Olga Rodríguez
Decía Gramsci que cada proceso revolucionario lleva
la restauración dentro, la reforma, la regresión. Estamos en ese punto
en el que la clase dominante ha perdido el consenso, pero mantiene su
dominación artificialmente, evitando ser reemplazada, prolongando esta
transición en la que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina
de llegar.
Ha crecido la corrupción, la desigualdad,
la pobreza, la estafa, y por eso no basta con negociar relevos, con
cambiar algo para que todo siga igual. Desde sectores muy diferentes de
la sociedad hay un clamor, una urgencia, una necesidad que requieren
reacciones responsables y rotundos golpes de timón.
No habrá cambios sin rupturas y sin las escenificaciones de tales
rupturas, y de ello deberían tomar buena nota quienes se empeñan en
mantener en sus partidos a corruptos e inmovilistas, y también quienes
creen que basta con limpiar las cosas a puerta cerrada, sin dimisiones
públicas, sin acusaciones públicas, sin necesidad de que nadie entone el
mea culpa.
No es tiempo de suaves trasvases de poder
con palmaditas en la espalda incluidas. El “que se vayan todos” que se
coreó en la Argentina del corralito y que en España se exige con otras
palabras desde diversos sectores es una legítima exigencia precisa para
poner fin a una época infame en la que la corrupción económica y moral
ha estado presente en prácticamente todos los sectores y ámbitos.
Es época de lobos que nos hablan como si fueran corderos mientras
devoran nuestros derechos, nuestros espacios, nuestra vida. Quienes se
aferran al poder –no sólo en el Estado, sino también en los partidos
políticos– no lo soltarán a base de acuerdos cordiales en los despachos.
Y, en caso de que lo hicieran, a estas alturas eso no sería suficiente
de cara a la ciudadanía.
Sería terriblemente triste y
frustrante que después de tanto como se está logrando construir frente a
las viejas formas de hacer política y de hablar sobre política, todo
quedara en un transformismo que diera espacio a unos pocos críticos para
seguir legitimando el paisaje podrido.
En esta
guerra sin balas declarada por la corrupción y la desigualdad las
víctimas siguen creciendo. Más de 26.500 familias perdieron su casa en
el primer semestre del año, y ha aumentado un 18% las que han entregado
sus viviendas sin alternativa habitacional. Mientras tanto, la empresa
ACS ya ha cobrado la indemnización del Proyecto Castor, un pago de
más de 1.350 millones de euros aprobado por el Gobierno, que pagaremos
entre todos [sumando el pago de los intereses, la repercusión real para
los contribuyentes superará los 4.000 millones, según la OCU]. El presidente de ACS, Florentino Pérez, es el mismo que vendió recientemente un hospital público
a un fondo de inversión o el que, sin especialización pedagógica, ha
logrado la adjudicación de la gestión de varias guarderías en Madrid.
A la voracidad de ciertos lobos sólo se la detiene con rotundidad. Y
esto es aplicable no sólo al país, sino a los políticos que siguen
creyendo que no hay mejor y más urgente patriotismo que el de su
partido. Por encima de las siglas está el futuro de millones de
personas. Ha surgido un nuevo escenario político en el que el
bipartidismo mantiene su poder pero pierde su credibilidad. Ante ello
algunos aúllan, nerviosos, temerosos de perder sus privilegios.
Hay herramientas políticas para tumbar en el ring
a los responsables de la corrupción, de la crisis, de la estafa. Pero
los defensores del statu quo despliegan ya su estrategia de contraataque
para los meses venideros. No será un año fácil.
elDiario.es
2 comentarios:
España siempre fue tierra de lobos.
Tenemos la sensacion de que la estructura de poder formada durante todos estos años, con sus redes de corrupción y su apalancamientos a los cargos políticos, tiene la consistencia de la dictadura y que la fuerza de los votos que castiguen al sistema va a originar muchos aullidos y resistencias.
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