Submarinos. En un partido político nuevo, en plena
fase de configuración y con perspectivas de buenos resultados
electorales, suele percibirse un cierto olor a cargo, dinero y despacho,
que atrae a no pocas personas. Unas van de cara, participan de sus
ideas y objetivos, ofrecen su candidatura y sus capacidades, y tienen
poco que ocultar. Hay otras personas, en cambio, con una cierta
experiencia en el mundo de la política (aunque, generalmente, algunas no
hayan pasado de la Segunda División B política) y muchos modos de
maniobrar, maquinar y urdir para conseguir sus planes, alcanzar los
puestos anhelados y dar satisfacción así a su ego y a medio plazo
también a su bolsillo. Son los submarinos. Otros partidos políticos
saben mucho del abordaje de estos submarinos cuando apenas estaban en su
fase inicial de estructuración y ya estaban rozando ganar unas
elecciones generales.
Árboles. Es posible que
de tanto ocuparse casi exclusivamente de los problemas concretos
("puntuales" se suele decir actualmente) que atañen al funcionamiento
del propio partido o del país se acabe pensando primordialmente en
cuestiones aisladas (unos cuantos árboles) obviando la visión global del
bosque (los objetivos y los valores del propio partido, así como la
problemática general del país). Cuando esto ocurre, un partido político
está muerto y se hace casta. Como es sabido, "política" proviene del
griego polis, es decir, el Estado en su conjunto, la vida
ciudadana en su totalidad. Una persona es política en la medida en que
sus miras van ajustándose a la defensa y el fomento de los derechos
humanos fundamentales (vivienda, trabajo, salud, educación...) y las
libertades básicas de la ciudadanía. Una persona deja de ser política en
la medida en que olvida o cercena esos derechos y esas libertades.
Caudillos.
Toda organización necesita dirigentes, pero fenece cuando vitorea a
caudillos. No obstante, suele suceder que algunos de sus miembros
propenden a que esos dirigentes se conviertan en iconos y tótems
sociales, lo cual hasta puede venir bien a los publicitarios de la
organización, pero no al espíritu que impulsó su nacimiento. De hecho,
ningún dirigente debería acabar fagocitando a la organización misma,
añadiendo el acostumbrado sufijo "ismo" (felipismo, aznarismo,
troskismo, fascismo...), que acaba por desdibujar los rasgos esenciales
de identidad de la organización. Muy al contrario, así como un
dirigente, como decía Brecht (Loa de la duda),
nunca debe olvidar que lo es por haber dudado de los dirigentes, del
mismo modo el verdadero dirigente ha de aspirar a que cada miembro de la
organización sea autónomo, libre, crítico y dueño de sí mismo, y casi
nada o nada dirigido.
Dedos. Dice un proverbio,
atribuido a medio mundo, que cuando el dedo señala a la luna, el imbécil
mira el dedo. Los dedos trileros señalan cualquier cosa, con tal de que
esté controlada por ellos. Su objetivo es confundir, para finalmente
llevarse el gato al agua. Desde Leovigildo y Recaredo hasta nuestros
días, el poder económico y el poder religioso, a quienes pertenecen esos
dedos trileros, han estado maniobrando a su gusto y disfrutando de
privilegios pluriseculares, hayan sido quienes hayan sido los
gobernantes. Gobiernos socialistas y populares, sindicatos, monarquías
absolutistas y cualquier otra institución han sucumbido finalmente a lo
largo de la historia a los planteamientos (y chantajes) trileros de los
amos del dinero y del nihil obstat en exclusiva. Son como el aceite: siempre arriba, subsisten sus Concordatos, su riqueza y sus leyes.
El sol.
Escribió también R. Tagore que "si lloras por haber perdido el sol, las
lágrimas te impedirán ver las estrellas". Hoy Podemos aspira e invita a
luchar por alcanzar el sol, pero sabemos que ese sol representa una
utopía (una realidad óptima, que impulsa a ponerse en marcha cada día
con fuerza, pero solo alcanzable parcialmente, pues siempre viene Paco
con la rebaja). La utopía no consiste en un mundo de sueños imposibles y
al margen de la realidad, sino en la aspiración que todos tenemos a la
realización plena de algo (amor, política, sociedad, trabajo, vivienda,
educación, ocio, etc.). Por eso, sin utopías reales y auténticas la vida
carece de horizonte, pues la utopía no solo es posible, sino necesaria.
Sin utopías la vida carece de horizonte, de tensión, de dinamismo, de
verdadero sentido. Muy a menudo, el poder y los poderosos están
encantados con que las utopías nos parezcan una tontería o algo
irrealizable. Con utopías la vida y el mundo son perfeccionables,
mejorables y por ello nos esforzamos, luchamos y hacemos de cada día un
senda virgen con la esperanza de una vida mejor y un mundo mejor. Quizá
nunca veamos una utopía plenamente realizada, quizá no caminemos bajo la
luz del sol, pero sí podremos contar al atardecer y en plena noche una
multitud de estrellas, que nos irán iluminando ese camino que solo se
hace camino al andar.
El Huffington Post DdA, XI/2850
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