Antonio Aramayona
Pasé la tarde de ayer en el corral de un pueblecito aragonés, donde un hombre (de nombre raro: algo así, como Iván Petróvich Pávlov) experimentaba con una gallina: cuando la gallina movía la cabeza para hurgar un ala con su pico y solo en ese caso, el hombre hacía caer desde arriba, cerca de ella, unos cuantos granos de trigo. Al principio observé que la gallina no asociaba el movimiento de su cabeza con la caída de alimento, pero al cabo de unos cuantos ensayos más, la gallina comenzó a hurgar compulsivamente sus alas con el pico a la espera de la llegada de más granos. Una vez que aquel hombre obtuvo el resultado deseado (=la asociación movimiento del pico y la cabeza con el grano), la gallina se pasó toda la tarde, hasta bien entrado el atardecer, repitiendo tal conducta, aunque ya no caían más granos y aunque finalmente sus alas quedaron bastante dañadas. Aquel hombre me invitó después a un generoso plato de Jamón de Teruel y un buen vaso de vino (aunque por su color y olor recordaba al vodka) y brindó, orgulloso: “He creado una ‘neurosis animal’: la “creencia” de que del elemento A se sigue B, aunque real y objetivamente nada tengan que ver el uno con el otro”.
Pasé la tarde de ayer en el corral de un pueblecito aragonés, donde un hombre (de nombre raro: algo así, como Iván Petróvich Pávlov) experimentaba con una gallina: cuando la gallina movía la cabeza para hurgar un ala con su pico y solo en ese caso, el hombre hacía caer desde arriba, cerca de ella, unos cuantos granos de trigo. Al principio observé que la gallina no asociaba el movimiento de su cabeza con la caída de alimento, pero al cabo de unos cuantos ensayos más, la gallina comenzó a hurgar compulsivamente sus alas con el pico a la espera de la llegada de más granos. Una vez que aquel hombre obtuvo el resultado deseado (=la asociación movimiento del pico y la cabeza con el grano), la gallina se pasó toda la tarde, hasta bien entrado el atardecer, repitiendo tal conducta, aunque ya no caían más granos y aunque finalmente sus alas quedaron bastante dañadas. Aquel hombre me invitó después a un generoso plato de Jamón de Teruel y un buen vaso de vino (aunque por su color y olor recordaba al vodka) y brindó, orgulloso: “He creado una ‘neurosis animal’: la “creencia” de que del elemento A se sigue B, aunque real y objetivamente nada tengan que ver el uno con el otro”.
El experimento observado ayer
por la tarde con la gallina me llevó a pensar por la noche, una vez llegado a
casa, que también los seres humanos necesitamos crearnos neurosis y
asociaciones parecidas para garantizarnos subjetivamente seguridad y
tranquilidad. De hecho, a veces desde el poder se valen de esa supuesta
“necesidad” de seguridad para controlar a los individuos y los grupos sociales:
Si
haces A,
conseguirás pareja. Si haces B, tendrás buena cosecha. Si danzas
haciendo C o
sales en procesión con Z, lloverá; si haces esto y aquello, irás al
cielo; de lo contrario, irás al infierno; y si danzas haciendo D, la
pesca será
copiosa… Se trata de supersticiones que pretenden aquietar el ánimo
y librarlo de preocupaciones. Sin embargo, pensándolo solo un poco, resulta
absurdo asociar unos ritos o unos objetos con unas determinadas consecuencias,
pero el ser humano es capaz de creer y hacer cosas inverosímiles con tal de convencerse
de que puede controlar de algún modo las dificultades y la incertidumbre de la
vida.
Algunas personas se cargan de
medallitas, colgantes, pulseras, exvotos, imágenes, prendas u objetos que
supuestamente protegen o dan buena suerte. Ponen velas a santos o vírgenes para
aprobar exámenes o conseguir éxito en una operación quirúrgica. El portero se
santigua pidiendo a su dios fuerzas y luces para parar el penalti y el
delantero rival se santigua y pide a ese mismo o a otro dios fuerzas y luces
para meter el penalti. Y es que hay quien no soporta la soledad de su libertad
y del mundo, y por eso busca el amparo de algo sobre lo que descargar la
preocupación.
