Antonio Aramayona
Fresco, muy fresco, casi frío, ya en pleno
julio. Marisol, Charo y el perroflauta motorizado han estado hablando en el
portal una parte de la mañana. Después han venido un@s cuant@s amig@s de
Podemos, y finalmente Indira. Una buena mañana.
Recuerdo que finalizaba la celebración
del primer aniversario, 3 de junio, de nuestra presencia en el portal de la
Consejera aragonesa de Educación. Me acerqué a Marisol y le dije: “mañana, el
desierto…”, pues suponía que tras la fiesta nos esperaba la cotidianidad de las
jornadas normales en el portal. Sin embargo, me equivoqué de plano: el mes
completo siguiente –hasta el mismísimo tres de julio- iba a estar cargado de
acontecimientos (multas, juicio, apoyo redoblado por parte de compañeras y
compañeros…).
Me pregunto si me espera
alguna otra suerte de desierto. Personalmente, tengo intención de permanecer en
el portal todo el verano, como ya hice el año pasado, sosteniendo el mismo
cartel. Eso implicó unas cuantas semanas de estar solo allí, objeto solo de las
miradas de turistas y de curiosos. Desconozco cuál será el veredicto del juez,
pero esa, y no otra, es mi voluntad. Me preguntaba el año pasado dónde estaba
todo el profesorado que se había quedado en el paro en junio, sin cobrar los
meses de verano y con la incertidumbre de no saber si tendría trabajo el curso
siguiente. Casi me exasperaba, pues “las vacaciones del verano” parecen ser una
especie de tótem, sagrado e incuestionado. Hoy me limito a ir cada día a un
portal de la calle Alfonso I, vivir de mis convicciones, mantener mi coherencia
conmigo mismo, disfrutar de la coincidencia entre lo que quiero, lo que debo y
lo que hago/soy.
El sábado invitaba a los
radioyentes de una emisora local (Radio Topo/Kantamañanas) a que se pusieran en
la piel de Rosa Parks aquella mañana del 1 de diciembre de 1955 cuando se sentó
en un asiento del bus destinado para blancos y no cedió su asiento a un hombre
blanco. Rosa no esperó a tener decenas, centenares o miles de conciudadanos
negros a su lado. Rosa, sola, temblaría por dentro como una hoja de cerezo en
la alborada, apenas podría respirar y un sudor frío empaparía su ropa. El hecho
cierto es que su acción le valió acabar en la cárcel.
Unos meses antes, el 2 de marzo de 1955,
una estudiante negra de 15 años, Claudette Colvin, se había negado a ceder el
asiento del autobús a un hombre blanco en la misma ciudad de Montgomery, lo
cual le reportó igualmente cárcel y juicio.
No sé si hoy y durante el verano me
espera el desierto, pero deseo cada día que en cada persona que desfila ante
mis ojos por la calle Alfonso nazca una Rosa Parks o una Claudette Colvin.
DdA, XI/2.741
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