Imagen: Descosido.
Antonio Aramayona
El
otro día recibí una tarjeta postal de Colliure, con su castillo
abrazando desde lo más alto de la montaña todo el pueblecito, casita a
casita, hasta la orilla del mar. La firma Juan de Mairena,
y me cuenta que está algo preocupado porque Antonio Machado, su amigo y
creador, se pregunta y se pregunta por qué los partidos tradicionales
de la izquierda española llevan perdiendo gas alarmantemente desde hace
tanto tiempo. Me aclara Mairena que Machado no se refiere a los
resultados electorales, sino al desapego de mucha gente y de la clase
trabajadora hacia las metas y los caminos de la izquierda de antaño,
aunque en una esquina y en letra pequeñita Mairena añade que seguramente
se debe a que muchos de sus actuales dirigentes los tienen bastante
olvidados.
A la mañana siguiente, escuchaba en una emisora de radio que el PSOE de mi ciudad ya tiene otra número 2,
que se apresuró a declarar que su partido no quiere saber nada de
"objetivos utópicos y eslóganes demagógicos". Juan de Mairena desayunaba
conmigo y comentó socarronamente que no me fiara nunca de los que
empiezan diciendo lo que no son y no quieren, y que además se quedan en
los eslóganes. "Muy demagógicos, por cierto, como casi todos los
eslóganes", apostilló. Después, bajó un librito de una estantería del
pasillo, lo depositó al lado del café con leche y las galletas, y se
esfumó.
Lo reconocí en el acto: Tomás Moro. Utopía. En su portadilla, alguien había subrayado el subtítulo de la obra: De optimo statu rei publicae deque nova insula Utopia
(El estado óptimo de la vida sociopolítica o de la isla nueva Utopía). Y
escrito con tinta ya muy envejecida, marrón claro, podía leerse: "La
utopía no está relacionada con lo imposible, sino con lo óptimo, lo
cabal, lo máximo, lo perfecto. Sin utopías reales y auténticas la vida
carece de horizonte. La utopía no solo es posible, sino necesaria". Se
adivinaba la firma de Francisco Giner de los Ríos.
Me quedé
pensando que la utopía no consiste en un mundo de quimeras, al margen de
la realidad, sino en la plena realización de nuestras aspiraciones en
todos y cada uno de los ámbitos del mundo y de la vida (amor, sanidad,
trabajo, vivienda, libertad, sociedad, educación, ocio...).
Al
levantarnos cada mañana, quisiéramos que cada día fuese bueno, a ser
posible óptimo. Evidentemente, nuestras vidas están alejadas de ser
perfectas, pero eso no quiere decir que en el fondo de nosotros mismos
no aspiremos a que lo sean. Nos enamoramos o emparejamos, elegimos unos
estudios, nos decantamos por una profesión, planeamos unas vacaciones o
quedamos con unos amigos con el deseo de que nuestra relación de pareja y
nuestro trabajo y nuestro descanso y nuestras amistades sean óptimas;
es decir, lejos de renunciar a la utopía (lo óptimo), nos mantenemos
básicamente en la vida por ver hecha realidad la utopía.
Eso es lo
que quizá han olvidado y olvidan a menudo los partidos denominados de
izquierda. Sin utopías reales y auténticas la vida carece de horizonte,
de tensión, de dinamismo, de verdadero sentido y, a la vez, la
ciudadanía y la clase trabajadora quedan transformadas en mero
electorado y clase consumidora. Muy a menudo, el poder y los poderosos
están encantados de que las utopías parezcan poco presentables o
irrealizables, y de que dentro de la izquierda misma aparezcan
vergonzantemente maquilladas, negadas o deformadas.
Solo con
utopías la vida y el mundo son mejorables y por ello nos esforzamos,
luchamos y hacemos de cada día una senda virgen con el deseo de una vida
mejor y un mundo mejor. Solo con utopías se puede afirmar sinceramente
que otro mundo es posible.
La utopía no es algo imposible, sino el
grado óptimo de cada cosa, de cada ser. Quizá nunca la veamos
plenamente realizada, pero nos inyecta energía, vitalidad, rumbo y
sentido para seguir caminando hacia los mismos horizontes con los que
soñaron tantas generaciones pasadas, presentes y -espero- también
futuras.
No quiero más candidatos, secretarios generales o
figuras públicas que hablan de recuperación o de regeneración, pues mi
estómago solo resiste ya hechos contantes y sonantes encaminados a una
revolución concreta y real: banca pública, distribución justa y
equitativa de la riqueza, insumisión al pago de la deuda ilegítima,
política fiscal progresiva (aunque se vayan del país nuevos Gerard
Depardieu), auditoría ciudadana exhaustiva de la deuda, Impuesto a las
Transacciones Financieras, sanidad pública y de calidad, educación
pública, laica y de calidad, examen crítico y penal de las puertas
giratorias, instauración de un método fluido de consulta popular
mediante referéndums u otras vías análogas, enjuiciamiento inmediato de
todos y cada uno de los casos de corrupción (activa y pasiva), garantías
de las pensiones fuera del mercado, renta básica universal, retirada
fulminante de la Ley de Reforma Laboral del PP, eliminación del artículo
135 de la Constitución en su actual formulación, decisión ciudadana
sobre la modalidad de Jefatura del Estado, socialización de todo medio
de producción o de toda institución empresarial o financiera que no haga
efectiva su función social, etc.
Toda regeneración ha de ser
revolucionaria (en cuanto cambio o transformación radical y profunda en
el ámbito social, económico o ético de una sociedad). Esta es la razón
de que cualquier revolución implique necesariamente ser también y en
primer lugar una revolución interior.
Puntos de Página
+@El eurodiputado de Podemos Pablo Echenique, identificado por la Policía después de dar una rueda de prensa ante el portal de la consjera de Educación del gobierno aragonés. ¿Pasa algo así en cualquier otro país democrático de la Unión Europea? ¿No debería el gobierno de la la nación advertir a su delegación en Aragón de que eso supone una seria merma para su credibilidad democrática, además de una rediculez paradójica después de que Echenique interviniera en directo en un programa de televisión? ¿Qué clase de inepto gestiona esa delegación?
El Huffington Post DdA, XI/2.764
1 comentario:
toda vez que te leo me reconforto y aprendo
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