Jaime Richart
De las acusaciones que los
cómplices de los corruptos y los condescendientes con ellos hacen a los
que se proponen dar cumplida solución a este país y de paso a la vida de
ya millones de personas, no vale la pena malgastar un solo argumento.
Pero sí en cambio vale la pena salir al paso del recelo de los
desconfiados bien pensantes que ven utopía en la determinación de los
movimientos sociales de acabar con el drama que vive este país, de
librarnos de agiotaje, de los nefastos oligopolios de la energía, de
privilegios nefandos de las élites, y de toda esa podredumbre política
que se ha introducido en la gobernación para enriquecerse
escandalosamente en perjuicio de millones de habitantes y del país
entero.
Aunque
es inútil porque sus ideas están tan alejadas de cualquier ideal que
trascienda el egoísmo supremo personal, el de grupo y el de clan, no
está de más recordar que todos los logros y conquistas de la sociedad
moderna son consecuencia de transformaciones más o menos azarosas de
utopías en rabiosa realidad. Cuando los países coloniales,
(prácticamente casi hasta finales del siglo XIX) todavía consideraban la
esclavitud como un estado propio de la desigualdad que reina en la vida
de la Naturaleza, también veían en los intentos de abolirla una utopía.
Ahora no hay quien no la considere una abominación de la especie
humana. Durante casi dos mil años, no creer en un Dios antropomórfico
fue no sólo imposible o una quimera, sino también causa de persecución o
de la hoguera o un delito, y hasta principios del siglo XX no había
libros en biblioteca alguna, ni filósofo, ni pensador, ni político, ni
rey o caudillo que no le tuviesen presente en su pensamiento público o
en su bandera. Hoy es prácticamente lo contrario: negarle, cuestionar su
existencia o tenerlo por metáfora forma parte del pensamiento común
dominante, al menos el de quienes no ostentan (o detentan) el poder o lo
merodean. Y qué decir del estatuto y derechos del ciudadano, del
trabajador, del sufragio de la mujer, de la idea de que de la máxima
igualdad social, pese a la resistencia de los patricios y grandes
propietarios, sólo se derivan bienes para todos.
Todos
sabemos qué significa la palabra utopía: en general un lugar que no
existe, una idea irrealizable, un programa político inviable. En este
último sentido su opuesto es pragmatismo, un concepto nacido a en
Estados Unidos a finales del siglo XIX cuyo significado es: "sólo es
verdadero lo que funciona". Pero resulta que "lo que funciona" son, por
un lado, la fuerza que domina la vida en la Naturaleza y, por otro, la
fuerza opresiva de los que tienen los instrumentos de dominación social
para vencer sin convencer. "Lo que funciona" es lo que quieren ellos, lo
que su propaganda induce a que piense el pueblo. Pero también lo que
exaltan los conspiradores contra la ciudadanía, en contraposición a lo
que denigran de ella y llaman demagogia. "Lo que funciona" en el sistema
neoliberal de los gobiernos de los países del sistema del que son
cómplices los socialdemócratas, es privatizar lo público, apropiarse de
lo público y en definitiva depredar.
La
cosa es que, como en tantas cosas de la vida ordinaria, la "verdad",
"lo correcto", "lo que funciona" está en el término medio. Y en el
ámbito social, las tres cosas están en las transformaciones que la
sociedad demanda clamorosamente al poder político dominado por el
implacable poder económico.
La
sociedad española, en diversos sectores, vive dramáticamente. Y vive
así tenga o no tenga empleo, pues la incertidumbre preside y guía su
vida. Tanto si no lo tiene, porque carece de recursos, como si lo tiene,
porque su salario es miserable y duerme con temor a perderlo, le es
imposible decidirse a traer hijos al mundo y a organizar una familia.
Bien.
Prescindamos de la revolución y evitemos la violencia que acompaña a
las revoluciones tradicionales para conseguir los cambios. De ello van a
encargarse las movilizaciones sociales que están en el umbral de
conseguir las llaves para lograr cambios que nos acerquen al máximo
posible a la utopía y nos situarán en "lo que funciona"; pero no "lo que
funciona" según la óptica del poder instituido, sino desde la
concepción global del poder a constituir.
En
todo caso, la sociedad occidental, cimentada sobre la manipulación
psicológica de las masas, sobre las engañifas mercantiles y sobre los
abusos basados en el conductismo y en el mentalismo (de los que son
autores intelectuales estadounidenses) para dirigirnos al consumismo
salvaje y de paso a la destrucción de la Naturaleza, es una sociedad
infantil e infantilizada que debe repensarse cuanto antes a sí misma y
elevar su conciencia a otros niveles. Elevar la conciencia, y propiciar
el salto a otras formas y filosofía de vida que no consistan en
"consumir" hasta niveles de paroxismo para que "todo funcione". Estamos
en momentos en que es posible que los pilares de la sociedad sean las
artes y la artesanía, la conversación, el ejercicio, el deporte, la
ciencia, la ociosidad creativa... El genio británico Bertrand Russell ya
lo propone en su ensayo "Elogio de la ociosidad". En definitiva, vivir
esa Edad de Oro cervantina que pasaba por una quimera y que hoy, por una
inteligencia colectiva potenciada por las nuevas tecnologías que
propician la sinergia exponencial en la humanidad pacífica, puede y debe
convertirse en glamurosa realidad.
En España es preciso confiar en fuerzas que se encarguen de esa grande y noble misión. Pues aunque sus logros se quedasen en la mitad de lo que se proponen, siempre será mucho más que lo que nos espera de ladrones y mediocres que nos gobiernan y de los nuevos oportunistas de los dos partidos principales que, después de habernos arruinado, todavía siguen empeñados en gobernar.
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