Los que tenemos
hijos en edad de labrarse un porvenir, tal como se decía antes con elocuente
lenguaje campesino, no podemos ser indiferentes o insensibles a ciertas
estadísticas. Tampoco, a ciertas noticias que, como la publicada por el diario
El Mundo recientemente, ilustran con pulso humano la frialdad de los datos.
La noticia
se llama Luisa (nombre imaginario), vecina de la localidad de Pola de Laviana, a
quien acosan como a cientos de miles de familias en España la necesidad, el
hambre y el olvido de quienes pintan un país en recuperación, totalmente ajenos
a esa penosa intrahistoria. Luisa tiene 34 años, tres hijos pequeños, desde
hace dos años no tiene trabajo y dice que pasan hambre. Cuando a la niña menor
de la familia le dan una propina para gominolas, le entrega el dinero a su
madre y le dice que compre leche.
Pero a mí
las palabras que más me han conmovido de Luisa son las que cuentan el invierno
que soportan ella y los suyos, bajo la lluvia y el frío de una estación tan
húmeda y nublada en esta tierra: “En invierno pongo a los niños a vivir a
oscuras, porque nos cortan la luz. La primera vez les asustó. Pero ya lo ven
como algo normal. Al mayor, de doce años, lo mando al prao a por palos,
para calentar la comida. Ellos saben las cuentas, se las he explicado con los
cuadernos en la mano. La pequeña, con solo cuatro, dice: “No tenemos luz porque
somos “probes”.
Es
pertinente, como marco estadístico en el que integrar esa noticia, tener en
cuenta los datos recientemente publicados por el informe de UNICEF sobre Los niños en España en 2014: Más de 2,3
millones de niños viven en situación de pobreza en nuestro país y la curva
sigue su ascenso. Si en 2004 la tasa de
riesgo de pobreza en menores de 16 años se cifraba en torno al 25%, hoy los
datos del Instituto Nacional de
Estadística recogidos por la citada organización sitúan ese
porcentaje en el 27,5%.
En sólo 6 de
los 27 países que componen la Unión
Europea no existe tipo de prestación alguno por hijo a cargo. Los seis
que no la tienen (España entre ellos) se encuentran entre los diez que lideran
la aciaga estadística de la pobreza infantil. Si se estableciese en España una asignación universal por una
cuantía mínima de 1.200 euros por niño y año (100 al mes), las proyecciones de
UNICEF calculan que la pobreza infantil se reduciría en un 19% y la adulta
caería un 7%. Eso implicaría un desembolso de 9.000 millones de euros, mucho
menos de la mitad de lo que costó rescatar a Bankia (22.000 millones).
En
lugar de eso, el Gobierno central y las comunidades autónomas redujeron la
inversión en infancia un 14,6% entre 2010 y 2013, lo que significa que se
recortaron 775 euros por cada niño, volviendo así a cifras previas a 2007 y
rompiendo la tendencia presupuestaria al alza que se mantenía desde entonces.
El medio
rural en Asturias es abandonado cada año por 15.000 residentes. Casi el 80% de la pérdida de población que sufre la
región, a razón de veinte asturianos por día, corresponde a jóvenes menores de 25 años. Los
últimos datos sobre las tasas de natalidad y mortalidad sitúan al Principado a
la cola y a la cabeza de España, respectivamente.
Me temo
que, como dice Luisa, estamos poniendo a vivir a oscuras a las jóvenes
generaciones en este largo invierno sin final predecible que parece las
crisis/estafa sufrida por la mayoría de los ciudadanos. “No tenemos luz porque
somos probes”, dice la niña pequeña de esa madre lavianesa, y un país donde los
pobres no tienen luz o son invisibles es un país ciego, con un Gobierno ciego y
un futuro cegado.
DdA, XI/2.739
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