Ana Cuevas
Los seres humanos somos una
especie de más 7.000 millones de ejemplares que petan el planeta Tierra
esquilmando sin piedad los recursos imprescindibles para su propia
supervivencia. Si yo
fuera extraterrestre (una criatura evolucionada con conocimientos sobre
viajes intergalácticos) y me asomase a lo que denominamos civilización
humana, pisaría el acelerador de mi platillo volante hasta alejarme
definitivamente de este mundo.
Recientemente, 250 personajes muy
conocidos en España de la cultura, la ciencia, la política, el activismo
o el arte, han firmado un manifiesto en el que alertan de que el modelo
de crecimiento es un genocidio a cámara lenta. Pero su llamada de
atención llueve sobre mojado. Ya en 1972, poco antes de la primera
crisis del petróleo, el club de Roma publicó un informe, Los límites del crecimiento,
en el que concluyó que si el actual crecimiento de la población
mundial, la industrialización, la contaminación la producción de
alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantenían sin
variación, se alcanzarían los límites absolutos de crecimiento en la
Tierra durante los próximos 100 años.
El hecho es que ya estamos en el
tiempo de descuento. Y además, la capacidad depredadora del homo sapiens
se ha multiplicado exponencialmente desde los 70. Osea que ya debemos
rondar los límites del crecimiento o del genocidio colectivo, llámenlo
como prefieran. La cuestión es, ¿nos queda tiempo todavía? Para
ralentizar el proceso sería necesaria una revolución. Pero
no tanto política como íntima. Es nuestra naturaleza la que falla. O la
ruptura con ella, mejor dicho. Ese instinto reptilinio de codicia egoísta que construye sistemas y sostiene gobiernos
contra-natura y que pone en cuestión la presunta inteligencia humana.
Reprogramarnos en la misma sintonía que la madre Tierra, después de
tantos siglos de cagarla, no es tarea fácil. Lo más probable será que
necesitemos un fuerte correctivo por parte del planeta. Una colleja,
bien dada, que devuelva al mono parlante al paleolítico, a volver a
probar suerte. A ver si en una nueva civilización con posos
apocalípticos, los que sobrevivan, aprenden que no es inteligente
arrasar el medio que sustenta su existencia.
Vuelvo a lo del
extraterrestre. A grandes rasgos, vería la raza humana como un virus,
una célula rebelde que asesina el cuerpo que le hospeda. ¿Contactarían
ustedes con un virus? Pues lo mismo les debe pasar a los
extraterrestres. No necesitarían mas que un par de avistamientos para
convencerse de que no existe vida inteligente en el Planeta Tierra.
Saldrían najando de esta galaxia a velocidades supersónicas.
DdA, XI/2.742
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