Ana Cuevas
Los ricos también mueren. De momento. La diferencia es que aunque
su paso por la vida, en el mejor de los casos, haya sido parasitario y
superfluo, sus obituarios serán pomposos y más falsos que un euro de
cartón. Para esto, como para tantas otras cosas, España es diferente. La
muerte de ciertos personajes activa una desviación que raya en la
necrofilia. Pasó con Fraga, con Botín y ahora con la Duquesa de Alba.
Tres personajes, desde mi perspectiva plebeya, que pueden ser el
compendio de la España negra de la represión, la explotación y la
charanga y pandereta.
Me sangran los oídos escuchando a la corte de
estiralevitas relatar una biografía edulcorada del finado de turno. Y no
se por qué, me acuerdo de los Santos Inocentes y de esa España
de señoritos y siervos que describió maravillosamente Delibes. El 90% de
las propiedades de doña Cayetana, una de las mayores fortunas del país,
están exentas de impuestos. Milana bonita- susurran los
jornaleros que la Casa de Alba explota de sol a sol.
Se puso el mundo
por montera la aristócrata. ¿Y cómo no? El mundo, en las manos del
dinero, es un objeto que se puede manosear y arrojar al tendido con
gesto torero. Las mujeres obreras de su generación, como mi madre, no
tenían la misma libertad de albedrío. Sus humildes existencias estaban
encorsetadas entre la religión y el patriarcado imperante. Cualquier
salida de tono, la menor frivolidad de las que gozaba la duquesa,
hubiera bastado para estigmatizarlas de por vida.
Sin embargo, doña
Cayetana era muy devota y no era extraño verla entre un revuelo
alborotado de sotanas. De todos es conocido que el cielo también se
compra en cómodos plazos mensuales. Así obtuvieron su parcela, en un
exclusivo barrio celestial, Manuel, Emilio y Cayetana. Y es en estos
momentos cuando más me alegro de ser atea. Imaginen una eternidad donde
siguiera habiendo VIP´S y el clasismo campara per secula seculorum.
¡Qué pereza!
Porque no sé ustedes, pero yo necesito salir de la Edad
Media. Una era oscura que llega hasta estos días y que pretende
mantenernos en el temor de lo divino y lo humano. Cuanto más asustados,
más sumisos. El miedo (al cambio) también es la principal arma que usan
contra PODEMOS. Más vale malotes conocidos que idealistas por conocer.
¿Para qué aventurarse a apostar por una sociedad más justa y plural si
ya estamos acostumbrados a los palos? Olé, olé y olé- taconea Cayetana
dentro de la caja. ¿Para qué cambiar nada?
Afortunadamente (y sin ánimo
de ofender a nadie en particular) el sistema huele a muerto. No
servirán para nada las floridas necrológicas que le dediquen sus
voceros. Al final, es un proceso natural. Putrefacción creo que se
llama. Una vez que empieza, no hay vuelta atrás. Se autodestruye solo
por momentos. ¿Qué prefieren susto o muerte? El instinto de
supervivencia me inclina a decantarme por el susto. Será porque no tengo
nada de santa ni inocente.
DdA, XI/2849
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