Los muertos de la política no
se resignan a hacer mutis y suelen contar con aduladores necrófilos que
les bailan el agua y les cambian el formol como a Lenin para seguir
cobrando entrada
Juan Carlos Escudier
Llevaba algún tiempo oliendo a cadáver político y existía cierta
confusión acerca de la procedencia de las emanaciones. Cuando se empezó a
percibir el efluvio muchos se volvieron hacia el nuevo líder del PSOE,
Pedro Sánchez, que si no muerto sí que estaba muy dormido, y del que se
habían empezado incluso a escribir epitafios anticipando su asesinato en
el comité central a manos de un panda de Brutos nada florentinos. Los
de la partida eran inconfundibles porque a las tres frases soltaban sin
venir a cuento aquello de “Susana es un cañón”, dando pistas inequívocas
sobre el arma que pensaban utilizar en el crimen.
Viendo acercarse a la de la guadaña, el candidato a fiambre se llevó
por delante a la dirección del partido en Madrid y ganó en los penaltis
el debate del Estado de la Nación a Rajoy. Sin que pueda decirse que se
ha salvado, su esperanza de vida ha mejorado notablemente y hasta es muy
posible que pueda usar como desodorante el cañonazo de Susana Díaz en
Andalucía si en los comicios de mayo no acaba sudando la gota gorda.
Lejos de disiparse, el hedor ha aumentado tras las elecciones de este
domingo. Todo el mundo ha apuntado hacia UPyD, donde Rosa Díez parece
dispuesta a pasearse por España como si fuera Felipe el Hermoso a
hombros de ese séquito de Juana la Loca en el que quiere convertir a su
partido. Corría el rumor de que Díaz había decidido someterse a la
incineración, que en lo que a olores se refiere es mano de santo, pero
todo fue una falsa alarma. Muerta en vida, Díez sigue adelante como un
zombi y hasta se ha atrevido a citar a Churchill: “El éxito no es
definitivo; el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para
continuar”.
Díez podría haber elegido otras frases del británico, desde aquella
que definía al fanático como “alguien que no puede cambiar de opinión y
no quiere cambiar de tema” a la que explicaba que “la política es más
peligrosa que la guerra, porque en la guerra sólo se muere una vez”. Si
alguna cosa no se puede pedir a un muerto es que sea objetivo con las
citas. Ni que dé un paso atrás para evitar que el partido que ha vestido
de rosa sus camisetas, las pegatinas, los carteles, su publicidad, los
faldones de sus oradores y hasta los jerseys de sus candidatos y,
posiblemente, su ropa interior le acompañe al otro barrio. ¿Acaso el
emperador Qin Shihuang no se hizo enterrar con un ejército? ¿Protestan
Toni Cantó y los rebeldes del comité de dirección que han dimitido
porque no acaban de imaginarse a sí mismos inmóviles y silenciosos como
figuras de terracota?
El vaho de la muerte que llega de Andalucía es denso como el
almizcle. Se respira en UPyD y también en IU, donde se estaba fraguando
un suicidio colectivo antes de experimentar al sur de Despeñaperros lo
infiel que puede resultar el electorado. Con el mal de amores alguna
izquierda es muy temperamental, mucho más que su líderes. Cayo Lara, por
ejemplo, lleva varios meses frío como un témpano sin entender que su
impasibilidad frente a lo que acontece y su incapacidad para tomar
decisiones es una manifestación más de la parca. Desde que se quedó sin
sangre en las venas, Lara es una momia andante con camisas de cuello
Mao, que en lo de no llevar corbata sí que es pionero. Cuando acepte
como inevitable el tránsito hacia Argamasilla y que sea otro quien
escriba la historia de IU puede que lo de pasar página se torne
imposible por falta de apuntador.
Los muertos de la política son tipos testarudos e irreductibles. No
se resignan a hacer mutis y suelen contar con aduladores necrófilos que
les bailan el agua y les cambian el formol como a Lenin para seguir
cobrando entrada. En el PP, donde lo de cobrar es un mandamiento
esculpido en las tablas de la ley, muchos se temen ya que el señor con
barba al que han atado al caballo no es el Cid ni ganará más batallas.
Rajoy cabalga hacia el desastre pero habrá que esperar al mes de mayo
para que se aprecie que su inmovilidad no es producto de la siesta. Ya
sea tarde para cambiar de jinete. Al presidente, siendo generosos, hay
que suponerle fenecido desde hace tiempo porque para estar al frente de
la cueva de Alí Babá sin inmutarse hay que estar muerto o ser un tío muy
vivo, que también es una posibilidad.
Público/ DdA, XII/2960
1 comentario:
Yo no sé qué hace Escudier en Público como subdire, pero está claro que la frecuencia con la que ahora y no antes escribe sus artículos es uno de los valores más destacables de un periódico que, por lo demás, creo abusa de cierto sensacionalismo manifiesto favor hacia el podismo. Besos de Julio
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