Ana Cuevas
Decía Rilke que la verdadera patria del ser humano es la infancia.
Las atenciones, la educación, las experiencias que acumulamos en la
niñez, infieren para bien o para mal en el carácter y la personalidad
del futuro adulto. Si verdaderamente el objetivo de los estados fuera
engrandecer su "Patria", nunca permitiría una infancia mal alimentada,
desahuciada de sus casas o excluida de un sistema educativo de calidad.
Por el contrario, pondrían a su disposición todos los medios y cuidados
para lograr una sociedad sana y equilibrada el día de mañana.
Si
proteger y hacer grande a la patria fuera su objetivo, no tendrían lugar
las penalidades que muchas criaturas están pasando en estos tiempos.
Las hay de todo tipo, depende de los países y de la mala entraña de sus
dirigentes. Si en estados presuntamente civilizados como el nuestro, el
número de menores en riesgo se multiplica vergonzosamente, en los menos
desarrollados las situaciones llegan a ser dantescas. La esclavitud, la
prostitución o la mendicidad infantil son consentidos por muchos
gobiernos cuyos líderes se llenan la boca de loas a la patria. La
pobreza extrema que generan sus políticas es el origen de casi todas las
miserias que padecen estas criaturas.
Pero lejos de rescatar a sus
víctimas, optan por criminalizarlas. Recientemente, un profesor
universitario egipcio de ética y moral (¡ojo al dato!), ha propuesto una
radical solución a la antiestética pobreza infantil en su país.
Argumentando que la rehabilitación de los niños de la calle es costosa y
difícil sugiere una solución final al estilo de las fuerzas de
seguridad brasileñas en los años noventa. ¿Recuerdan a los Escuadrones
de la Muerte? Dejaron un reguero de cientos de cadáveres de pequeños
cuyo mayor delito había sido el desamparo que sufrían.
Aquí, nadie se
atrevería a manifestarse en esos términos. Nuestros gerifaltes no son
unos salvajes. Sus métodos son más sofisticados, menos gore. Total, para
asesinar el futuro de la patria no se necesitan pistoleros. Solo hace
falta una buena podadora que recorte la educación, la sanidad, la
dependencia, las ayudas sociales... Y eso sí, tener mucho cuajo para
seguir declarándose patriotas mientras perpetran la matanza. Mucho cuajo
y en el lugar del corazón, una patata putrefacta.
DdA, XI/2.736
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