Quienes me conocen saben que tengo un hijo con Síndrome de Down. Y
quienes me conocen un poco más saben que fue adoptado cuando tenía 8
años. Quienes han hablado conmigo sobre este asunto saben también que
cuando alguien elogia esa supuesta “heroicidad” de la adopción siempre
contesto que la valentía es la de aquellos que tienen un hijo con esta
discapacidad sin esperarlo, no de quienes lo hemos tenido por voluntad
propia y sabiendo muy bien qué terreno pisábamos. Cuando leo la presunta
decisión del Ministerio de Justicia (sic) de excluir el Síndrome de
Down del catálogo de las malformaciones por las que será permitido el
aborto y veo la marea de empalagosa demagogia “pro vida” que se levanta
sobre el asunto, siento muchas ganas de vomitar ante el enésimo intento
del Estado de manipular las vidas de otros, ora con el miedo, ora con la
cursilería blandengue. Como creo que mis actos hacen que no sea
sospechoso de frivolidad a la hora de juzgar este asunto, quisiera decir
que la decisión de tener un hijo con discapacidad es tan seria y con
tantas consecuencias a futuro que nadie tiene derecho a pintar la línea
roja en la vida de los demás legislando qué discapacidades son asumibles
y cuáles no lo son. Los seres humanos con Síndrome de Down no siempre
son niños sonrientes que aparecen en bellos calendarios abrazando a
famosos solidarios, tienen una autonomía personal limitada, una salud
precaria en muchas ocasiones, y, eso puedo jurarlo, cada vez disponen de
menos apoyos públicos. Cobran las mismas pensiones miserables que el
Estado atribuye a todos los seres vulnerables y ni siquiera este
Gobierno tan pro-vida se ha ocupado de ellos más de lo que han hecho los
anteriores, más bien al contrario. Están tan preocupados por (algunas)
víctimas del terrorismo y por los que aún no han nacido, que apenas
tienen tiempo para cuidar a los vivos. A pesar de los pesares ¿queremos a
nuestros hijos con Síndrome de Down? Sí, mucho y para siempre.
¿Queremos que todo el mundo tenga un hijo Síndrome de Down? Rotundamente
no. Si alguien me pregunta expondré mi experiencia vital, personal e
intransferible en lo bueno y en lo malo. Pero esa experiencia no es
trasladable a los demás, ni siquiera me permite aconsejar ni orientar, y
menos legislar si pudiese hacerlo. Decidir ser padre o madre de un
discapacitado es tan complicado como decidir no serlo y la única forma
de hacerlo con ciertas garantías es siendo libre.
Artículos de Saldo DdA, XI/2.734
No hay comentarios:
Publicar un comentario