Ana Cuevas
Viendo
las imágenes del funeral de Suárez es inevitable que nos chirríe alguna
cosa. En primer lugar, que un estado aconfesional celebre una ceremonia
religiosa, oficiada por el obispo más facha del nutrido elenco patrio,
para despedir al primer presidente tras la dictadura.
Curiosamente,mientras Suárez iba perdiendo la memoria, muchos de los que
hoy lloran su ausencia y se deshacen en halagos al finado, respiraban
tranquilos. En este país no gusta nada que a la gente le dé por recordar
las páginas más siniestras de nuestra reciente historia.
Aquí se impone
el olvido. Rescatar los huesos de las fosas o esclarecer los entramados
del 23-F es cosa de rojos. De guerracivilistas que se empeñan en hurgar
en las heridas del pasado para remover odios añejos y sembrar nuevas
tempestades. La memoria resultaría grotesca en el contexto que vivimos.
Nos haría lúcidos y reflexivos. Ese Franco bajo palio rodeado de la
jerarquía católica, brazo en alto todos ellos, no fue un episodio
anecdótico y aislado. Era una constante durante toda la dictadura.
Los
obispos tomaron partido contra el pueblo. Santificaron la matanza
bautizándola como cruzada. Guerra santa contra los herejes republicanos.
Luego se entregaron a un concubinato con el régimen que les resultó
harto provechoso. Un derecho de pernada que mantienen hoy en día y que
nos supone miles de millones anuales a las arcas de este estado
aconfesional de charanga y pandereta. ¿Desmemoria?
Es imposible olvidar escuchando la homilía de Rouco. Ese hombre de
dios, al que sin duda le habita Satán en las entrañas, nos amenazó con
estar buscándonos otra guerra civil por revoltosos, abortistas y
plurales. Y es que Rouco se retira pero por la puerta grande. Ejerciendo
de lo que siempre ha sido. Un matón desalmado, con faldas y mucha mala
virgen, al servicio del ala más extrema del Partido Popular.
El
funeral, con memoria, revela un esperpento institucional que te pone
los pelos como escarpias. Personajes partidarios de un alzheimer
colectivo. Desde el rey hasta politicastros que se jactan en la
intimidad de haber cavado la tumba política del ex-presidente. Todos
juntos, rindiéndole un último homenaje emponzoñado.Puede
que el dictador Obiang (al que ninguno quería estrechar la mano ante
los medios) fuera el menos oscuro de los asistentes. Se le ve clarito de
qué pie cojea.
Debió
ser desconcertante para el sátrapa desenvolverse en este civilizado
círculo de cínicos. Él no necesita de tanto subterfugio para gobernar
despóticamente a su pueblo. Quienes lo han invitado bien lo saben. Pero
el hecho de que los guineanos padezcan una extrema pobreza, torturas y
represión no ha impedido que se negocie con el dictador. Eso
sí, las muestras de afecto a escondidas. Por eso de guardar las
apariencias. Seguro que para el clandestino revolcón, el propio Rouco
les dejó usar la sacristía. ¡La farsa continúa!
DdA, X/2.663
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