Antonio Aramayona
El mundo parece estar volviéndose del revés. Ahora resulta que si un
colectivo desea ser consultado (repárese de nuevo en la palabra:
"consultado") eso es antidemocrático, porque una ley superior no
contempla ese caso o lo prohíbe. Según el Diccionario de la RAE,
consultar es "pedir parecer, dictamen o consejo", lo cual no parece
precisamente muy antidemocrático. En realidad, mucho menos democrático
es no permitir consultar por intuir o saber a ciencia cierta el
resultado de la consulta. Por si alguien aún no se ha percatado, me
estoy refiriendo a Cataluña y a la suspensión por unanimidad del TC de
la consulta (más precisamente, autoconsulta) por admitir a trámite y a
la velocidad del rayo los recursos de inconstitucionalidad presentados
por el Gobierno español.
Toda ley es una convención y no se
debería olvidar que también la Constitución de un país tiene un origen y
unos contenidos igualmente convencionales, por lo que tan democrático
es redactar y refrendar una Constitución como transformarla, cambiarla o
derogarla. Ocurre, sin embargo, que principalmente los dos partidos
políticos hasta ahora mayoritarios han iniciado una cerrada campaña
(rayana en cruzada) basada en la intangibilidad, sacralidad e
inmarcesibilidad de la Constitución española de 1978, de tal forma que
si en ella no cabe celebrar consultas populares territoriales, comete
pecado mortal muy grave quien atente contra nuestra santa madre
Constitución.
Estos dos mismos partidos políticos parecen haber olvidado que el 7 de junio de 1992 encabezaron
la reforma del artículo 13.2 de la Constitución a fin de que pudieran
votar y ser votados los extranjeros residentes en las elecciones
locales. Igualmente, que el 23 de agosto de 2011 modificaron
sustancialmente el artículo 135 con la inclusión de la "estabilidad presupuestaria" y la limitación del "déficit estructural" que
supere los márgenes dictados por la UE (en realidad, la Troika, una y
trina). Como ambos partidos cuentan con más del 90% de diputados y
senadores, ni se les pasó por la cabeza convocar un referéndum. Más aún,
habría bastado que un 10 % de parlamentarios hubiera solicitado tal
referéndum, pero como quien se mueve ya no sale en la foto (dicen que
dijo Alfonso Guerra), de aquellos polvos vienen estos lodos (lodos, por
emplear un forzado eufemismo).
Total, que la consulta popular de
la soberanía catalana se ha convertido en un recinto donde muchos
papagayos hablan a la vez: unos, repitiendo sin descanso que la voluntad
de un pueblo es superior y anterior a cualquier ley; otros, en cambio,
que la legalidad es superior y anterior a cualquier demanda local de
soberanía. La política española en general está ya tan acartonada que
cada vez se parece más a esos primeros cuentos infantiles de gruesas
páginas de cartón, de muy poco texto, trazos gruesos y fuertes colores
que acaban medio arruinados de tanto tocar y chupar por parte del
infante y que se leen finalmente con él y a petición de él por suscitar
en el niño, mediante la rutina, la primera sensación de conocer y
dominar algo. Produce aburrimiento de tan poco creíbles que se han
vuelto buena parte de los dirigentes políticos profesionales, que se
reparten prebendas, conciertan proyectos y debates, y esconden la basura
propia y ajena debajo de gruesas y caras alfombras.
Detrás de los
catalanes, esperan los vascos. Y los sacristanes de la sagrada
Constitución lo saben. Más de una vez una chica me dijo en mi juventud
bien a las claras que no quería saber nada de mí y que me esfumase lo
más pronto posible. Ahora hay muchos vascos y catalanes que no quieren
pertenecer a España ni se sienten españoles, pero hay novios hispanos
que se sienten frustrados y no admiten tales actitudes, aunque la
realidad sea la que es y como es. Sus encuestas les informan de que son
mayoría los posibles consultados, por lo que solo les queda aducir la
sagrada Constitución. En realidad les queda también el artículo 8.1 de
su Constitución por el que las Fuerzas Armadas (¡ay!) son garantes de la
"integridad territorial y el ordenamiento constitucional" de España.
Pero no nos pongamos lúgubres, por favor.
DdA, XI/2805
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