca de nuevo los cuernos al sol de sus feligreses
votantes, queda confirmado que la aconfesionalidad del Estado es pura
filfa, y que será motivo de mofa y escarnio quien aún ose afirmar que en
un centro de enseñanza deben impartirse saberes racionales y
científicos, pero en ningún caso creencias.
Antonio Aramayona
Los actuales gobernantes ya no maquillan o disfrazan las
ideas y decisiones que pueden resultar controvertidas, pues al parecer
creen cada vez más que España es su España y su cortijo, y obran en
consecuencia. Así, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, acosado a
menudo por los propios miembros del mundo de la enseñanza y la
educación, declaraba sin el menor reparo en el Boletín Oficial del Estado del 24 de febrero de 2014 que el currículo de Religión Católica para Primaria, Secundaria Obligatoria y Bachillerato
de la LOMCE ha sido confeccionado, a tenor del Acuerdo entre el Estado
español y la Santa Sede sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, mediante
la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis.
En resumidas
cuentas, la LOMCE saca de nuevo los cuernos al sol de sus feligreses
votantes, queda confirmado que la aconfesionalidad del Estado es pura
filfa, y que será motivo de mofa y escarnio quien aún ose afirmar que en
un centro de enseñanza deben impartirse saberes racionales y
científicos, pero en ningún caso creencias.
Atónito, leo en el BOE antedicho (Anexo I, Educación Primaria)
de un Estado constitucionalmente aconfesional (¡qué sarcasmo!): "Jesús
no sólo desvela el misterio humano y lo lleva a su plenitud, sino que
manifiesta el misterio de Dios, nos hace conocer que el verdadero Dios
es comunión: Dios uno y trino" o una perla pedagógica como: "El estudio
y reflexión del cristianismo, por su intrínseca dimensión comunitaria,
es una asignatura adecuada para desarrollar el trabajo en equipo y el
aprendizaje cooperativo".
Asimismo, se establece como uno de los
"estándares de aprendizaje evaluables", por ejemplo: "memorizar y
reproducir fórmulas sencillas de petición y agradecimiento" (Primer
Curso). En román paladino: recitar oraciones y jaculatorias será un
criterio de evaluación en el aprendizaje de un niño o una niña de seis
años, o "expresar, oral y gestualmente, de forma sencilla, la gratitud a
Dios por su amistad" (Segundo Curso) u "observar y descubrir en la vida
de los santos manifestaciones de la amistad con Dios" (Tercer Curso) o
"identificar y juzgar situaciones en las que reconoce la imposibilidad
de ser feliz" (Sexto Curso).
Pienso en los padres y las madres
que deciden en los seis cursos de Primaria y los cuatro de Secundaria
Obligatoria si sus hijos cursan la asignatura de religión católica, de
oferta obligatoria en todos los centros, o la asignatura de Valores
Éticos o ambas, considerando que su evaluación formará parte de la nota
media global obtenida en el curso académico. Pienso en que un niño no
es católico, judío, ateo, agnóstico, musulmán o evangélico, sino solo
niño, y me pongo muy alta la canción de los Pink Floyd Teacher, leave those kid alone. Pienso en un incompetente rey borbón (¡otro más!), Fernando VII, que mediante el decreto de 4 de mayo de 1814,
declaró nula la Constitución de Cádiz y los decretos de las Cortes,
abandonando de nuevo la educación y la enseñanza a manos de la iglesia
católica. Y lloro. Y exploto de indignación.
La religión es una de
las trece materias optativas (entre ellas, Filosofía e Historia de
España) de las que el alumnado de Bachillerato deberá elegir al menos
dos. Pues bien, en el currículo de religión de Bachillerato e igualmente
como "estándares de aprendizaje evaluables" encontramos, por ejemplo,
que un alumno será evaluado, por ejemplo, si es capaz de
a)
"descubrir, a partir de un visionado que muestre la injusticia, la
incapacidad de la ley para fundamentar la dignidad humana. Comparar con
textos eclesiales que vinculan la dignidad del ser humano a su condición
de creatura" o
b) "calificar las respuestas de sentido que ofrece el ateísmo,
agnosticismo o laicismo y contrastarlas con la propuesta de salvación
que ofrecen las religiones" o
c) "reconocer con asombro y esforzarse por comprender el origen divino
del cosmos y distinguir que no proviene del caos o el azar" o
d) "informarse con rigor y debatir respetuosamente, sobre el caso de
Galileo, Servet, etc. Escribir su opinión, justificando razonadamente
las causas y consecuencias de dichos conflictos".
Tras leer toda esta sarta de disparates, acude a mi mente una lúcida frase de Epicuro escrita hace más de 2300 años en su Carta a Meneceo: "No es impío el que desecha los dioses de la gente, sino quien atribuye a los dioses las opiniones de la gente".
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