Olga Rodríguez
El cielo no se conquista por consenso, sino por asalto,
decía Pablo Iglesias hace unas semanas. Lo dijo en clave interna, pero
sin duda la frase sirve para aplicarla a la batalla externa.
Nuestro tiempo se caracteriza por una marcada dosis de alienación.
Según el diccionario, alienación es, entre otras cosas, el acto por el
que se traspasa la propiedad de una cosa.
Fue Ludwig
Feuerbach quien explicó la alienación a través de la relación del ser
humano con Dios. El filósofo alemán escribió que Dios no creó al ser
humano, sino el ser humano a Dios, proyectando en él sus mejores
atributos, su propia imagen idealizada, sus deseos y necesidades. Es
decir, el ser humano delega en Dios, renuncia a su propia naturaleza en
favor de la de un ser ajeno que él mismo creó. Es lo que llamó la
enajenación o alienación del ser humano.
Esta noción,
que Feuerbach la restringía al ámbito religioso, Karl Marx la extendió a
todas las esferas, criticando la concepción de un sujeto pasivo de
Feurbach. Para Marx la alienación se registra en diversos campos, desde
la producción de bienes -la gente pierde el control sobre el producto de
su trabajo- hasta la política, con la división entre la sociedad civil y
el Estado: el Estado, que debería ser concebido como la representación
de los intereses de la mayoría social, puede convertirse sin embargo en
un instrumento represivo al servicio de unos pocos. Es decir, se apropia
de tareas que nos corresponden a todos, destruyendo los espacios para
la participación y la vigilancia ciudadanas. Y así sufrimos una
alienación política, confundiendo delegar con claudicar. Frente a ella
es preciso recuperar el Estado.
Un simbólico ejemplo
histórico de formación de un gobierno de carácter popular se produjo en
el siglo XIX, en la experiencia conocida como la Comuna de París, cuando
el pueblo parisino -harto de la pobreza y la represión- tomó el poder y
se organizó frente a la máquina burocrático-militar del Estado. Sus
logros fueron numerosos: se redujo la jornada laboral, se abolió el
trabajo nocturno, se concedieron pensiones a viudas y huérfanos de la
Guardia Nacional, se defendió la laicidad Estado, se estableció el
revocatorio de los mandatos, hubo condonación de deudas por alquileres,
se apostó por la autogestión de los trabajadores, por la educación y la
cultura para todos.
A eso se refería Marx cuando dijo
que la gente de la Comuna de París de 1871 “tomó el cielo por asalto”. A
enfrentar la alienación. A hacerse con los espacios perdidos que nos
corresponden.
De ello trata este año crucial en el
plano político, social, y también cultural. Lo dijo recientemente el
filósofo Santiago Alba Rico en su intervención en la Asamblea de
Podemos, recordando el papel del ágora o la plaza pública de los
griegos, donde se compartían discursos, razones, principios, y
reivindicando la necesidad de llenar los huecos o espacios que nos
pertenecen:
“¿De qué está lleno el Parlamento hoy?
¿Quién ocupa ese hueco en España? No los ciudadanos, sino los persas y
sus soldados [en referencia a Ciro el persa mientras pensaba en
conquistar Grecia], fuerzas extranjeras que nos gobiernan además desde
el extranjero: el Fondo Monetario Internacional o el Banco Central
Europeo, los mercados financieros que nadie ha elegido. Persas son los
bancos, los paraísos fiscales, las agencias de evaluación, lo políticos
corruptos que facilitan los desahucios de familias con niños mientras s
gastan nuestro dinero en fiestas y relojes de lujo”.
Por más que algunos vociferan en contra de Podemos, lo cierto es que la
formación liderada por Iglesias se ha convertido en herramienta clave
para que seamos capaces de "llenar los huecos", de participar, de ocupar
los espacios que nos pertenecen y nos corresponden para recuperar la
democracia frente a la alienación.
El cielo está
ocupado y controlado por los bancos, por los fondos de inversión, por
los corruptos, por quienes fomentan la desigualdad, por los evasores de
impuestos, por los que se enriquecen a costa de políticas que despojan a
la mayoría social de derechos fundamentales.
La
cultura de la transición, la del 'consenso', nos ofrecería un pacto:
ciertas cuotas de poder a cambio de un trozo de nube, un par de
estrellas y un metro cuadrado de azul. Sería un cielo de cartón piedra,
una falsa representación, un gatopardismo con el que este país
continuaría sumergiéndose en el empobrecimiento, la precariedad y la
dificultad que tantas familias procedentes de la clase media ya padecen.
Este curso 2014-2015 necesita nuevas políticas dispuestas a la
rotundidad para evitar el riesgo de que todo quede reducido a una
restauración, a disfraces que sigan legitimando el árbol corrupto y
putrefacto. Está en juego el futuro de millones de personas. Está en
juego el regreso de la razón y la cordura después de tanto tiempo de
inmoralidad e infamia.
ElDiario.es
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