lunes, 9 de junio de 2014

LA SONRISA DE LA MEMORIA

 
 Alicia Población

A veces cuando caminas por la calle piensas en algo que te lleva a otro pensamiento que a su vez se engarza a otro. Al final el primero no tiene nada que ver con el último pero si no hubiera sido por éste, el otro nunca habría aparecido. Qué curiosa la mente, la memoria, que une a la velocidad del pensamiento un recuerdo con otro, instantes vividos, e incluso, en ocasiones, los deforma a su antojo.
El otro día conté cincuenta personas, cincuenta, con el móvil de la mano desde la cafetería de la plaza hasta la universidad. Pasé en frente de una bombonería donde antes había otra en cuya puerta de cristal había escrito: prohibida la entrada a todo aquel que no sea dulce trufa. Me acordé del vergonzoso momento de sacarle una foto a una puerta de cristal mientras, desde dentro, la dependienta te mira con la boca torcida. No pude evitarlo y solté una carcajada. Justo en ese momento una chica levantó la vista de su teléfono y me dedicó una mirada extrañada e incluso un poco ofendida, quizá pensaba que me reía de ella. A mí casi ni me dio rabia, sino más bien lástima. Seguramente ella también sonreirá a su pantalla táctil cuando le escriban algo bonito o le manden una foto graciosa, pero no es lo mismo sonreirle a un teléfono que sonreír al aire; no luce tanto, supongo. Bueno, independientemente de eso, lo que me hizo gracia a mí fue su mirada sorprendida al verme a mí sonreír sin motivo aparente. Seguro que si ella viera esa frase le sacaría una foto para mandársela a alguien. Mmm, y yo, ¿la saqué en su momento para enviársela a alguien? capturar un momento de felicidad, de alegría en un dispositivo y poder transmitir ese momento a quien quieras. La verdad que cada vez que lo pienso me vuelve a sorprender. Luego lo pienso mejor y me parece banalizar esos momentos. ¿A quién quieres demostrar que estás feliz? ¡Contigo mismo te basta y te sobra!, pero no, hay ahí un empeño que me inquieta. Bueno, las demostraciones son importantes, sobre todo las de afecto, como te falten las demostraciones de afecto estás perdido, y mira que le cuesta a la gente. Le cuesta... "¡Cómo cuesta la cuesta!" decía mi madre cuando subíamos en bici la cuesta de casa. Buf, pero hace mucho de eso. ¡Qué ganas de montar en bici! oler el aire, escuchar un nuevo mundo de Dvorak mientras idealizas un poco el de verdad... mañana iré en bici. Bueno aunque igual hace viento... ¡pero me quejaré yo de viento! para viento el que había en Coruña aquel día que las olas rompieron la barandilla. ¡Qué buen fin de semana pasé! Buah, y la ola que empapó a Manu...
Solté otra carcajada y un señor muy bien vestido, seguramente recién salido de una reunión, levanta la vista de su "teléfono inteligente". 
Mientras sumo mentalmente cincuenta y una personas a la lista sonrío pensando en la poca relación que tienen los bombones con las olas de Coruña. Bueno, igual no tan poca.


                          Plasmando Detalles  DdA, XI/2.722                       

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