Descartado el socialismo real, visto estúpidamente con terror, es asombroso a la par que motivo de consternación que no se haya salido todavía del bucle infernal consumo-empleo-desempleo-austeridad. Una nueva revolución de la economía política es ya un imperativo categórico para la sociedad occidental.
Porque es un hecho constatable que el pensamiento de todo ser humano, a
cualquier nivel, incluido el más profundo, está atrapado en la época que vive. Los grandes pensadores de cada momento histórico reflexionan con amplias miras y generalmente
adelantados a su tiempo, pero sin alejarse en exceso de los dictados de la
conciencia colectiva. Siendo así que la conciencia
colectiva es en general proyección de la enseñanza recibida en la familia o en la escuela pero en todo
caso en sumisión, es también un subproducto en manos del poder: en otro tiempo y prácticamente hasta ayer primero el religioso, luego
el militar asociado al religioso, y en los tiempos más recientes el económico estrechamente ligado al civil.
Y así, por ejemplo, en la deriva evolutiva de la historia es observable
(ciñéndonos ahora a la cultura occidental y a partir del Cristianismo) que ningún pensador consagrado,
explícita o implícitamente ha prescindido en su discurrir de la noción de "Dios". Ni siquiera los heterodoxos.
Naturalmente que hubo ateos que lo
negaron. Pero citadme a uno que pasó a la posteridad que se atreviese a algo más que a interrogarse sobre él... Y si hay alguno será excepción. Esto sucede al menos hasta el siglo XIX con Feuerbach, Nietzsche,
Dostoyevski y Marx; los cuales consideran la noción "Dios" como una creación del hombre. En realidad podría decirse que a partir de la irrupción del pensamiento abstracto en la historia de la Humanidad, todo él y sus intentos de convertirse en praxis pueden
reducirse a una sucesión de construcciones mentales en la medida que a los
poderes interesa. Y es que el pensamiento conocido predominante de cada época está atrapado en el espíritu y por el
espíritu de la época como en una ratonera de la que no puede salir. Y quien se aventuró a sacudirse el yugo impuesto por ese espíritu, puede
decirse que hasta ayer y casi indefectiblemente lo pagó al precio de la muerte y si no al de la locura.
Pues bien, lo mismo que ha sucedido con la
noción de "Dios" ocurre con la noción "mercado" en el capitalismo hasta Karl
Marx. Marx revolucionó
la economía, pero su concepción de la economía y de la sociedad fue sepultada
por los poderes de Occidente tras la caída del Muro de Berlín y arrancado
de cuajo del discernimiento común. Pero también
del discurrir de los economistas, que lo han eliminado de los discursos académicos y aun de los no académicos por temor a la postergación y a pasar por lo que no desean ser. Pero es que lo
que ha pasado con la noción de "Dios" y de "mercado",
ocurre ahora con la idea de "consumo", por definición de lo superfluo. Fruto del extremo cretinismo de
Occidente el teorema es: fuera del dios "mercado" y del semidiós "consumo" no hay salvación; ni para la economía, ni para la política, ni para
la sociedad.
Y es que al término de la segunda guerra mundial las naciones vencedoras llegaron al
acuerdo no escrito del pensamiento único, de la economía única y de la
política única. (Idea ésta, la del pensamiento único, prestada del filósofo alemán Schopenhauer, que luego Marcuse llama
unidimensional y que yo llamo unidireccional). Al fin y al cabo, lo que
entendemos por "realidad" no es más que lo acordado en consenso por minorías. Y ahora mismo, esas élites que asentaron primero el principio de Dios y luego el del dios
Mercado (capitalista) y del semidiós Consumo,
deciden la diosa "Austeridad". Simplificando
causas y efectos en contestación de
austeridad frente al exceso de la época anterior pero reciente, del binomio hybris (exceso)-areté (austeridad) sale un engendro irresoluble y al tiempo paradoja: por un
lado la austeridad impuesta no es austeridad sino privación (pues no es austero el privado de lo indispensable
sino quie, disponiendo de lo indispensable, se priva voluntariamente de lo
superfluo), y por otro, la privación es causa directa de la austeridad por efecto del no consumo masivo.
Es así como el no consumo se convierte en el obstáculo insuperable para el desarrollo de la economía y causa de privación. Un efecto llamativo es que, siendo por sí misma la austeridad la virtud del término medio por excelencia (tanto individual como
social y ya un imperativo de la razón al ser conscientes de la limitación de los recursos del planeta), es también un recurso diabólico en manos del poder, de los poderes. Pues estos,
después de haber enriquecido a minorías a través del consumo salvaje durante al menos dos décadas, están haciendo de la austeridad otro instrumento de enriquecimiento de las
mismas o de otras minorías a costa del despojo colectivo; es decir, a costa
de la privación de lo imprescindible para la vida de millones de
personas. Así
es que, siendo la austeridad asumida una actitud
provechosa para el individuo aislado, para la sociedad humana y para el mundo
que se agota, la austeridad impropia -la forzosa impuesta casi a punta de
pistola por los poderes económico y civil-
por un lado anula la propia como opción de vida, y por otro es causa del efecto devastador en los excluidos,
no ya de bienestar sino de supervivencia… a menos que sean socorridos por la
caridad o por la filantropía: justo lo que sucedió con la esclavitud y con la servidumbre
instituidas.
Así es que, si hasta los grandes pensadores en general están atrapados en su tiempo y de entre los que ahora
puedan existir, aun presa de la espiral mercado, consumo, austeridad se esfuerzan
por salirse de su tiempo pero son ignorados deliberadamente por las fuerzas
ideológicas que están detrás de la caja de resonancia de los medios, ya me diréis qué esperanza hay
de un mundo nuevo y mejor para todos sin excepción. Por eso urge romper el tarro de acero donde se encierra el pensamiento único y la economía única por la revolución simultánea, tanto económica como política que comience por la mediática.
Desafiar de esa manera a esos sociobiólogos que vienen pronosticando desde hace tiempo el suicidio de la
Humanidad como el último avatar, creo
que, hoy, antes que enfrentarse al islamismo como la bestia a destruir, debiera
ser éste, el de la nueva revolución el principal objetivo de Occidente.
DdA, XII/2929
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