Ana Cuevas
Como cada año, acudiré esta
tarde a la manifestación del día del Orgullo. Es una cita obligada a la
que desde hace varios lustros no me permito faltar. Una bocanada de aire
fresco entre tanta tristeza y represión, un rayo de luz multicolor que
desgarra las adoctrinantes sombras que pretenden estrangular lo más
sagrado: la libertad para amar a quién queramos.
Existen todavía al
menos ochenta países donde ejercer esta libertad es un delito que se
paga con la prisión o la muerte. En otros, como el nuestro, aún se
escuchan a los apocalípticos voceros que en nombre de un dios asexual y
represor califican de enfermedad o anomalía saltarse el patrón
tradicional hombre-mujer en las relaciones sexuales y afectivas. ¿Por
qué?, me pregunto desde que tengo uso de conciencia. ¿A quién puede
afectar que yo me meta en la cama con una señora, un señor (o ambos,
dado el caso) de mutuo acuerdo? ¿Por qué se abren las carnes de las
gentes de orden por esta causa?, ¿Qué les da tanto miedo y provoca un
odio irracional y fascista contra el colectivo LGBTI?
Son preguntas
inquietantes, cuyas respuestas inquietarían mucho más. Pero hoy no voy a
profundizar en ese lodazal de intolerancia. No me apetece. Prefiero
celebrar que, pese a los torquemadas cotidianos, mi corazón es libre
como un pájaro y vuela sobre sus preconciliares calaveras hasta posarse
en los labios de mi amante.
Hoy bailaré hasta caer exhausta por las
calles exhibiendo provocativa mi derecho a ser y sentir lo que yo
quiera. A escaparme de sus jaulas de barrotes forjados con una fobia
ciega y timorata. Hoy me sacudiré la rabia y la impotencia para acudir
con toda mi familia a esta catarsis de luz y de alegría que es el día
del Orgullo. Porque pese a quien pese, la libertad ha embriagado mis
sentidos desde el minuto primero de mi vida.
De nada sirvieron catorce
años con las monjas, ni una sociedad empecinada en etiquetarlo todo,
en tenernos a todos controlados. ¿Soy heterosexual? ¿A quien le importa?
Me niego rotundamente a definirme ni a justificar lo que en la
intimidad mi pobre cuerpo anhela. Hoy me pondré mi orgullo libertario
por penacho y traspasaré esa estúpida línea que separa a las personas
"normales" de los otr@s. Y cada día, mientras me queden fuerzas para
plantarles cara a los fanáticos que nos intentan imponer su
intransigencia. Hoy festejaré que nací libre, sin prejuicios ni dictados
en el alma. Y también mañana.
DdA, XI/2.740
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