Érase
una vez un escritor que vendió muchas novelas. Se enriqueció y le
nombraron académico de la lengua (española). Desde su tribuna y altura
escribía de todo y de todo opinaba, siempre indignado, y a muchos
insultaba porque no eran inteligentes. Imbécil y gilipollas fueron sus
palabras de re-presentación porque era
tan culto como sincero y cercano. Y un día se enfadó mucho, más todavía,
porque los niños y jóvenes no leían El Quijote en las aulas. Pero él
quiso salvarlos y, a los pocos días, presentó su propio Quijote para
jovencitos y gente inculta, una versión popular, que publicó la Real
Academia. Y lo presentó en la Feria del Libro de Guadalajara, en México.
Fue muy divertido, dijo el escritor. Y lo pasó muy bien el ilustre
indignado eliminando las digresiones de Cervantes en el "El ingenioso
hidalgo Don Quijote de la Mancha". También cambió «todas aquellas
palabras demasiado antiguas por otras también antiguas y tomadas de
Cervantes pero cuyo sentido era más fácil de comprender por un lector
moderno», declaró con gran sencillez y claridad. Cuánta grandeza, cuánto
mérito y humildad. Salvó a la patria de su lengua el insigne escritor.
DdA, XI/2862
1 comentario:
Los méritos de una obra artística están en toda ella, quien los adapte, sea musical o literariamente, hace otra cosa que no puede llegar el nombre de la obra adapatada ni del autor que la ha hecho.Eso es ser un parásito.
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