Nuria Varela
No hace mucho tiempo, en este país era una expresión
habitual: “Son de familia bien”. Era la típica expresión que remitía a
un universo simbólico de poder real e incluso de superioridad moral. Por
la familia se manifestó la Conferencia episcopal en pleno por las
calles de Madrid, asegurando que ésta estaba amenazada con la ley de
matrimonio homosexual, por ejemplo. La familia se ha impuesto a la
democracia asegurando la sucesión en la jefatura del Estado del “hijo
de”, elegido únicamente por dos razones: ser un hombre hijo de otro.
El lunes, el ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, al ser
preguntado sobre el incidente de tráfico protagonizado por uno de sus
hijos, aseguraba que “los asuntos de familia se tratan en familia”,
dando por despachado el tema. El martes, el periódico El País
publicaba que un 10% de los empleados del Tribunal de Cuentas -el órgano
encargado de fiscalizar a partidos políticos y organismos públicos-,
son familiares de altos cargos. El presidente del organismo, Ramón
Álvarez de Miranda, justificaba la concentración de cargos entre
familiares de altos cargos por “vocación familiar”, al igual que ocurre
con los abogados del Estado o los inspectores de Hacienda, explicaba.
Hoy miércoles, el juez Castro imputaba a Cristina, la hermana del Rey
Felipe VI, la presunta comisión de dos delitos. En el auto señala: “Hay
sobrados indicios de que doña Cristina de Borbón y Grecia ha
intervenido, de una parte, lucrándose en su propio beneficio y, de otra,
facilitando los medios para que lo hiciera su marido, mediante la
colaboración silenciosa de su 50% del capital social, de los fondos
ilícitamente ingresados en la entidad mercantil Aizóon”. No hay nada
como ciertos apellidos para que se abran todas las puertas y algunas
arcas públicas.
Pero a pesar de la declaración del ministro de Justicia, ninguna de
estas cuestiones son “asuntos de familia”, son asuntos públicos que
demuestran que aunque la expresión haya desaparecido del lenguaje
popular, el asunto de las familias poderosas y su vocación por defender
sus intereses permanece intacta desde hace décadas. Son asuntos que
demuestran que nuestra democracia está atacada por el nepotismo. Son las
mismas familias que desdeñan a las otras: madres solteras,
monoparentales, matrimonios homosexuales… Son las mismas familias que
niegan a las otras los derechos mínimos, los irrenunciables: Gallardón
padre e hijo pretendiendo decidir por las mujeres si éstas quieren tener
hijos y cuándo.
Son las mismas familias -Mato y compañia, la que aún no ha explicado
quién pagaba los cumpleaños de sus hijos- las que dicen que no hay nada
que hacer con las familias de los 2.306.000 niños y niñas que viven bajo
el umbral de la pobreza según el informe que ayer hizo público UNICEF.
Familias a las que una gestión de rapiña, sazonada con la corrupción, el
robo del dinero público, las políticas de ajustes y fomento del paro
han hurtado una vida digna y, en muchos casos, hasta la vivienda. Son
las familias que no permiten abrir los comedores escolares por “el
qué dirán” y quitan las becas a los estudiantes brillantes.
“¿Vives con tu familia? Bien, porque un hombre que no vive con su
familia no puede ser un hombre”, que decía Vito Corleone. Y ya sabemos a
qué tipo de Familia se refería.
La Marea DdA, XI/2.738
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