Antonio Piazuelo*
En
política, como en casi todos los ámbitos de nuestras vidas, la aparición de un
fenómeno más o menos inesperado suele provocar una sacudida de la rutina que
obliga a repensar las cosas y a dibujar un nuevo mapa de urgencia que nos
permita orientarnos en esa realidad que ha cambiado, muchas veces a pesar o en
contra de nuestra voluntad. Esto es lo que ha sucedido, y está sucediendo, en
el panorama político español a raíz de la estruendosa irrupción en el escenario
de Podemos, tras las últimas
elecciones al Parlamento Europeo.
El
primer esfuerzo intelectual al que obliga el sorprendente (¿?) resultado que
arrojaron las urnas en el mes de mayo consiste en comprender qué es exactamente
la formación dirigida por Pablo Iglesias, qué representa y por qué ha obtenido
un éxito de esas dimensiones. Porque Podemos
no responde con precisión a ninguna de las categorías con las que estábamos
acostumbrados a trabajar en el análisis político: no es un partido al uso, no
reivindica ninguna de las tradiciones ideológicas conocidas (otra cosa es que
sea deudora de alguna) y no aporta otro programa visible que no sea un rechazo
global al sistema político establecido y a lo que ellos denominan “la casta”,
un saco al que van a parar los partidos del arco parlamentario, los poderes
económicos y cualquier otro poder fáctico.
Tampoco
contaban para ese espectacular despegue con los recursos económicos y
mediáticos con los que cuentan los otros partidos. Sí es verdad que han
disfrutado de la constante exposición televisiva de su líder (aprovechada a la
perfección) y de una inteligente utilización de las redes sociales, pero no
parece que todo ello baste para explicar sus resultados electorales, y mucho
menos el reforzamiento de sus posiciones, a partir de ahí, que detectan todas
las encuestas. La conclusión lógica de todo ello no puede ser otra sino que Podemos canaliza, a pesar de todas sus
deficiencias políticas, un movimiento de fondo de la sociedad que no había sido
valorado correctamente por el resto de las formaciones políticas y que les ha
estallado en la cara a la primera ocasión que han tenido los ciudadanos de
expresarse en las urnas.
Llegados
a este punto, y aunque sea pecar de inmodestia, no me resisto a citar unas
líneas que escribí hace ya tres años: “Los
partidos políticos no son un fin en sí mismos. El PSOE es un instrumento al
servicio de la clase trabajadora y, como tal instrumento, o se renueva y cambia
de cara, hundiendo sus raíces ideológicas en los deseos y necesidades de los
miles de indignados de todas las plazas de España, o éstos se organizan y
cambian de partido”. Fin de la cita.
Por
lo tanto, los resultados electorales no deberían haber sorprendido a nuestros
políticos (y, si alguno no había caído en ello, debería marcharse a casa por no
haber sabido interpretar lo que le estaban diciendo sus votantes), pero ahora
ya no es el momento de preguntarse por qué ocurrió lo que ocurrió ni de
arrepentirse después, como dice el bolero, de lo que pudo haber sido y no fue.
A estas alturas lo que toca es analizar la nueva realidad que surge tras el
exitoso debut de Podemos y adecuar a
ella las políticas a seguir. Y lo primero que hay que decir es que, a mi
juicio, los grandes poderes de la derecha hispana –político, económico y mediático-
han dado en el clavo de lo que significa esta fuerza emergente y se han puesto
a trabajar para defender sus posiciones, adelantándose a la izquierda.
De
forma resumida, cabe decir que la conclusión de la derecha sería: “Hay que
frenar como sea este fenómeno que puede provocarnos (democráticamente, por
supuesto) muchos dolores de cabeza y poner en solfa nuestros intereses”. Y, a
continuación, se han preguntado dónde podría estar el muro que detenga el
avance de Podemos. La respuesta a esa
pregunta llegó sola: el PSOE es el muro, puesto que es el mayor caladero de
votos del que se alimenta la nueva formación.
Más
dudoso es que el PSOE haya entendido las cosas de esa manera, sobre todo si
vemos el afán de sus dirigentes –los anteriores y los actuales- por descalificar
a Podemos y por desmarcarse de ellos,
rechazando incluso de plano la posibilidad de acuerdos poselectorales con los
seguidores de Pablo Iglesias. Que esta actitud de los socialistas satisface a
la derecha es innegable, si observamos el apoyo que los medios de comunicación
conservadores prestan al Partido Socialista y a su nuevo líder. Me atrevo a
afirmar que nunca hubo tanta información positiva sobre el PSOE y su secretario
general, ni siquiera cuando Alfonso Guerra hacía y deshacía directores
generales de Radiotelevisión Española.
No
sé qué pensará de todo ello la dirección socialista, pero yo (tal vez por
viejo) desconfiaría de esos halagos de la derecha y sus acólitos. Y pensaría
que tantos desvelos por el PSOE tal vez estén encaminados a fortalecer su
posición como dique destinado a frenar el crecimiento y la implantación de Podemos, mucho más que a favorecer los
objetivos reales que verdaderamente importan a los socialistas. Y que, como
siempre, no deberían ser otros que dar respuesta a los intereses de sus
votantes.
