Francisco R. Pastoriza
El 13 de junio de 1935, “Ser”, un semanario de Santiago de
Compostela, anunciaba una próxima aparición de “Seis poemas galegos” que
Federico García Lorca había escrito en la lengua de
Rosalía de Castro. Tardarían aún seis meses en aparecer, el 27 de
diciembre de ese año, pero la noticia se propagó con tal rapidez y el
interés por conocer estos poemas fue tan intenso, que la acogida en el
momento de su publicación fue en Galicia de las mayores que tuvo nunca
una obra poética. De los seis poemas sólo se conocía en algunos ámbitos
el “Madrigal á cibdá de Santiago”, publicado en 1932 en un número de la
revista “Yunque” de Lugo.
Al parecer, la iniciativa de García Lorca para escribir en gallego
surgió gracias a las sugerencias de su amigo Ernesto Guerra da Cal, un
estudiante y actor ferrolano que conoció al poeta cuando éste dirigía en
Madrid el grupo de teatro Anfístora. Federico García Lorca había
viajado a Galicia por primera vez en 1916, y en 1932 la visitó en otras
tres ocasiones, primero como conferenciante en varias ciudades y más
tarde como director del grupo teatral La Barraca. En Galicia hizo amigos
con los que se relacionó hasta el final de su vida. La ciudad de
Santiago dejó en el poeta una huella profunda.
Fue Eduardo Blanco-Amor el que convenció a Lorca para que los poemas en gallego se publicasen en la Editorial Nos, entonces en manos de Anxel Casal,
el editor gallego al que el destino reservaba un final tan trágico como
el del poeta andaluz: fue asesinado el mismo día que Lorca y en
idénticas circunstancias. El propio Blanco-Amor, quien formalizó la
ortografía de los poemas y corrigió algún castellanismo, escribió el
prólogo a la primera edición del poemario lorquiano, un prólogo que
desapareció en ediciones posteriores.
Los poemas gallegos de Federico García Lorca alcanzaron
inmediatamente una gran notoriedad y fueron acogidos con elogios
unánimes, tanto por los escritores y críticos gallegos como del resto de
España. Álvaro Cunqueiro, Antón Villar Ponte, Anxel Fole, y más tarde
Castelao, Xesús Alonso Montero y Ricardo Carballo Calero, fueron algunos
de los que escribieron reseñas críticas de exaltación de esta obra de
García Lorca.
Federico García Lorca conocía profundamente la lírica
galaico-portuguesa medieval, y fue esta poesía la que influyó con más
fuerza en la estructura de sus composiciones gallegas, en las que
introduce esquemas, diálogos y fórmulas de repetición de términos, a los
que adapta letras alusivas a los temas de los poetas contemporáneos de
Galicia: en “Cantiga do neno da tenda”, la saudade de Ramón de Sismundi,
un emigrante gallego en Argentina (Sismundi es un topónimo de la
comarca de Ortigueira, pero ha sido interpretado también como
caracterización cosmopolita alusiva a los seis mundos de la emigración
gallega), la melancolía y la obsesión por la muerte, (“Danza da lúa en
Santiago”) y el dolor de la pérdida (“Noiturnio do adoescente morto”),
los cantos letánicos (“Romaxe da Nosa Señora da Barca”), la denuncia
social en el homenaje a Rosalía de Castro en “Canzón de cuna para
Rosalía Castro, morta”… La atmósfera de una Galicia romántica y
misteriosa está presente en los temas de estos poemas gallegos de Lorca,
que el poeta combina con símbolos de su propia obra como el agua, el
caballo, la luna, las palomas o el amor homosexual. El alma poética de
Federico García Lorca se identificaba de este modo con una Galicia que
llegó a influir en su obra y que estuvo presente en él hasta su muerte.
Hasta el punto que desde algunos sectores intelectuales se pide la
dedicación a García Lorca de un Día das Letras Galegas (véase “O pórtico
poético dos seis poemas galegos de Federico García Lorca”, de Luis
Pérez Rodríguez, Consello da Cultura Galega).
Curiosamente, desde el principio, algunos músicos vieron que en
estos poemas de Lorca latía un alma musical muy explícita. Una de las
primeras adaptaciones musicales la hizo el pianista Isidro B. Maiztegui,
que los interpretó acompañando la voz de la soprano Marta de Castro.
Muchos años después pusieron música a algunos de los poemas de Lorca
destacados intérpretes como el cantantautor Xoan Rubia, el grupo Luar na
Lubre o la cantante María Manoela. Incluso el dúo argentino Caludina y
Alberto Gambino se atrevieron con alguno de ellos.
Ahora nos llega la mirada musical de Amancio Prada sobre esta obra de Lorca.
La identificación de la que hablábamos entre Galicia y García Lorca
es similar a la que hay entre la poesía del andaluz y la sensibilidad
musical de Amancio Prada. El cantante del Bierzo ya ha demostrado en
otras ocasiones su sentimiento, por una parte hacia la poesía gallega de
Rosalía de Castro (“Rosalía siempre” y su recreación en “Rosas a
Rosalía”) y la lírica galaico-portuguesa (“Lelia Doura”), y por otra la
aproximación a la obra poética de Lorca (“3 Poetas en el Círculo”,
“Sonetos del amor oscuro”, “Sonetos y canciones de Federico García
Lorca”).
Ahora Amancio Prada, combinando todos estos territorios, ha compuesto
para ellos una música que penetra en las letras de estos poemas y las
viste de una manera natural, como si fuera el traje que estaban
esperando. Y lo hace a través de una musicalización sencilla, sólo con
acompañamiento de guitarra y acordeón. Rosalía de Castro, por otra
parte, está aquí presente en el poema dedicado a ella por García Lorca y
por la “Salutación elegiaca” con la que Prada cierra el disco.
Amancio Prada abre esta obra con el “Madrigal á cibdá de Santiago”, a
la que Lorca describe en medio de la lluvia y de la noche y a la que
Prada engalana con la melodía de una perfecta identificación armónica
con la letra. También en la “Danza da lúa en Santiago” vuelve el
protagonismo de la ciudad, representado ahora en una de las míticas
plazas de la catedral, la Quintana, en la que madre e hija sostienen un
diálogo sobre la muerte que recuerda a los poemas de Rosalía de Castro
sobre el mismo tema mientras los subrayados musicales del acordeón
reproducen armonías de la música gallega tradicional. La saudade de un
emigrante en Argentina es ilustrada musicalmente con la melodía de un
tango, de una gran belleza formal, que se identifica con el “gemido
melancólico de la gaita”, mientras el ritmo de una pandeirada sostiene
toda la estructura de “Romaxe da Nosa señora da Barca”. La presencia de
la muerte es intensificada emocionalmente por la melodía musical que
Amancio Prada adapta al “Noiturno do adoescente morto”.
Editado en forma de libro-disco, en un formato desplegable muy
original, es de justicia citar aquí las ilustraciones de Carlos Mestre
para este “Poeta en Galicia”, a la altura de las de su colaboración,
también con Amancio Prada, en las “Coplas a la muerte de su padre” de
Jorge Manrique.
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