sábado, 20 de septiembre de 2014

EL PSOE NO DEBE QUEMAR PUENTES CON PODEMOS, DICE EL SOCIALISTA ANTONIO PIAZUELO

Antonio Piazuelo*
En política, como en casi todos los ámbitos de nuestras vidas, la aparición de un fenómeno más o menos inesperado suele provocar una sacudida de la rutina que obliga a repensar las cosas y a dibujar un nuevo mapa de urgencia que nos permita orientarnos en esa realidad que ha cambiado, muchas veces a pesar o en contra de nuestra voluntad. Esto es lo que ha sucedido, y está sucediendo, en el panorama político español a raíz de la estruendosa irrupción en el escenario de Podemos, tras las últimas elecciones al Parlamento Europeo.
El primer esfuerzo intelectual al que obliga el sorprendente (¿?) resultado que arrojaron las urnas en el mes de mayo consiste en comprender qué es exactamente la formación dirigida por Pablo Iglesias, qué representa y por qué ha obtenido un éxito de esas dimensiones. Porque Podemos no responde con precisión a ninguna de las categorías con las que estábamos acostumbrados a trabajar en el análisis político: no es un partido al uso, no reivindica ninguna de las tradiciones ideológicas conocidas (otra cosa es que sea deudora de alguna) y no aporta otro programa visible que no sea un rechazo global al sistema político establecido y a lo que ellos denominan “la casta”, un saco al que van a parar los partidos del arco parlamentario, los poderes económicos y cualquier otro poder fáctico.
Tampoco contaban para ese espectacular despegue con los recursos económicos y mediáticos con los que cuentan los otros partidos. Sí es verdad que han disfrutado de la constante exposición televisiva de su líder (aprovechada a la perfección) y de una inteligente utilización de las redes sociales, pero no parece que todo ello baste para explicar sus resultados electorales, y mucho menos el reforzamiento de sus posiciones, a partir de ahí, que detectan todas las encuestas. La conclusión lógica de todo ello no puede ser otra sino que Podemos canaliza, a pesar de todas sus deficiencias políticas, un movimiento de fondo de la sociedad que no había sido valorado correctamente por el resto de las formaciones políticas y que les ha estallado en la cara a la primera ocasión que han tenido los ciudadanos de expresarse en las urnas.
Llegados a este punto, y aunque sea pecar de inmodestia, no me resisto a citar unas líneas que escribí hace ya tres años: “Los partidos políticos no son un fin en sí mismos. El PSOE es un instrumento al servicio de la clase trabajadora y, como tal instrumento, o se renueva y cambia de cara, hundiendo sus raíces ideológicas en los deseos y necesidades de los miles de indignados de todas las plazas de España, o éstos se organizan y cambian de partido”. Fin de la cita.
Por lo tanto, los resultados electorales no deberían haber sorprendido a nuestros políticos (y, si alguno no había caído en ello, debería marcharse a casa por no haber sabido interpretar lo que le estaban diciendo sus votantes), pero ahora ya no es el momento de preguntarse por qué ocurrió lo que ocurrió ni de arrepentirse después, como dice el bolero, de lo que pudo haber sido y no fue. A estas alturas lo que toca es analizar la nueva realidad que surge tras el exitoso debut de Podemos y adecuar a ella las políticas a seguir. Y lo primero que hay que decir es que, a mi juicio, los grandes poderes de la derecha hispana –político, económico y mediático- han dado en el clavo de lo que significa esta fuerza emergente y se han puesto a trabajar para defender sus posiciones, adelantándose a la izquierda.
De forma resumida, cabe decir que la conclusión de la derecha sería: “Hay que frenar como sea este fenómeno que puede provocarnos (democráticamente, por supuesto) muchos dolores de cabeza y poner en solfa nuestros intereses”. Y, a continuación, se han preguntado dónde podría estar el muro que detenga el avance de Podemos. La respuesta a esa pregunta llegó sola: el PSOE es el muro, puesto que es el mayor caladero de votos del que se alimenta la nueva formación.
Más dudoso es que el PSOE haya entendido las cosas de esa manera, sobre todo si vemos el afán de sus dirigentes –los anteriores y los actuales- por descalificar a Podemos y por desmarcarse de ellos, rechazando incluso de plano la posibilidad de acuerdos poselectorales con los seguidores de Pablo Iglesias. Que esta actitud de los socialistas satisface a la derecha es innegable, si observamos el apoyo que los medios de comunicación conservadores prestan al Partido Socialista y a su nuevo líder. Me atrevo a afirmar que nunca hubo tanta información positiva sobre el PSOE y su secretario general, ni siquiera cuando Alfonso Guerra hacía y deshacía directores generales de Radiotelevisión Española.
