Jaime Richart
¿No
veis a ese grupo de periodistas defender lo indefendible? ¿No veis que
tratan de justificar lo injustificable? Hacen lo mismo que esa otra
caterva de políticos que desafían a las múltiples necesidades del pueblo
porque cuentan no con la persuasión, sino con el poder del ejército y
de todas las policías? ¿No veis que, en el caso de esa casta de
periodistas, además lo hacen con toda la facilidad de quienes parecen
tener la ambigua misión de provocar el alboroto al tiempo de contribuir a
rellenar, con sofismas y artificios, horas de inútiles polémicas?
Inútiles, porque es imposible llegar a mínimos acuerdos entre una
mentalidad-ideología que sólo busca enriquecer a unos pocos y
blindarles, y otra mentalidad que reclama reducir a mínimos la oprobiosa
desigualdad que existe en esta nación de naciones. De ahí que el inútil
forcejeo sólo pueda tener como único propósito, no que del debate salga
la luz que ya ilumina a las mentes escrupulosas, sino un espectáculo
rentable para las cadenas televisivas cuya responsabilidad está en manos
de periodistas y publicitarios. En esto, y en no mucho más, aparte el
voto cada cuatro años, consiste la libertad que nos venden los poderes
en esta desastrosa democracia. Para esto y para morir de inanición por
falta de trabajo.
Pero
¡cómo no va a ser inevitable dar un revolcón a esta farsa! Se comprende
que forma parte de la vida la comedia humana, y dentro de ella la
comedia social y muy especialmente la política. Y que es una comedia no
se nota, y puede hasta divertir, cuando una sociedad vive en una balsa
de aceite y de jolgorio, como ha vivido durante veinte años dentro de la
burbuja inmobiliaria con todas las trampas que encerraba. Quiere
decirse que la comedia divierte cuando no participamos de las miserias
ni las vemos, bien porque sólo nos llegan a través de la noticia bien
porque no las vivimos en nuestras propias carnes. Pero cuando sabemos
que grandes porciones de población se mueren por falta de asistencia
sanitaria, de medicamentos o de cirujanos; cuando el sufrimiento embarga
los hogares o no hay siquiera hogar para millones de familias; cuando
se palpa la desesperación de tantas ciudadanas y ciudadanos
invisibles... en esas comedias vemos farsa y a oportunistas que extraen
beneficio a todo trance. Porque la dialéctica puede ser apasionante
cuando se presume como posible un acuerdo o un punto intermedio de
encuentro. Pero cuando los argumentos son previsibles y nula la
posibilidad de armonizar ambas tesis, la dialéctica es un engaño. Pues
esto es lo que sucede con el bipartidismo, tanto en los parlamentos como
en los platós donde pontifica una docena de periodistas que desfilan
por ellos mientras cientos o miles del oficio carecen de empleo o
desempeñan serviles menesteres en los medios.
Espectáculo, por
otro lado, en el que parte de esos mismos comediantes acostumbran a
tildar de demagogos a colegas suyos y a quienes simplemente muestran
sensibilidad hacia sus semejantes y creen, con todo sentido y
sentimiento, que tanto sufrimiento no es en modo alguno inevitable pues
basta reajustar los presupuestos y asignar a lo que es obviamente
indispensable lo que se destina escandalosamente a lo superfluo.
El caso es que en
este país antes el mal clero, es decir los malos curas, los
ideologizados que participaron del espíritu tremendista e inquisidor de
la dictadura (esos que sobrecogían a las masas con las penas del
infierno) cumplieron, lo mismo que ahora los malos periodistas que les
han desplazado cumplen, el burdo oficio de ideólogo; apuntalando
aquellos antes la tiranía y ahora esos malos periodistas la nefasta
fórmula neoliberal. Entonces, en nombre de Cristo y de una moral atroz
de diseño, y ahora en nombre de una ética periodística que a menudo
brilla por su ausencia aunque sólo sea por la falta absoluta de mínima
objetividad o bien al dar por buenas, cínicamente, todas las funestas
medidas que en España y en Europa se están adoptando en perjuicio de
millones.
Y todo esto
ocurre porque "el sistema", es decir, el capitalismo financiero y las
democracias malamente simuladas como la que vive este país tiranizado
por mayorías absolutas, no es que no deseen atajar la pobreza y el
dolor, es que los provocan. Y así es cómo esas comedias periodísticas,
al igual que las comedias parlamentarias donde cualquier iniciativa de
contrario se acalla o se sofoca, dan lugar a una situación cada día más
insoportable que va minando la ya frágil moral de millones de
personas.
Y en estas circunstancias, ¿no veis, en fin, cómo
reaccionan impetuosa y corporativamente en cuanto oyen los periodistas
hablar de regular de algún modo su oficio? ¿No veis que se consideran
poco menos que dioses intocables? ¿No veis que imaginan desempeñar una
misión de orden superior y que por eso y pese a los abusos y tejemanejes
de su oficio y el protagonismo permanente de que disfrutan, exigen que
nada ni nadie se atrevan a embridar?
Resumiendo, el
periodismo sólo tiene valor si se esfuerza en la más absoluta
imparcialidad y en el rigor informativo. Si se pone al servicio de una
ideología, no es diferente del clero al servicio de la causa dictatorial
en que con frecuencia, en los asuntos principales que humillan a
grandes porciones de población, se convierten las mayorías absolutas. Y
también como toda ideología emboscada en la política o en la religión
que no tienen por objetivo contribuir a la paz, a la armonía y a la
igualdad máxima social. Ese es el periodismo infame a que me refiero,
que provoca indignación, aturde y nos hace vomitar al presenciarsus comedias.
DdA, XI/2.765
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