He contado hoy en el portal que ayer
recibí en el buzón de casa (consecuencia de colgar tantas veces mis alegaciones
y escritos oficiales, con mi dirección completa, en este Diario, por ejemplo) una
carta postal, franqueada, en la que un hombre de cuyo nombre no quiero ni
querré acordarme me acusa, entre otras
cosas, “de estar privando a la juventud española”, con mi actitud y
reivindicaciones, de “lo más importante de la vida humana” (la religión, que
identifica con las clases de religión en la escuela). Vuelvo a escribir en este Diario y por
enésima vez mi opinión sobre las clases de religión en los centros de
enseñanza.
Vamos a ver, si alguien está muy
interesado en que sus hij@s adquieran una sólida formación religiosa, lo tiene
la mar de fácil: entre lo que ell@s observen y escuchen en casa y lo que les
digan en la catequesis o la parroquia, asunto arreglado. Si sus deseos son
también que amplíen su educación religiosa en la escuela, aún le queda (de
momento) otra vía más: los colegios privados confesionales. Si quiere además
que asistan a clase de Religión y Moral Católicas en la escuela pública, que
sea una asignatura de rango idéntico al resto de las asignaturas, que el
sobresaliente en Religión que seguramente obtendrán sus hijos contribuya a la
media de sus estudios, que el profesor sea designado a dedo por el obispo
católico de turno no siempre según criterios precisamente académicos (algunas
no renovaciones de contratos que han ido apareciendo en los medios de
comunicación así lo confirman), entonces ha de concluir que le interesa mucho
más lo que tiene de clase que lo que tiene de religión; o, si se me apura, más
de poder e influencia que de formación y educación.
Es curioso, pero no ha habido en toda la
historia de España una época con mayor libertad de cultos y creencias que la
actual. Y, sin embargo, desde la Iglesia Católica siguen pataleando en cuanto
atisban la posibilidad de una revisión del status quo existente e incluso pretenden
quedar como víctimas del laicismo y la
persecución que supuestamente padecen. Y es que, según les convenga, van
saltando de mata en mata, apelando a lo que les parece más oportuno: la
necesidad de la dimensión trascendente del ser humano, la conveniencia de
conocer algunos datos y hechos relevantes para la historia del arte o… el
Concordato, con sus privilegios y sus dineros.
En realidad, se está dejando de lado el
aspecto nuclear del asunto: en un centro educativo (al menos, público), se
imparten saberes, no creencias; se estudian ciencias de la naturaleza y
ciencias del espíritu (sigamos hoy la nomenclatura de Dilthey), pero no tienen
cabida doctrinas y adoctrinamientos. La fe y las confesiones religiosas son
respetables como tales, pero no constituyen materia de asignatura alguna. La
insistencia en las clases de Religión y Moral católicas tiene mucho más que ver
con las parcelas de poder que la jerarquía católica ha poseído desde hace
muchos siglos que con la religión como tal. Ese poder está condensado
fundamentalmente en el Concordato y en los Acuerdos entre el Estado Español y
la Santa Sede. No hace falta ser doctor en lógica para concluir que lo que
realmente debe ser revisado (o derogado) son tales Acuerdos y no simplemente la
modalidad y las condiciones de las clases de religión en los centros educativos
españoles.
Y aquí ya hemos nombrado a la bicha… No
ha habido un solo Gobierno español desde 1975 que haya osado poner sobre el
tapete la revisión o la revocación de tales Acuerdos. Asistimos frecuentemente
a intromisiones abiertas de la jerarquía católica en materias éticas, sociales,
legales y políticas de nuestro país. Dentro de ellas, la clase de religión en
la escuela pública es uno de los temas más recurrentes.
Quizá llegue pronto una día en que esta
cuestión sea abordada en su raíz y quirúrgicamente. No creo que haya alguien
realmente creyente que vea amenazadas sus convicciones y vivencias religiosas
por la desaparición de una asignatura de religión en los centros públicos de
enseñanza (deseo que en un día no lejano todos los centros sean públicos). Sus
convicciones trascienden con mucho semejante casuística y sus vivencias le
resultan bastante ajenas al pulso que el episcopado español pretende hacer
sistemáticamente con los sucesivos Gobiernos. Por el contrario, tendrá tan
claro como cualquier otr@ ciudadan@ que se trata de intereses creados, de poder
de distinto sesgo y signo, y de carácter no precisamente trascendente, sino
marcadamente terrenal.
Y ahora Vinos Chueca, estupenda banda (musical e incluso también algo de forajidos –es broma…) de Casetas (Zaragoza), aprovecha el río revuelto, como acostumbra, y nos canta “Si fuese Dios”, canción que viene pintiparada con lo que he estado escribiendo, y cuya letra y música no tienen el menor desperdicio.
Y ahora Vinos Chueca, estupenda banda (musical e incluso también algo de forajidos –es broma…) de Casetas (Zaragoza), aprovecha el río revuelto, como acostumbra, y nos canta “Si fuese Dios”, canción que viene pintiparada con lo que he estado escribiendo, y cuya letra y música no tienen el menor desperdicio.
DdA, XI/2876
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