jueves, 15 de mayo de 2014

CUARTETO CASALS: DIALOGAR SIN PALABRAS

 
Alicia Población

Ya había oído maravillas del Cuarteto Casals, pero nunca imaginé que fuera para tanto.
Salieron al escenario con la naturalidad de quien se despierta cada mañana, y ya daba gusto verles tan confiados. Su tranquilidad aseguraba la calidad del concierto.
El cuarteto Disonancia de Mozart no hizo más que abrir boca; dialogaban sin palabras. Les bastaba la música que les había dejado el joven clásico y cuatro arcos barrocos para trasmitir todo lo que querían decir.
Llegaron las Metamorphosis nocturnas de Ligeti, y no fueron menos. Ante los ojos aparecía una mariposa recientita dando sus primeros aleteos tras la laboriosa tarea de bordarse en su crisálida. Y todo sobre unos intervalos de segundas mayores ascendentes que la iban esbozando en el aire del teatro. Mientras tocaban, cada uno de los componentes del cuarteto parecía estar expectante con quien tenía al lado. Se sorprendían en cada acorde que sonaba, como si aquello que, seguro, tantas veces habían ensayado lo tocaran por primera vez. Y ahí es donde estaba la magia. Tuve la suerte de colocarme lo suficientemente cerca como para oír el golpe de los dedos de la violín primero en la madera al pisar la cuerda, y me hacía sentir las notas más cerca de mí.
Con el cuarteto en do menor de Brahms, la última obra, no nos dejaron menos sorprendidos. Había amor entre nota y nota. Los instrumentos se saboreaban, unas veces dulcemente y otras con la pasión que solo aflora a través de la música. Respiraban a tempo y su latido iba exactamente al mismo ritmo, si no no me explico cómo se puede tocar así.
No hablaron hasta el momento de presentar el pequeño bis que traían preparado, una pequeña romanza de Enrique Granados, pero no les hizo falta porque nos dijeron todo lo que nos querían decir, y a nosotros nos dejaron sin palabras.

DdA, XI/2.701

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