La
corrupción es una hidra y no queda institución ni estamento que no
esté bajo sospecha: desde la monarquía hasta la política pasando por la
justicia. De la corrupción del periodismo no se habla ni se escribe en
los soportes oficiales. Y tampoco apenas en las redes sociales. ¿Tan
impecable es?
La
mayoría de los periodistas no lo serían si por corrupción se entienden
sobornos y cobros ilegales, tan difíciles de probar. Pero también hay
corrupción de la función periodística en las consecuencias de la falta
de independencia. Los excesivos y oscuros lazos informativos y
económicos con políticos y empresas, emponzoñan la imagen del
periodismo. La opacidad de las relaciones entre poderes y medios, unido
al sesgo informativo de muchos medios confirma esa impresión. Por eso
desconfiamos también del periodismo y de su papel en una sociedad que se
dice democrática pero donde la política lo invade todo y las
instituciones y la sociedad civil son muy débiles.
Y
a propósito de falta de independencia hay que decir que ninguno de los
que están en el candelero reconoce recibir presiones. Pero hay que tener
en cuenta que la presión a ejercer sobre una persona inteligente -y
todos esos periodistas lo son- no puede ser directa ni tosca. Ellos
saben bien cómo piensa el dueño de la empresa o adivinan hasta dónde
puede llegar su opinión en cada asunto sujeto a controversia. Por eso la
concentración en pocas manos de los medios de comunicación es ya de por
sí corrupción y fijar las condiciones objetivas necesarias para que la
haya.
Mentir es
corrupción. Acusar a otro por una parte de lo que ni siquiera fue
noticia en lugar de darla toda, es corrupción. Calumniar es corrupción,
aparte de delito. Relacionar sin más a alguien que se ha visto abocado a
entrar en la liza política con el terrorismo, es corrupción. Empeñarse,
durante años y pese a diagnósticos y sentencias en contrario, en que
una tesis determinada sobre el 11M prevalezca, es corrupción.
En efecto. Lo mismo que hay políticos, empresarios, jueces,
funcionarios y obispos corruptos, hay periodistas corruptos. Pero
¿quiénes denuncian a estos y lo escriben? Ninguno. Todos, con celoso
corporativismo, cierran filas y son iniciados de una secta que se
solapan entre sí. Y si los periodistas no señalan a los que, de su
profesión, se corrompen, ¿quién lo va a decir o va a poner al servicio
su medio para que se diga? Esto también es corrupción del periodismo.
Porque la
corrupción en el periodismo es sutil. Dejando a un lado los efectos de
la falta de independencia, hay periodistas que hacen acusaciones sin
pruebas sólidas o basadas en datos descontextualizados para arrojar
sospechas contra algunos, bien por ideología o para ganar dinero a costa
del escándalo puesto en marcha. El "calumnia que algo queda" de cierto
periodismo es una práctica. Eso es atentar contra el código deontológico
del propio periodismo. Sin embargo no tiene ninguna consecuencia. Y eso
es corrupción impune.
Aunque
una parte del periodismo español ha contribuido a destapar la punta del
iceberg de la corrupción política y empresarial en España, eso no le da
derecho a cobrárselo de esa manera amparado en la libertad de expresión
y en el "deber" de información que reclama e invoca a toda hora. Pero
mucho menos derecho tienen esos periodistas de periódicos, radios y
televisiones que se alimentan del trabajo de los anteriores. Me refiero a
esos parásitos que se limitan a interpretar lo noticiado
envenenadamente por otros de sus colegas, para emponzoñar más y más la
vida pública aunque la "vida pública" en este caso se reduzca a cuatro
gatos de fanáticos. En cualquier caso, aun el periodismo que investiga
corrupción calcula demasiado la "noticia" y la dosifica por razones de
oportunismo y no de oportunidad, callando otras de mucho calado. Esa
corrupción no es tan escandalosa como embolsarse millones de dinero
público o prevaricar, pero lo es. Esta corrupción de baja intensidad en
ciertos aspectos es además quizá más grave, pues actúa como carcoma de
la democratización que precisa este pais, mientras que la tipificada por
la leyes penales tarde o temprano terminará siendo sometida al nivel de
otros países del sistema. Además, parece claro que el periodismo
gráfico ha sido espoleado por la publicación digital que afecta
considerablemente a toda empresa editorial. La disminución galopante en
la venta de ejemplares, como la de libros, ha sido decisiva a la hora de
dar rienda suelta al sensacionalismo y a abrir sucesivas cajas de
Pandora de la corrupción española. Y eso es a su vez es otra variante de
corrupción.
Pero
no son sólo los periodistas dedicados mucho más a opinar que a
informar, más a perseguir a quienes no comulgan con la Conferencia
Episcopal o con el partido del gobierno que a argumentar. Por lo que se
viene leyendo, viendo y oyendo, a ellos se unen en esta cuestión también
otros: los que lo consienten y no lo denuncian.
La
mayoría de los periódicos impresos son neoliberales y en todo caso
"episcopalistas" o tienen un devaneo más o menos secreto con los
obispos. Los que no son ni una cosa ni otra, han de encontrar espacio en
soportes digitales de las redes sociales. Pero hasta algunos de estos
se alzan también contra la propuesta de reforzar la independencia del
periodismo y embridar la mentira y la manipulación de la noticia porque
entienden que son ellos y los jueces los únicos con autoridad para
depurarse.
Si,
como ellos, los periodistas, dicen, la libertad de prensa es
consustancial a la democracia, son intolerables las prácticas abusivas
de esa libertad. Algo hay que hacer para evitarlo, pues si politizarlo
todo es signo de democracia débil, también lo es judicializarlo todo
como solución para todo. Nosotros,
los que no somos periodistas pero tenemos tanto criterio como ellos,
decimos que los periodistas no deben gozar de esa variante de
inviolabilidad que consiste en ser "sólo" juzgados por la justicia. La
sociedad debe encontrar una fórmula institucional. Un tribunal
deontológico como los que hay en otras profesiones, con capacidad
jurídica incluso para expulsar a un periodista de la profesión como se
expulsa, por cierto, con tanta facilidad, a un juez de la carrera,
podría ser la solución. La autorregulación y autocensura ya no sirven
para nada.
En
resumen y para terminar. Regular el periodismo para evitar graves
ataques a la ética civil y evitar que los medios de comunicación se
concentren en pocas manos no es poner puertas al campo. Lo que debe
impedirse es que cierto periodismo sea precisamente un campo de tiro
desde el que algunos periodistas disparan contra los adversarios
políticos de quienes les pagan, haciendo creer que su propósito es
salvarnos de la corrupción, de un golpe de estado o del separatismo...
DdA, XI/2.743
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