Emilio Silva
Imagina que te piden que definas la vida, que cierres los ojos y
sientas los abrazos de quienes ya no están; que se te haga un nudo en la
garganta pensando en los padres que nunca volverás a ver, en los amigos
que murieron jóvenes, en los que han tenido mala suerte, en los que por
alguna razón irracional no han conseguido rozar la felicidad. Imagina
que te llevan a visitar un museo donde se exponen todas las
oportunidades que perdiste; los silencios que no debiste guardar, una
piscina donde se balancean como agua salada todas las lágrimas que te
ha arrebatado la tristeza. Pero entonces imagina que escuchas seguidas
todas las risas, que sientes juntas todas las veces en que te
estremeciste, en que te emocionaste, en que cerraste los ojos frente a
otro rostro y te besó el universo, el infinito, en que te reconciliaste
con un amigo, con un amor, en que la mirada de tus hijos, su sonrisa o
un paso que dan hacia la madurez, dan por un segundo sentido a toda tu
existencia. Imagina que vives y que yo llevo 49 años respirando para
vivir este momento y que le lanzo un tango a la vida.
TANGO A LA VIDA
Pisarla sin moqueta, sin suela, sin plantilla,
su espacio es una ruta que exige pies desnudos,
los poros de las plantas sabrán de sus pasiones,
aunque a veces los pasos se conviertan en nudos.
Comerla sin envase, sin plato, cruda y simple,
como comen los sueños realidades de plomo,
que vague su textura por el tiempo intestino,
que es bueno digerirla sin saber qué ni cómo.
Mirarla sin cristales, sin lentes, sin lentillas,
mirarla sin rodeos, tampoco de reojo,
que atrapen las pupilas su mágica provincia,
que sepan de su noche, su luna, su despojo.
Amarla sin temores, sin miedo, sin recelo,
crecer en su universo, en su mota de polvo,
es frágil y resiste, es dulce y necesaria,
y aunque a veces nos cueste hay que dárselo todo.
DdA, XI/2838
Pisarla sin moqueta, sin suela, sin plantilla,
su espacio es una ruta que exige pies desnudos,
los poros de las plantas sabrán de sus pasiones,
aunque a veces los pasos se conviertan en nudos.
Comerla sin envase, sin plato, cruda y simple,
como comen los sueños realidades de plomo,
que vague su textura por el tiempo intestino,
que es bueno digerirla sin saber qué ni cómo.
Mirarla sin cristales, sin lentes, sin lentillas,
mirarla sin rodeos, tampoco de reojo,
que atrapen las pupilas su mágica provincia,
que sepan de su noche, su luna, su despojo.
Amarla sin temores, sin miedo, sin recelo,
crecer en su universo, en su mota de polvo,
es frágil y resiste, es dulce y necesaria,
y aunque a veces nos cueste hay que dárselo todo.
DdA, XI/2838
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