Antonio Aramayona
Al fundador o primera referencia básica del cristianismo, Jesús de
Nazaret, se le atribuyen unas palabras recogidas en algunos evangelios
canónicos donde invita a sus seguidores a no preocuparse por qué
comerán, beberán o vestirán, pues su Dios ya se ocupa de todo, al igual
que se ocupa de los pájaros, que no siembran, ni siegan, ni recogen en
graneros, o de los lirios del campo, que ni trabajan ni hilan.
Ahora la cosa ha cambiado un poco. Por ejemplo, las aves del cielo
anidan y los lirios del campo brotan con alegría e inocencia entre las
tejas de la Mezquita de Córdoba y sobre sus 365 arcos de herradura
sostenidos por 850 columnas de mármol, jaspe y granito, pues los señores
obispos hispanovisigóticos se han preocupado de inmatricular en 2006 la
Mezquita (cómo no, ahora Mezquita-Catedral) a nombre de la Santa
Iglesia Católica Apostólica y Romana. Su adquisición les ha costado
menos de 30 euros, pues por algo el Concordato franquista de 1953 (nunca
expresamente y oficialmente derogado) y los Acuerdos de 1979 entre el
Estado Español y la Santa Sede les eximen de pagar, entre otras muchas
cosas, el IBI y el impuesto de Donaciones y Sucesiones.
El pueblo ha estado tan tranquilo durante siglos, al suponer que los
bienes del pueblo son del pueblo y solo del pueblo, o que un monumento
declarado Patrimonio Histórico de la Humanidad es de la Humanidad. Pero
llegó a la Presidencia del Gobierno José María Aznar, y amplió en 1998 a
los templos y objetos de culto una ley franquista por la que un obispo
católico tiene la facultad de acercarse a un registro de la propiedad
para que cualquier local, objeto, ermita, catedral, casa rural o
residencia que no tenían dueño oficial (se suponía que eran de todos,
del pueblo) pasase a quedar registrada, por cuatro duros, como propiedad
de la institución religiosa que predica sobre los lirios del campo y
los pájaros del cielo. Para sus jerarcas lo que dijo Jesucristo sigue
teniendo su importancia, pero quienes realmente dejaron claro cómo
cortar el bacalao fueron personajes tales como Constantino, Recaredo,
Isabel y Fernando, Francisco Franco o José María Aznar.
Entre este río revuelto de leyes y reglamentos, los pescadores más
avezados en obtener ganancia de cuanto caiga en sus manos han llevado a
cabo miles de inscripciones a su nombre en los registros de la
propiedad, de cuya constitucionalidad dudan no pocos, pero que hasta el
momento nadie se ha preocupado de denunciar. El resultado, tirando por
lo bajo, según algunas fuentes cercanas al Registro de la Propiedad, es
de unas 4500 inmatriculaciones a favor de los señores del cotarro
católico oficial, entre ellas, la Mezquita de Córdoba.
Ahora el drama se ha convertido en una casposa comedia bufa llena de
Tartufos. El 13 de junio pasado el Consejo de Ministros del Gobierno de
Rajoy aprobó el Proyecto de Ley de Reforma Hipotecaria, por el que la
Iglesia Católica ya no puede inmatricular más a su antojo. Un diputado
socialista y el grupo de Izquierda Plural en el Congreso habían pedido
que se impugnase esa inscripción de la Mezquita de Córdoba y se llevase a
cabo una expropiación. Pues bien, a uno de los Tartufos,
Ruiz-Gallardón, le ha parecido un “despropósito” tal propuesta y algún
que otro miembro del Gobierno, también Tartufo, asegura que existen
“numerosas razones” para no expropiarla, principalmente la “falta de
recursos”, dada la crisis económica galopante que nos aflige (para esto
no valen ya ni la triunfal recuperación económica del ministro tartufo
de Hacienda, Montoro, ni los rescates bancarios a costa del pueblo
llevados a cabo en plena crisis económica).
En el momento culminante de la obra, otro Tartufo gubernamental ha
llegado a decir que, como la expropiación supondría grandes costes y
gastos para el mantenimiento de la Mezquita de Córdoba, lo prudente es
dejar todo en manos de la iglesia católica. ¡Como si, según informa
Europa Laica, no fuese el pueblo, a través de los Presupuestos Generales
del Estado, el que costease anualmente más de 600 millones de euros
anuales en ayudas directas a la iglesia católica para la reforma y
conservación de su ingente patrimonio artístico e inmobiliario!
“No pensaran los que me conocen que
soy de alma interesada. Todos los bienes de este mundo tienen pocos
atractivos para mí, y su engañoso brillo no me deslumbra. Si me resuelvo
a recibir del padre la donación que ha querido hacerme, es, en verdad,
porque temo que todos esos bienes caigan en malas manos, que puedan
hacer de ellos en el mundo un uso criminal, no sirviendo, según me
propongo yo, para gloria del Cielo y bien del prójimo” (Tartufo, en TARTUFO; Acto IV, Escena I).
DdA, XI/2.750
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