El mundo está repleto también de creencias en
que todo, hasta lo más nimio, está sujeto a la decisión última y suprema de algún
ser superior. Tales creencias no tienen el menor fundamento científico y
racional, pero los individuos, los grupos, las sociedades y las culturas las
asumen como la cosa más natural del mundo. Entonces la superstición se reviste también de tradición
para resultar finalmente intocable, a la vez que se nutre de los miedos, los
temores, las preocupaciones, las angustias, las esperanzas y los anhelos de
muchas personas.
Hace más de 2.500 años surgió el pensamiento
racional en el mundo occidental. Sin embargo, el pensamiento mágico
ha sobrevivido sin problema alguno e incluso ha reclamado siempre que ha podido
su supremacía social. Por ejemplo, en unas determinadas épocas, cada pueblo y
cada gremio relatan una aparición milagrosa de alguna virgen o santo, que a
menudo ordena la construcción de algún templo o ermita. A partir de ahí se
forman las procesiones, las tradiciones, los milagros, que públicamente no
pueden ser cuestionados sin que la propia vida o el buen nombre de quien los
cuestiona no corran peligro en nombre del respeto a las tradiciones y los
sentimientos del pueblo.
Para que una persona alcance su
maduración es preciso que rompa vitalmente con las creencias en que
determinadas acciones (rezos, procesiones, ensalmos, conjuros, exorcismos,
hechizos…) tienen algo que ver con la realidad del mundo y de la vida. Unas
frases mágicas son simples pseudoproposiciones y las supersticiones
englobadas en un solo sistema de creencias son en el mejor de los casos un
remedo de pseudociencia.
La vida se va haciendo a base
de momentos en los que voy decidiendo por dónde quiero ir y no ir, qué quiero y
no quiero hacer de y con mi vida. Soy el responsable del resultado final y no
hay por qué acudir a otros elementos para explicar quién y qué soy, o descargar
la responsabilidad sobre otros. Hay algunos que para librarse de la
incertidumbre se refugian en la astrología, la cartomancia, la adivinación, el
espiritismo, el tarot o en cosas similares. Hay quienes prefieren ir al
curandero o creer en los efectos beneficiosos de un placebo tan elegantemente
presentable como la homeopatía que atenerse a lo que la ciencia médica
diagnóstica, prescribe, recomienda y actúa. Como común denominador, siempre
está la creencia en que hay unas fuerzas paranormales o supranaturales capaces
de influir en nuestros cuerpos y nuestras mentes.
Unos lo llaman destino,
otros quieren ver una fuerza invisible en los astros, en los rituales mágicos,
en los espíritus
y los dioses.
La razón, con todas sus limitaciones, les muestra que no hay prueba científica
alguna de su existencia, pero a veces el amor es ciego y la superstición es
ciega siempre. Se agradece a los dioses, los astros o el destino si el viaje ha
acontecido sin percance, pero si ha acabado en accidente mortal, se acata la
voluntad de esos dioses, astros o espíritus. Lo importante es creer siempre en
que hurgar en el ala izquierda reporta granos de trigo, a no ser que decidan
otra cosa desde lo alto. La alquimia dio paso a la química y la astronomía
tiene el verdadero discurso científico en lugar de la astrología, pero no son
pocos aún los que cada año encargan su carta astral, o ponen velas al santo de
turno, o atribuyen a la intervención milagrosa de alguna virgen salir con vida
de una operación de aorta.
La gallina de nuestro corral tiene distorsionada la percepción de lo que ocurre y lo que le ocurre:
atribuye la realidad (comida) a unas supuestas causas (hurgar con su pico en el
ala). Muchos seres humanos sufren (consciente o inconscientemente, voluntaria o
involuntariamente) una distorsión perceptiva análoga.
VALGA ESTO PARA LA “SEMANA SANTA” QUE VA A CAER
SOBRE NUESTRAS CABEZAS LA PRÓXIMA SEMANA.
VALGA ESTO SOBRE TODO PARA QUE LO LEAN EL
MINISTRO WERT Y LA CONSEJERA ARAGONESA DE EDUCACIÓN SERRAT, Y RECTIFIQUEN SU
DECRETO SOBRE ENSEÑANZA DE LA RELIGIÓN EN LAS ESCUELAS.
DdA, XII/2959
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