jueves, 16 de octubre de 2014

VIVE, TERESA ROMERO, VIVE, QUE TE QUEREMOS

Era de las primeras en dar un paso al frente. Llevaba 14 años lidiando con virus y bacterias y siempre había salido victoriosa. Pero lo que ahora le proponía su jefe era mucho más peligroso -e incierto- que el bacilo de la tuberculosis, la malaria o el sida. Teresa, organizada y valiente, tendría que enfrentarse al ébola, nada menos, un virus del que la sanitaria gallega apenas tenía conocimiento por fotografías de microscopio y alguna que otra lectura de divulgación. No sólo no se amedrentó sino que se presentó voluntaria. Se pondría en primera línea contra el ébola. Y el suyo sería el trabajo más sucio. Como auxiliar, su misión consistía en mantener limpio al misionero Manuel García Viejo, de 69 años, en la habitación-burbuja de la sexta planta del hospital Carlos III. Ni imaginaba que al poco tiempo ella volvería allí como paciente, al mismo lugar donde García Viejo agonizaba. Teresa recogía los vómitos, sus diarreas, le cambiaba los pañales, las sábanas -como ya había hecho antes con el padre Miguel Pajares-. Lo que no hacen enfermeras ni médicos. Era la que más riesgo corría al entrar en la habitación al tener que trabajar directamente con las principales fuentes de contagio: vómitos, heces, orina... Tenía que asear bien al enfermo y, sobre todo, darse prisa y no cometer errores. Se jugaba la vida. En 20 o 30 minutos, como máximo -eran las órdenes-, debía abandonar la habitación. Luego, se iba directamente a la esclusa, un pequeño habitáculo contiguo, donde se quitaba el traje protector. Paco Rego y Ana M. Ortiz, El Mundo.
Félix Población

No tengo la menor duda, a la vista de su ejemplar actitud al presentarse como voluntaria para atender a los dos misioneros que fallecieron por causa del ébola en Madrid, de que Teresa Romero pertenecía a esa nómina admirable de personal sanitario que con el vocacional desempeño de su profesión contribuyen a que los pacientes y sus familiares reciban el mejor de los tratos en nuestros hospitales públicos.

Esto, en una coyuntura en que se está pretendiendo de modo paulatino y artero un desmantelamiento de la sanidad pública, hace aún más meritorio el trabajo de cuantos profesionales han logrado que nuestro sistema de salud sea uno de los más competentes del mundo. Hay que repetirlo porque es justo y hay que defender ese patromonio de todos a toda costa porque quienes pretenden privatizarl0 deben merecer por parte de la ciudadanía la más contundente de las resistencias. Repito: la más contundente.

Nunca deseé, de modo más emocionado y razonado, a una persona a la que no tengo el gusto de conocer como Teresa Romero, un feliz y pleno restablecimiento de la enfermedad que padece. Tengo la sensación, al sentirlo y pensarlo así, que todos mis conciudadanos deben o deberían respirar un deseo similar, mientras esta auxiliar de enfermería lucha por su recuperación al lado de sus colegas y un equipo médico al que España entera deberían tributar asimismo la mayor admiración.

No sé si Teresa va a salir adelante de la gravísima afección que contrajo, llevada por un sentimiento y entendimiento de solidaridad equivalente al más noble de los compromisos con su oficio, pero estoy convencido de que todas las negligencias, ineptitudes y errores que la pusieron a un paso de la muerte, merecerían como contrapeso la crónica indudablemente ejemplar que se está escribiendo en la habitación/burbuja del hospital Carlos III donde está internada y de la que esperamos verla salir muy pronto, abrazada a su marido y con el sentimiento de ausencia por el inútil sacrificio de su perro Excalibur, sentimiento del que algunos miserables se mofaron públicamente de modo nauseabundo.

Este país, que asistió avergonzado a la gestión de su caso, con declaraciones tan mezquinas como las del consejero de Sanidad del gobierno de Madrid -no desafortunadas, según sus tardías excusas por escrito-, merece conocer la página de sobresaliente solidaridad y entrega profesionales que se está escribiendo en la habitación de Teresa Romero por un equipo sanitario que ojalá recupere para la vida a su compañera. 

Si así fuera, como deseamos, no solo tendremos la oportunidad de seguir contando en nuestra sanidad pública con un excelente ser humano, valientemente entregado al desempeño de su trabajo, sino con la garantía de que, como ella, hay equipos de médicos y enfermeras capaces de entender su vocación como un servicio público en el que la humanidad y la solidaridad priman sobre cualquier otro tráfico de intereses.

Te queremos, Teresa Romero. Con tu vida y la de quienes están contigo para lograr tu recuperación, defendemos la de la sanidad que de modo tan digno y encomiable representas y honras. Gracias.

PS.- Ayer hemos sabido a través del representante de la pareja que Teresa va adelante y que ha hablado con su marido. Teresa le preguntó por su perro y Javier Limón evitó contarle la verdad. ¿Volverías a hacerlo por tecera vez?, inquirió éste presuponiendo la respuesta de su mujer. Por supuesto, sobre todo ahora que tengo los antivirus, contestó Teresa. Hoy publica Eldiario.es una carta de Javier Limón a su mascota Escalibur que evidencia el dolor por la muerte inútil de su perro:
"Excálibur, donde quiera que estés sabes que los amitos siempre te llevarán en su corazón.
Acabaron contigo gente mala y sin sentimientos. Hicimos todo lo que pudimos y más para salvarte, pero al final no pudo ser. 
Mientras te escribo esta carta no paro de llorar, pero estoy muy orgulloso de ti porque has sido un ejemplo para el mundo entero, y no serás olvidado tan fácilmente.
Ahora, desde donde estés, tienes que darle fuerzas a la amita para que se ponga buena, igual que me las has dado a mí para no venirme abajo y seguir luchando.
Aunque ya no estés con nosotros, te prometo que se hará justicia.

                        DdA, XI/2815                          

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