viernes, 27 de febrero de 2015

LA CHACONA DE LA PARTITA Nº 2 DE BACH: UN IMPULSO VITAL PERMANENTE



Alicia Población Brel

La primera vez que escuché la Chacona de la partita número dos de Bach para violín solo  tuve el escalofrío más largo de mi vida. Sobre un mismo tema las notas jugaban, vibraban en cada fibra misma de su ser, entrando en el sonido y zambulléndose en el aire. En cada media sonrisa que me sacó aquella primera vez, en cada parpadeo, más largo que el anterior, en el que parecía que podías ver cómo se dibujaba la música a tu alrededor y te envolvía llevándote a otra parte, en cada nota que sonaba, era como sentir una cascada que te empapaba de música hasta los huesos, humedeciendo el alma y las pupilas. Con tan solo un arco enamorado que acariciaba sin cesar las cuerdas sobre las que bailaban y parecían volar los dedos, se creaba un oasis, un mundo en perspectiva, una burbuja que te levantaba; y de repente te encontrabas levitando entre armonías, acordes, vayolajes... Poco a poco avanzabas, poco a poco pero sin detenerte. Eso es Bach, un impulso, una utopía, una esperanza, una visión de mundo, un camino donde no vale parar, porque, como la vida misma, su música te empuja. Hacia delante, siempre hacia delante.

Y UN POEMA DE JUAN CARLOS MESTRE

LO QUE SÉ DE MI

Yo he nacido aquí junto a las altas lilas del verano
y los verdes racimos amargos de la aurora.

Yo he nacido entre las rosas que han muerto
y el mustio follaje de los jardines de un sueño.

En las transparentes alamedas que canta el ruiseñor
y abre el rocío con su cuchillo de cristal en la mañana.

Como la hoja que cae sobre un sepulcro
yo he pisado al nacer esta piedra y su luz me ha salpicado.

Como el que nace para la música y talla la madera o la roca
y escucha su voz crujir bajo el cincel y no pregunta.

Yo he nacido duro de corazón y equivocado,
pero vosotros me habéis dado la tierna mano de la primavera.

El que sopla las estaciones y hace reverdecer al árbol muerto
ha mirado esta rama joven que no ardía.

Al consumido en su luz y al que el amor destierra
mis días por igual se han parecido.

Como aquel que al entrar en su casa se encuentra con la mar
y goza y es feliz y se queda con ella para siempre.

Yo he nacido aquí antes de que mi corazón se diera cuenta
y una dulce mujer se acercara a mi sombra como madre.

Desde entonces he sido melancólico y triste
porque he contado los astros y la lluvia y la arena.

De lo ajeno he tenido la bondad de la tierra
y de lo mío la nada en su infinita certeza.

He visto a los hombres mirar hacia el cielo
como buscando la vida que junto a ti se les niega.

Y he padecido con el dolor entre todos
y no he cerrado la puerta al florecido en su odio.

Al que marcado con saliva se esconde de los muchos
lo he elegido más cerca de mi corazón que a los otros.

Y he contemplado a los pájaros
resolver en el vuelo el misterio del aire.

Yo he nacido aquí junto a la piedra de Cluny
donde brota el mirto su tallo en la maleza.

Pero no he sido feliz,
mi memoria se ha cansado de llover y esperarte.

Nada pudo la abundante espiga del dolor contra nosotros,
cuanto más me iba, más tu amor me aprisionaba.

Y así he sido claro bajo el sol y también fuente
donde vienen a beber desde el fondo del mundo las estatuas.

Y un día, un día como hoy resplandeciente y puro
rozado tal vez por el deseo se acercó a la ventana mi figura.

Y al ver todo transido de pétalo aquel cuerpo
salí como siguiéndola y me perdí en su calle.

Yo te he amado pequeño pueblo entre dos ríos
donde supo mi corazón el don de la palabra y las alondras.


DdA, XII/2933

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