Pues
bien, en lugar de atender a ese objetivo, vital para el PSOE, uno tiene la
impresión de que sus líderes están aprovechando los altavoces que la derecha
pone a su servicio para hacer precisamente lo que el poder conservador desea:
convertirse en el mayor obstáculo contra Podemos,
en lugar de asumir como propios los postulados razonables (¡y los hay!) que esa
formación pone en primer plano y que les han acarreado muchos votos cuyo lugar
natural estaría en el PSOE si se decide a entender lo que los ciudadanos están
diciendo a gritos. Y, lo que es peor: esos ataques socialistas, en buena
medida, están sirviendo para alimentar el crecimiento del supuesto enemigo…
sobre todo porque se sustentan en argumentos falaces, cuando no sencillamente
infantiles y, ay, desmemoriados.
Veamos:
¿Radicalismo? Bueno, tal vez el radicalismo no sea tan ajeno a la verdadera
tradición del PSOE y de sus votantes. En marzo de 1977, en un mitin en la Plaza
de Toros de Zaragoza y delante de Felipe González, el que suscribe defendió
ardorosamente la socialización de los medios de producción, la nacionalización
de la Banca y la imputación ante la Justicia de los directivos de la Caja de
Ahorros. Lo mismo que defendieron otros socialistas en todo el país… y cinco
millones y medio de ciudadanos, que votaron esas ideas. ¿A quién acusamos de
radicalismo?
¿Falta
de organización política? Bueno, bueno. Si los ciudadanos supieran cuántos
militantes de pago contabilizaba el PSOE en 1977, se echarían a reír.
¿Populismo?, ¿demagogia? ¿Por qué no recordar las campañas de OTAN, no y OTAN,
sí? A muchos militantes de entonces, nos guste o no, el Podemos de ahora nos recuerda demasiado al PSOE de aquellos años.
¿Y no fue ese mismo PSOE el que, con todos los ajustes necesarios, gobernó en
España durante catorce años y realizó la mayor transformación social y política
de su Historia?
Desengáñense
los que tengan que desengañarse. Con muchos errores y defectos –externos e
internos-, con ideologías criticables en muchos de sus dirigentes, e incluso
con actitudes personales ciertamente pueriles, quién sabe si de origen
freudiano, Podemos ha venido para
quedarse, ocupando un espacio en la izquierda española. Y ha venido para
quedarse porque responde a las inquietudes y deseos de un sector social
importante, que es lo que finalmente determina si una formación política
sobrevive o no. Ahora lo que le toca al PSOE es decidir si quemamos los puentes
con ellos o si buscamos coincidencias. Y, cuando se decida sobre ello, habrá
que tener en cuenta con quién queremos gobernar.
Porque, y eso no debe olvidarse, los
socialistas tienen que aspirar a gobernar. No le vale al PSOE comportarse como
Izquierda Unida, cuyo objetivo se centra en conseguir unos cuantos diputados
más para que sus dirigentes no se vean obligados a seguir el camino de Gerardo
Iglesias, Anguita o Llamazares, de paso que olvidan la verdad primaria de que,
en democracia, se gobierna con mayorías. Así que la pregunta es: ¿Con quién
quiere formar mayoría el nuevo -¿y renovado?- PSOE? ¿Con los que proponen los
viejos dirigentes, o con los que proponen los votantes?
Tengo
que decir que, personalmente, yo ya tomé mi decisión en las últimas Elecciones
Europeas.
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*Miembro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la Unión General de Trabajadores (UGT) desde los años 1970, durante 18 años fue miembro del Comité Federal del PSOE. Fue elegido diputado al Congreso en 1977, en las primeras elecciones parlamentarias libres tras la dictadura por la circunscripción de Zaragoza. Renovó el escaño por la misma circunscripción en 1979.Como diputado, participó en la Legislatura Constituyente y formó parte de la Asamblea de Parlamentarios que inició el proceso autonómico para Aragón. Después fue elegido diputado a las Cortes de Aragón en las primeras elecciones autonómicas de 1983. Tras ser durante ocho años concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza (1987-1995), volvió a ser elegido diputado autonómico en 1999, renovando el mandato en las dos convocatorias siguientes, 2003 y 2007. En las Cortes aragonesas fue miembro de la Diputación Permanente de 2003 a 2011. Ese año abandonó el PSOE por discrepancias con la dirección del Partido de los Socialistas de Aragón (PSOE de Aragón).
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*Miembro del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y de la Unión General de Trabajadores (UGT) desde los años 1970, durante 18 años fue miembro del Comité Federal del PSOE. Fue elegido diputado al Congreso en 1977, en las primeras elecciones parlamentarias libres tras la dictadura por la circunscripción de Zaragoza. Renovó el escaño por la misma circunscripción en 1979.Como diputado, participó en la Legislatura Constituyente y formó parte de la Asamblea de Parlamentarios que inició el proceso autonómico para Aragón. Después fue elegido diputado a las Cortes de Aragón en las primeras elecciones autonómicas de 1983. Tras ser durante ocho años concejal y teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zaragoza (1987-1995), volvió a ser elegido diputado autonómico en 1999, renovando el mandato en las dos convocatorias siguientes, 2003 y 2007. En las Cortes aragonesas fue miembro de la Diputación Permanente de 2003 a 2011. Ese año abandonó el PSOE por discrepancias con la dirección del Partido de los Socialistas de Aragón (PSOE de Aragón).
DdA, XI/2794
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