Sacó la camilla con el cadáver por el ascensor de servicio y avanzó
hacia su sala de trabajo. Era una chica joven, un accidente de tráfico
de los muchos que hay cada verano. No era su primer muerto, pero para él
seguía siendo toda una responsabilidad. No por miedo, qué va, a él no
le daban miedo los muertos; lo que le preocupaba era hacer un buen
trabajo. Cuando se quedó en el paro hizo un curso de tanatopraxia. Fue
el primero de su promoción y recogió el diploma de tanatopractor con la
misma ilusión que si fuera un doctorado de Oxford. Le daba igual el
pitorreo de sus amigos, que le llamasen Sinué el Egipcio o Jack el
maquillador. Le importaba poco espantar a casi todas las chicas que
había conocido cuando en la primera cita le preguntaban a que se iba a
dedicar. “Tanatopractor”, soltaba él en tono rimbombante, con el mismo
orgullo que si estuviera diciendo “neurocirujano”. Algunas salían
corriendo. Otras se hacían las interesadas pero jamás volvían a
aparecer. Las menos volvían a llamarle para que retocase bien a su
abuela recién fallecida. Para él, ese favor personal que le pedían era
más importante que una segunda cita. Maquillar muertos tiene sus
ventajas, pensaba. No es necesario darles conversación, el lugar de
trabajo está refrigerado y eso viene muy bien en verano y, sobre todo,
el manejo del maquillaje y los pinceles le da a uno un poder extraño
sobre la muerte al conseguir una especie de prórroga para el cadáver a
base de peine y colorete. Había puesto a los muertos dentaduras
postizas, ojos de cristal, pendientes, amuletos y hasta brazos de goma.
Conseguía que alguno, sin falsa modestia, tuviese mejor aspecto de
muerto que cuando estaba vivo. Mirando las caras plácidas de sus
clientes estaba convencido de que la muerte no era tan mala y solo por
eso ya merecía la pena pasarse la vida tan cerca de ella. Cerró la
puerta, frenó la camilla y levantó la sábana. No es posible: es ella, es
Clara, la única chica que no se rió cuando le dijo que era
tanatopractor. Había muerto esa noche en un accidente de moto. Casi
llora, pero se sobrepuso. Se puso los guantes, cogió los materiales y
decidió que “su” Clara sería la muerta más guapa del tanatorio, su novia
aunque fuese novia cadáver.
Artículos de Saldo DdA, XI/2.744
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