A sus 76 años, el teólogo brasileño Leonardo
Boff sigue siendo una de las mentes más despiertas y comprometidas del
intelectualismo latinoamericano. Procedente de la tradición franciscana,
fue uno de los padres de la Teología de la Liberación, que él define
como “un método para hacer teología desde la visión del oprimido, que
nace del grito de desesperación del afroamericano, del indígena, de las
mujeres, para ayudar a su liberación aprendiendo de ellos, como postula
la pedagogía del oprimido de Paulo Freire”. Desde esa línea de
pensamiento, a Boff no le gusta hablar de desigualdad y mucho menos de pobreza: prefiere la expresión “injusticia social”
y denunciar con todas las letras que el capitalismo es perverso,
genocida, etnocida, ecocida y, también, suicida. En el Foro por la
Emancipación y la Igualdad que albergó Buenos Aires entre el 12 y el 14
de marzo, Boff dejó un mensaje de alerta, pero también de esperanza.
El teólogo habló del intento de “recolonización” de las derechas que,
en Brasil, se ha expresado en las manifestaciones orquestadas por los
medios de comunicación para pedir el impeachment de la
presidenta Dilma Rousseff: “Las manifestaciones contra Dilma muestran
que la derecha no acepta la democracia. No odian al PT (Partido de los
Trabajadores); odian al pueblo. Al pueblo que piensa, que sale de la
miseria y de la ignorancia. La derecha cada vez necesita más de la
violencia, porque sabe que hay un cambio en marcha: los movimientos
sociales están ensayando modos de producción alternativos al
capitalismo”. Frente a estos, señaló, el proyecto imperialista de los
Estados Unidos y el capital financiero internacional, que pretenden “imponer
una división internacional del trabajo que relega a América Latina a la
provisión de materias primas para los países centrales, y eso
pasa por impedir nuestra autonomía tecnológicas y asumir el papel de
aliados secundarios del gran proyecto de las empresas transnacionales,
de la macroeconomía de la globalización”.
“En la fase actual, la Humanidad se descubre como especie habitando
una casa común, sustenta la vida. Cada vez más personas se dan cuenta de
que la especie está en peligro”, afirmó Boff. Lo sustenta con datos
científicos que son por todos conocidos, y sin embargo, la cuestión
ecológica sigue fuera de la agenda política, por más que lo que esté en
juego sea la propia supervivencia de la especie humana y la vida en la
Tierra como la hemos conocido. Por eso llama a “introducir la ecología como asunto político, que tiene que ver con cómo se relaciona el ser humano con la naturaleza, y qué futuro puede tener nuestro planeta”.
Para ello, la lucha de las mujeres es clave: “Dar más poder a las
mujeres es necesario si queremos salvar la vida del planeta; ellas
generan vida y saben más de la vida que nadie. Aunque la lucha feminista
ha avanzado mucho, no basta: los medios de comunicación usan partes de
las mujeres, las manipulan, y tristemente muchas de ellas lo permiten,
venden su imagen, como si su imagen fuera escindible del todo. Terminan
por ser el último refugio del patriarcalismo”. Como dicen por ahí, sin
patriarcado no hay capitalismo.
Ecología de los pobres frente al dilema de los commodities
Colocar la preocupación ecológica en el centro de la política supone enfrentar el
mayor dilema de los gobiernos progresistas latinoamericanos: han puesto
freno a los excesos del neoliberalismo, redistribuyen la riqueza, pero
no están construyendo alternativas al modelo exportador de commodities
(materias primas). La minería a cielo abierto, los monocultivos sojeros
o la extracción de hidrocarburos avanzan en los países con gobiernos
progresistas tanto como en los países con gobiernos neoliberales, y con
las mismas consecuencias: devastación ambiental y destrucción de
culturas y formas de vida de las comunidades rurales e indígenas. En
Ecuador, Argentina o Bolivia, las políticas de redistribución de la
renta, esas que han sacado a millones de personas de la pobreza en los
últimos quince años, dependen de los ingresos de los emprendimientos
extractivos. Y al mismo tiempo, en un proceso complejo y contradictorio,
Ecuador y Bolivia han dado un paso de gigante al incluir en sus
constituciones los derechos de la naturaleza, reconociendo así, subraya
Boff, que “los elementos naturales tienen un valor intrínseco, más allá
de la utilidad que obtienen los seres humanos de su explotación”.
Ecología: grito de la Tierra, grito de los pobres, tituló
Boff una de sus obras más recordadas. La crisis actual, explica el
teólogo, no es apenas económica, política o social; es una crisis
civilizatoria donde lo que se quiebra es una concepción del mundo, esa
según la cual “todo debe girar alrededor de la idea de progreso”, que se
basa en la infinitud de los recursos de la tierra. Pero los recursos
tienen límites -el también teólogo Franz Hinkelammert lo llamó la
“rebelión de los límites”-, así que ese modelo de sociedad basada en la ideología del sobreconsumo está en una crisis que no puede sino ser terminal,
como en crisis está “el sentido de la vida que los seres humanos
proyectaron en los últimos 400 años”, esto es, la organización de la
vida en función de la acumulación de capital.
Y, sin embargo, “el capitalismo prefiere ser suicida que cambiar”,
apunta Boff. Las soluciones no pueden venir del capitalismo, ni siquiera
de la modernidad occidental. ¿Dónde está la esperanza entonces? “La
sabiduría ancestral de los pueblos originarios de América Latina nos
muestra otra manera de entender la relación con el Universo: el indio no
se siente un extraño dentro de sí mismo; sabe escuchar atentamente los
sonidos de la naturaleza; intuitivamente entiende cuál es la vocación
del paso del ser humano por la Tierra: captar la majestuosidad del
Universo, entender que todo existe para irradiar, y nosotros, para
danzar la alegría de la vida”. Esa sabiduría “debe ser revisitada por
nuestra cultura materialista, por nuestra voracidad de aparatos que
puede llevarnos a un punto de no retorno”. Las cosmovisiones
indígenas son “la fuente de inspiración en esta crisis civilizatoria:
nos enseñan que podemos ser humanos de otra forma”, subraya.
La noción del Buen Vivir surge así como alternativa civilizatoria,
como propuesta para recuperar el equilibrio entre los seres humanos y la
naturaleza y sustituir el materialismo individualista por la
satisfacción de necesidades legítimas -ya no deseos infinitos- para
todos los seres humanos. “Se trata de construir un nuevo tipo de
ciudadanía socio-cósmica”, señala Boff; y se trata también de recuperar
la espiritualidad, lo sagrado, porque “sin lo sagrado, la
afirmación de la dignidad de la Tierra y del límite que habrá que
imponer a nuestro deseo de explotación se quedará en una retórica
ineficaz”. No hay transformación verdadera sin revolución cultural.
La Marea DdA, XII/2950
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