Alicia Población
La
gente va a los centros comerciales a pasearse y yo sigo sin creérmelo.
Ir a un edificio lleno de tiendas que está lejos de todo a pasearte,
para no comprarte nada y sin necesidad de comprarte nada, solo por el
hecho de pasear. Por dios, ¡mejor pasear por el campo por mucha alergia
que tengas!
Ayer
fui a un concierto didáctico sobre Bach, ¡sobre Bach! Sí, habéis leído
bien. Pero había mucha menos gente que la que esta mañana he visto en el
centro comercial.
Me
preocupa que se vea más necesario llenarse el bolsillo que llenarse el
espíritu, y es que es gracioso ver que cuando te preguntan si el dinero
da la felicidad todos contestamos que no; contestamos que no pero no
somos demasiado consecuentes. Si usamos un maldito centro comercial como
lugar de recreo nos contradecimos completa y absolutamente en nuestra
tan segura afirmación de que el dinero no nos hace felices. El concierto
de ayer era completamente gratis, y, me permito decir, bastante más
entretenido que una tienda de ropa, y aun así había asientos libres. Soy
poco comprensiva, supongo, y me faltará empatía para comprender a
quienes son felices mirando trapitos y son incapaces de serlo escuchando
a Bach.
A lo mejor es lo que se nos inculca poquito a poco desde pequeños: "El dinero no da la felicidad, niños, pero os voy a comprar un juguetito cada vez que os comáis la verdura". E incluso más adelante: ¿Un billete de diez euros por cada examen de lengua que apruebes? Por favor, he sido testigo de situaciones tan surreales como estas y no puedo evitar asustarme. Me doy cuenta de que desde niños nos enseñan que estudiamos únicamente para, a posteriori, ganar dinero, pero siempre bajo la protección de la sentencia "el dinero no da la felicidad", que parece que nos despoja del sentimiento de culpa. Absurdo. Siempre nos han dicho que nuestro objetivo en la vida es ser felices, entonces el niño se preguntará: si estudiamos porque nos dan dinero y el dinero no da la felicidad, ¿para qué estudiamos?
El placer de leer por leer, de estudiar una egagrópila por mera curiosidad o de escuchar y aprender la música de Bach sin ningún fin utilitarista se nos antoja banal y absurdo porque nos han dicho que es así.
Nos hacen decir que el dinero no da la felicidad cuando en realidad deberíamos decidir por nosotros mismos qué es lo que nos hace felices sin necesidad de que nadie nos lo diga. Darnos cuenta de lo poco consecuentes que somos, pero darnos cuenta solos.
Cada vez hay más centros comerciales y menos conciertos, como cada vez hay más masa y menos personas.
A lo mejor es lo que se nos inculca poquito a poco desde pequeños: "El dinero no da la felicidad, niños, pero os voy a comprar un juguetito cada vez que os comáis la verdura". E incluso más adelante: ¿Un billete de diez euros por cada examen de lengua que apruebes? Por favor, he sido testigo de situaciones tan surreales como estas y no puedo evitar asustarme. Me doy cuenta de que desde niños nos enseñan que estudiamos únicamente para, a posteriori, ganar dinero, pero siempre bajo la protección de la sentencia "el dinero no da la felicidad", que parece que nos despoja del sentimiento de culpa. Absurdo. Siempre nos han dicho que nuestro objetivo en la vida es ser felices, entonces el niño se preguntará: si estudiamos porque nos dan dinero y el dinero no da la felicidad, ¿para qué estudiamos?
El placer de leer por leer, de estudiar una egagrópila por mera curiosidad o de escuchar y aprender la música de Bach sin ningún fin utilitarista se nos antoja banal y absurdo porque nos han dicho que es así.
Nos hacen decir que el dinero no da la felicidad cuando en realidad deberíamos decidir por nosotros mismos qué es lo que nos hace felices sin necesidad de que nadie nos lo diga. Darnos cuenta de lo poco consecuentes que somos, pero darnos cuenta solos.
Cada vez hay más centros comerciales y menos conciertos, como cada vez hay más masa y menos personas.
Plasmando Detalles DdA, XI/2.727
No hay comentarios:
Publicar un comentario