No sé qué pensará de todo ello la dirección socialista, pero yo (tal vez por viejo) desconfiaría de esos halagos de la derecha y sus acólitos. Y pensaría que tantos desvelos por el PSOE tal vez estén encaminados a fortalecer su posición como dique destinado a frenar el crecimiento y la implantación de Podemos, mucho más que a favorecer los objetivos reales que verdaderamente importan a los socialistas. Y que, como siempre, no deberían ser otros que dar respuesta a los intereses de sus votantes.
Pues bien, en lugar de atender a ese objetivo, vital para el PSOE, uno tiene la impresión de que sus líderes están aprovechando los altavoces que la derecha pone a su servicio para hacer precisamente lo que el poder conservador desea: convertirse en el mayor obstáculo contra Podemos, en lugar de asumir como propios los postulados razonables (¡y los hay!) que esa formación pone en primer plano y que les han acarreado muchos votos cuyo lugar natural estaría en el PSOE si se decide a entender lo que los ciudadanos están diciendo a gritos. Y, lo que es peor: esos ataques socialistas, en buena medida, están sirviendo para alimentar el crecimiento del supuesto enemigo… sobre todo porque se sustentan en argumentos falaces, cuando no sencillamente infantiles y, ay, desmemoriados.
Veamos: ¿Radicalismo? Bueno, tal vez el radicalismo no sea tan ajeno a la verdadera tradición del PSOE y de sus votantes. En marzo de 1977, en un mitin en la Plaza de Toros de Zaragoza y delante de Felipe González, el que suscribe defendió ardorosamente la socialización de los medios de producción, la nacionalización de la Banca y la imputación ante la Justicia de los directivos de la Caja de Ahorros. Lo mismo que defendieron otros socialistas en todo el país… y cinco millones y medio de ciudadanos, que votaron esas ideas. ¿A quién acusamos de radicalismo?
¿Falta de organización política? Bueno, bueno. Si los ciudadanos supieran cuántos militantes de pago contabilizaba el PSOE en 1977, se echarían a reír. ¿Populismo?, ¿demagogia? ¿Por qué no recordar las campañas de OTAN, no y OTAN, sí? A muchos militantes de entonces, nos guste o no, el Podemos de ahora nos recuerda demasiado al PSOE de aquellos años. ¿Y no fue ese mismo PSOE el que, con todos los ajustes necesarios, gobernó en España durante catorce años y realizó la mayor transformación social y política de su Historia?
Desengáñense los que tengan que desengañarse. Con muchos errores y defectos –externos e internos-, con ideologías criticables en muchos de sus dirigentes, e incluso con actitudes personales ciertamente pueriles, quién sabe si de origen freudiano, Podemos ha venido para quedarse, ocupando un espacio en la izquierda española. Y ha venido para quedarse porque responde a las inquietudes y deseos de un sector social importante, que es lo que finalmente determina si una formación política sobrevive o no. Ahora lo que le toca al PSOE es decidir si quemamos los puentes con ellos o si buscamos coincidencias. Y, cuando se decida sobre ello, habrá que tener en cuenta con quién queremos gobernar.
 Porque, y eso no debe olvidarse, los socialistas tienen que aspirar a gobernar. No le vale al PSOE comportarse como Izquierda Unida, cuyo objetivo se centra en conseguir unos cuantos diputados más para que sus dirigentes no se vean obligados a seguir el camino de Gerardo Iglesias, Anguita o Llamazares, de paso que olvidan la verdad primaria de que, en democracia, se gobierna con mayorías. Así que la pregunta es: ¿Con quién quiere formar mayoría el nuevo -¿y renovado?- PSOE? ¿Con los que proponen los viejos dirigentes, o con los que proponen los votantes?
Tengo que decir que, personalmente, yo ya tomé mi decisión en las últimas Elecciones Europeas.
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*Miembro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la Unión General de Trabajadores (UGT) desde los años 1970, durante 18 años fue miembro del Comité Federal del PSOE. Fue elegido diputado al Congreso en 1977, en las primeras elecciones parlamentarias libres tras la dictadura por la circunscripción de Zaragoza. Renovó el escaño por la misma circunscripción en 1979.Como diputado, participó en la Legislatura Constituyente y formó parte de la Asamblea de Parlamentarios que inició el proceso autonómico para Aragón. Después fue elegido diputado a las Cortes de Aragón en las primeras elecciones autonómicas de 1983. Tras ser durante ocho años concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza (1987-1995), volvió a ser elegido diputado autonómico en 1999, renovando el mandato en las dos convocatorias siguientes, 2003 y 2007. En las Cortes aragonesas fue miembro de la Diputación Permanente de 2003 a 2011. Ese año abandonó el PSOE por discrepancias con la dirección del Partido de los Socialistas de Aragón (PSOE de Aragón).

                                     DdA, XI/2794                                    

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