Jaime Richart
En los últimos tiempos venimos
asistiendo en España a un cúmulo de noticias relacionadas con la
corrupción generalizada de la clase política, de empresarios de la
construcción y de allegados de ambos. La corrupción y la exclusión y la
marginación sociales corren parejos por todo el país. Se calcula que son
12 millones de habitantes los que padecen directa o indirectamente las
consecuencias de la crisis económica, de las maquinaciones financieras y
del expolio del dinero público metódicamente practicado por numerosos
políticos a todos los niveles, empezando por miembros de la cúpula del
partido del actual gobierno y del propio gobierno.
Todo ello consecuencia de la suma de los siguientes factores individuales y sociológicos: ambición patológica, idea generatriz extendida de que lo que es de todos es, como en la caza, del primero que ve la pieza, falta absoluta de escrúpulos favorecida por una libertad al servicio de los poseedores y no de los desposeídos (pues la poca que tienen estos han de dedicarla a su supervivencia), leyes benévolas con los autores de los delitos económicos, y una legislación procedimental que propicia la trampa hasta el extremo de que en el enjuiciamiento de dichos delitos prevalece el valor de la forma sobre el fondo, al igual que el sistema dominado por el pensamiento neoliberal valora de manera enfermiza la propiedad privada por encima de la pública, protegiéndola a veces más que a la vida humana.
Todo ello consecuencia de la suma de los siguientes factores individuales y sociológicos: ambición patológica, idea generatriz extendida de que lo que es de todos es, como en la caza, del primero que ve la pieza, falta absoluta de escrúpulos favorecida por una libertad al servicio de los poseedores y no de los desposeídos (pues la poca que tienen estos han de dedicarla a su supervivencia), leyes benévolas con los autores de los delitos económicos, y una legislación procedimental que propicia la trampa hasta el extremo de que en el enjuiciamiento de dichos delitos prevalece el valor de la forma sobre el fondo, al igual que el sistema dominado por el pensamiento neoliberal valora de manera enfermiza la propiedad privada por encima de la pública, protegiéndola a veces más que a la vida humana.
Pues
bien el carácter estructural de la corrupción lo imprime el papel
irrelevante de la Justicia, en cuanto a resultados, en esos hechos
delictivos. Gran aparatosidad mediática, miles de procesos abiertos por
esa causa, cientos o miles -que mas da- de imputados pero apenas nadie
entra en la cárcel, y cuando alguien entra en ella sale enseguida; nadie
devuelve los miles de millones fruto de los desfalcos pero tampoco la
Justicia confisca precautoriamente sus bienes para que respondan del
dinero malversado o dilapidado, y los embargos preventivos a duras penas
cubren las responsabilidades penales y civiles. Es decir, cuando se
habla de corrupción estructural no es sólo por las distintas tramas de
desvalijamiento de las arcas públicas urdidas por miembros destacados de
las instituciones centrales y locales, sino porque la Justicia forma
parte de ella más o menos voluntariamente favoreciendo de distintos
modos, más o menos sutiles, la impunidad.
Que
las escuchas telefónicas y las grabaciones acaben siendo causa de
nulidad del proceso encaminado a depurar la responsabilidad penal,
sugiere la maniobra dilatoria o exculpatoria del autor del delito;
delito conocido justo gracias a aquellas. Que no es tanto la falta de
medios -que también- como que la propia Justicia contribuye a la
impunidad de los delitos llamados de cuello duro en la medida que es
implacable con los delitos llamados de bagatela, y que la razón de esta
grave disfunción anida en el espíritu de buena parte de los juzgadores
emboscados en el órgano colegiado que es cada tribunal (así como en
parte del cuerpo fiscal) y en la grave lacra de la politización de la
justicia, es una constatación constante.
Que
a dos jueces (Baltasar Garzón y Elpidio Silva) instructores de delitos
económicos de una tremenda envergadura como posteriormente se ha
comprobado, la propia Justicia les haya apartado e inhabilitado de su
carrera tampoco tiene que ver con la falta de medios y sí con un
minimizar la gravedad de los ilícitos cometidos por personajes de las
élites. El hecho de que la Justicia cuente con: órganos fuertemente
politizados, (Tribunal Constitucional y el Consejo del Poder Judicial),
una Ley de Enjuiciamiento Criminal mostrenca favorecedora de los ya
privilegiados, y una sospechosa política penitenciaria que condesciende
con los pocos penados que acaban en la cárcel por periodos breves,
redondea la impresión generalizada en la ciudadanía de que el objetivo,
no de los jueces instructores individualmente considerados sino de los
juzgadores constituidos en tribunales como otra clase de poder político
o ideológico, es amparar a los poderosos y a las clases sociales
hegemónicas; impresión reforzada por la miserable aplicación por el
gobierno del instituto del indulto, directo o encubierto, cuando sabe de
un corrupto condenado.
Se
habla de la opacidad de los gastos de la Casa Real, de la opacidad en
la financiación de los partidos políticos, de la opacidad de los gastos
de diputados y senadores, de la opacidad en el ejército y en otros
ámbitos institucionales... Pero no se destaca lo turbio del aparato de
la Justicia inclinado a favor de unos segmentos de sociedad en perjuicio
de todos, con una manifiesta asimetría entre el trato dispensado a unos
segmentos y a otros. El caso es que la impunidad acaba a menudo
llegando bien por la prescripción, es decir, por el paso del tiempo de
una instrucción penal excesivamente prolija, bien por toda clase de
argucias leguleyas insertas en la legislación aplicable a la que los
defensores recurren cuando se sientan (o no acaban nunca de sentarse por
motivos aparentemente sólo garantistas) ante la justicia políticos y
empresarios grandes defraudadores, grandes impostores y grandes
saqueadores de dinero público.
Todo
lo cual nos ofrece al final una imagen tenebrosa y patética de la
Justicia española, trufada de artificios que atufan a una corrupción que
se entrelaza a la mismísima columna vertebral del sistema,
inficionando, viciando y falseando su pretendida naturaleza democrática,
arruinando al país, enriqueciendo a unos cuantos y empobreciendo
dramáticamente al resto de la población.
DdA, XI/2845
No hay comentarios:
Publicar un comentario