Antonio Maestre
Decía Stanislav Andresky que las ciencias sociales eran otro modo de
hacer brujería. Algo perfectamente aplicable a la forma en la que los
partidos usan las encuestas y los sondeos en periodo electoral. Los
resultados de una encuesta, basados en metodologías que cuantifican la
realidad social y la intención de voto de una forma casi científica,
intentan adivinar qué ocurrirá en un periodo electoral futuro. La
supuesta neutralidad numérica de la demoscopia es olvidada por los
actores políticos y mediáticos cuando los resultados no se ajustan a sus
intereses. Es entonces cuando los sondeos se convierten en un elemento
propagandístico que intenta determinar el voto y dirigirlo hacía la
posición adecuada.
“Podemos imaginar la dificultad de probar la validez de las fórmulas
químicas si, con repetirlas durante bastante tiempo, o de modo
suficientemente persuasivo, el químico pudiera inducir a las sustancias a
comportarse de acuerdo con ellas, con el peligro, no obstante, de que
las sustancias pudieran decidir mortificarlo haciendo exactamente lo
contrario”.
La metáfora de Andresky sirve para explicar lo complejo de predecir
el comportamiento humano, es esa complejidad y esa capacidad de ser
influido la que es utilizada por los partidos políticos y los medios
para intentar derivar el voto hacia un lado u otro también con las
encuestas. En sociología existen dos efectos conocidos en la influencia
que las encuestas tienen sobre el comportamiento de las encuestas. El
efecto underdog y el efecto bandwagon. El efecto bandwagon (subirse al carro) es el que provoca que los electores se sumen a la opción mayoritaria, y el efecto underdog (apoyar al desvalido) el que hace que, por empatía con el débil, apoyen la opción minoritaria.
El conocimiento de esta actitud del electorado es lo que lleva a los
dos grandes partidos a criticar las encuestas cuando se encuentran en la
oposición y enarbolarlas como verdad absoluta cuando están en el
gobierno. Cuando el PP se encontraba en la oposición, y las encuestas
del CIS no les convenían para sus propósitos, la crítica al centro de
estudios sociológicos era segura. En el año 2011, Esteban González Pons declaró que la cocina del CIS olía a tostada al no coincidir la intención de voto directo con los resultados finales de la encuesta.
Un año antes, José Antonio Bermúdez de Castro,
pidió al Gobierno que cargara los gastos de las encuestas del CIS a los
gastos de propaganda del PSOE y acusó al gobierno de “utilizar el CIS
como arma electoral para crear determinados climas de opinión”.
La misma actitud que tomó el PSOE ya en la oposición cuando las
encuestas y los sondeos del CIS no se ajustaban a sus intereses. Óscar
López declaró en la Cadena SER al respecto de una encuesta del CIS el
pasado mes de febrero lo mismo que González Pons en 2011, achacar a la
cocina de las encuestas el hecho de que a pesar de que en intención de
voto directa el PSOE superaba al PP los resultados favorecían a los
populares.
Soraya Rodríguez, portavoz del PSOE en el Congreso, se expresó en los
mismos términos para valorar la última encuesta del CIS que daba 5
puntos de ventaja al PP sobre los socialdemócratas. “La cocina del CIS estaba en campaña”, declaró.
Lo cierto es que en las Elecciones Generales de 2011 la encuesta
preelectoral del CIS arrojó unos resultados que luego serían muy
similares a los que finalmente se dieron en las urnas. En la encuesta publicada por el CIS,
a primeros del mes de noviembre de 2011, el centro de estudios
sociológicos otorgaba al PP una mayoría absoluta con una percha de
diputados que oscilaba entre los 190 y 195 escaños y un porcentaje de
voto del 46.6%, los resultados finales
dieron al PP 186 diputados con un porcentaje del 44,62%. La encuesta
del CIS otorgaba al PSOE un porcentaje de voto del 29,91% con una
horquilla de diputados que variaba entre los 116 y los 121 diputados.
Finalmente los resultados para los socialdemócratas fueron del 28,73%
con 110 diputados.
El problema no son las encuestas o los sondeos, que son una
herramienta completamente válida, sino la utilización de una herramienta
democrática con fines partidistas. Los sondeos y las encuestas son uno
de los pocos elementos de participación en los que se pregunta al
ciudadano, su voz pasa a formar parte de la opinión pública y tiene
influencia, pero el problema aparece cuando no se pide la voz para ser
escuchada, sino para dirigir la voluntad del resto de ciudadanos.
Sobre esa problemática alerta el Catedrático de comunicación, Victor Sampedro, en su libro, Opinión pública y democracia deliberativa: medios, sondeos y urnas:
“Los sondeos ofrecen a las elites un conocimiento prospectivo. Les
señalan las preferencias ciudadanas que atenderán o ignorarán. Al
público, en el mejor de los casos, una encuesta le permite juzgar
retrospectivamente a los gobernantes, según sus actividades pasadas o
unas promesas cuyos efectos aún no puede evaluar. Pero un descenso en
los barómetros de popularidad no implica la destitución del líder. Éste
puede aprender qué retórica desplegar y qué proyectos ocultar. La
iniciativa de las elites les confiere ventaja sobre los ciudadanos, que
no financian sondeos, ni deciden los temas o las preguntas; sólo
contestan. Esta asimetría conlleva el riesgo de la manipulación. Por
ejemplo, se realizan sondeos cuando las noticias o los acontecimientos
favorecen cierta respuesta; se aplican preguntas e interpretaciones
tendenciosas; o se interroga sobre asuntos desconocidos y se obtiene del
público un cheque en blanco sobre decisiones ya adoptadas”.
La Marea
DdA, X/2.697
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