Se llama Araceli Ruiz. Tiene 90 años, una mirada limpia, mucho
vivido y mucho que contar. Es la suya una vida de película, una road movie.
Salió del puerto de El Musel el 23 de septiembre del 37, huyendo de la
Guerra Civil. Destino: la Unión Soviética. Era entonces Araceli una niña
de apenas 13 años. Junto a ella, tres de sus hermanas, Conchita,
Angelines y Águeda, y 1.100 niños en total. Un barco de carga francés,
una única dársena y un día oscuro, casi negro. "Lo recuerdo como si
fuera ayer", comenta. Entonces, ninguno de ellos lo sabía pero estos
pequeños, y los que salieron de otros puertos de España, estaban
llamados a escribir la historia. Los Niños de la Guerra. De
aquellos 1.100 guajes asturianos apenas quedan 100 con vida, la mayoría
de ellos, como Araceli y sus hermanas, regresaron al Principado, pero
algunos, los menos, aún viven en Rusia. Todos superan los 80 años.
ILEON
Se llama Araceli Ruiz y es una 'niña de la guerra'.
Esta asturiana está a punto de cumplir los 91 años, pero aún mantiene
vivos y muy despiertos los recuerdos de toda una vida, que más que
recuerdos ahora se convierten en lecciones de historia, ya que sus ojos
vieron el horror de la Guerra Civil española, el exilio junto a otros
niños a la Unión Soviética, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y
hasta la revolución cubana al lado del Che Guevara.
"Yo tenía trece años, era el año 37 y entonces ya sabéis que estaba
la Guerra Civil, en Gijón teníamos un acorazado que bombardeaba todos
los días y entonces todos países de Europa y parte de América Latina y
Asia se ofrecieron voluntarios a admitir a niños españoles mientras
durase la guerra", empieza a contar Araceli, dando los detalles de ese
viaje hasta Rusia como si hubiese sido ayer y no hubiesen pasado cerca
de ocho décadas.
Esta 'niña de la guerra' recuerda que la Unión Soviética se había
comprometido a acoger entre 3.000 y 4.000 niños. "En Asturias hicieron
una lista de los que querían mandar a sus hijos allá y unos 1.100 niños
salieron", relata Araceli, que explica que entonces no sabían qué día
exacto partiría el barco. "Mientras tanto estábamos concentrados en
escuelas o quintas y llegó el 23 de septiembre, ya por la noche nos
dijeron que salíamos ese día, Gijón estaba envuelto en la oscuridad
total y los autobuses que nos llevaron al Musel, todos con las luces
apagadas", cuenta.
En Leningrado el recibimiento fue apoteósico"
Allí iniciaba esa "aventura" forzosa que tenía como destino la ciudad
rusa de Leningrado. "Cuando llegamos al puerto nos metieron en las
bodegas, era un carguero y yo creo que los tripulantes eran chinos",
apostilla Araceli Ruiz, que recuerda que pasó dos días sin comer en el
trayecto hasta Saint- Nazaire, ya en Francia, donde harían transbordo a
un transatlántico ruso y donde tuvieron muy buen recibimiento. Pero ese
barco era pequeño para los más de mil niños españoles, junto a maestros y
educadores, por lo que hicieron una nueva escala en Londres, donde les
esperaba otro transatlántico "gemelo". "Partimos, uno llegó por la
mañana y otro por la tarde, en Leningrado el recibimiento fue
apoteósico", destaca.
"Mientras aquí éramos como hijos bastardos porque éramos de padres de
izquierdas, aunque mi padre no era del partido simplemente de la UGT,
pero éramos hijos de perdedores, de republicanos nos despreciaban y, sin
embargo, allá nos recibieron con pancartas, como niños de la guerra del
heroico pueblo español", añade Araceli, que reconoce que la vida allí
fue dura pero que, recalca, "el hambre es muy inteligente". Así, en
Leningrado había dos casas para los niños españoles y otras dos en las
afueras, donde estaban los "párvulos" que aún no habían comenzado los
estudios. "El límite de edades era entre cinco y trece años",
puntualiza.
Pero llegarían tiempos peores. "Cuando empezó la Segunda Guerra
Mundial fue la catástrofe", asegura Araceli, que cuenta que tras el
estallido de la contienda les trasladaron al puerto de Odesa, en el mar
Muerto, pero el mismo 22 de junio fue bombardeado e incendiado. Los
niños fueron evacuados y, tras cruzar el mar Caspio y el desierto,
llegaron a Samarkanda (Uzbekistán). Allí pasó toda la guerra hasta que,
una vez finalizada, los niños españoles fueron concentrados en Moscú,
"con una casa para jóvenes que no querían estudiar y otras para los que
no querían seguir estudiando".
El Che lo tenía todo, y además era guapísimo
Así, Araceli Ruiz terminó primero el curso de peritaje, como técnico
de construcción de puentes y carreteras. "Me llevaron entonces a
trabajar a una ampliación de la autopista de Moscú a Minsk, que es la
frontera con Polonia", recuerda.
Entonces terminó también sus estudios universitarios en la Facultad
de Economía y dos años después, en 1959, estalló la revolución cubana y
el ejército ruso decide ayudar a ese movimiento. "Necesitaban a gente
que hablase español y ruso, porque ni los rusos hablaban español ni los
cubanos ruso y allí nos llevaron a mi marido y a mí de traductores",
declara Araceli, que bromea diciendo que siempre tuvo muy claro que se
casaría con un español "aunque fuese malo y feo" porque con un ruso "era
todo muy complicado".
En Cuba conoció a Raúl y Fidel Castro pero, sobre todo, fue muy
importante su encuentro con el Che Guevara, con el que trabajó
directamente. "Él era comandante pero también era médico, era un fuera
de serie, inteligente, humano, caritativo, generoso, trabajador. Lo
tenía todo y además era guapísimo como hombre", describe Araceli, que
explica que el Che les preguntó a ella y a su hermana por su familia y
por qué estaban separados de ella. Entonces, Araceli llevaba casi
treinta años sin ver a sus padres y Guevara le animó a que los trajera a
Cuba y él firmó "sin pensar y sin pedir autorización a nadie" el
permiso que era necesario para que su padre y su madre pudieran
conseguir el pasaje de Gijón a La Habana.
Ya se lo digo a mis hijas, cualquier día me escapo a Australia"
"Al cabo de un mes mis padres se presentan en Cuba, yo lloraba porque
se me había olvidado cómo eran y estaba en el último mes para que
naciera mi segunda niña, que nació en La Habana, y la primera en Moscú",
relata con claridad, mientras recuerda que ese reencuentro se prolongó
durante cuatro meses, sin que sus padres tuvieran que preocuparse por
nada "porque nosotros vivíamos y ganábamos bien". Ese tiempo fue muy
importante porque cuando regresó a España, en 1975, su padre ya había
fallecido, pero aún pudo disfrutar de su madre, que vivió hasta los 97.
Una vida intensa y cargada de experiencias, marcadas por algunos de
los episodios más importantes de la historia del siglo XX, y a la que
sólo falta, según reconoce la propia Araceli, viajar a Australia.
Después de haber estado en Ruanda, Angola, América Latina, Asia central y
Europa sólo le falta un continente por pisar. "Ya les digo a mis hijas,
cualquier día yo me escapo a Australia, aunque sólo sea para ver los
canguros", bromea Araceli Ruiz.
Asturias24
No hay comentarios:
Publicar un comentario