sábado, 12 de julio de 2014

EL CASO DEL TANATOPRACTOR Y LA NOVIA CADÁVER

Jaime Poncela

Sacó la camilla con el cadáver por el ascensor de servicio y avanzó hacia su sala de trabajo. Era una chica joven, un accidente de tráfico de los muchos que hay cada verano. No era su primer muerto, pero para él seguía siendo toda una responsabilidad. No por miedo, qué va, a él no le daban miedo los muertos; lo que le preocupaba era hacer un buen trabajo. Cuando se quedó en el paro hizo un curso de tanatopraxia. Fue el primero de su promoción y recogió el diploma de tanatopractor con la misma ilusión que si fuera un doctorado de Oxford. Le daba igual el pitorreo de sus amigos, que le llamasen Sinué el Egipcio o Jack el maquillador. Le importaba poco espantar a casi todas las chicas que había conocido cuando en la primera cita le preguntaban a que se iba a dedicar. “Tanatopractor”, soltaba él en tono rimbombante, con el mismo orgullo que si estuviera diciendo “neurocirujano”. Algunas salían corriendo. Otras se hacían las interesadas pero jamás volvían a aparecer. Las menos volvían a llamarle para que retocase bien a su abuela recién fallecida. Para él, ese favor personal que le pedían era más importante que una segunda cita. Maquillar muertos tiene sus ventajas, pensaba. No es necesario darles conversación, el lugar de trabajo está refrigerado y eso viene muy bien en verano y, sobre todo, el manejo del maquillaje y los pinceles le da a uno un poder extraño sobre la muerte al conseguir una especie de prórroga para el cadáver a base de peine y colorete. Había puesto a los muertos dentaduras postizas, ojos de cristal, pendientes, amuletos y hasta brazos de goma. Conseguía que alguno, sin falsa modestia, tuviese mejor aspecto de muerto que cuando estaba vivo. Mirando las caras plácidas de sus clientes estaba convencido de que la muerte no era tan mala y solo por eso ya merecía la pena pasarse la vida tan cerca de ella. Cerró la puerta, frenó la camilla y levantó la sábana. No es posible: es ella, es Clara, la única chica que no se rió cuando le dijo que era tanatopractor. Había muerto esa noche en un accidente de moto. Casi llora, pero se sobrepuso. Se puso los guantes, cogió los materiales y decidió que “su” Clara sería la muerta más guapa del tanatorio, su novia aunque fuese novia cadáver.


                          Artículos de Saldo  DdA, XI/2.744                        

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