viernes, 25 de abril de 2014

¿QUEDA ALGUIEN POR IMPUTAR?

Jaime Richart

 Por lo visto hay 500 políticos y un número indeterminado de empresarios y subalternos imputados en procesos penales. También un elevadísimo número de ambas clases cuya imputación ha sido demandada por alguien y rechazada o archivada por el o la juez de turno. Pero ¿cuántos millones de habitantes de este país con responsabilidades públicas, institucionales o simplemente colectivas, no están imputados porque no han salido a relucir todavía sus tropelías, sus abusos o sus delitos?

 En España la ética universal, los escrúpulos basados en la ley no escrita de no hagas a otro lo que no quisieras para tí y el desprecio manifiesto por lo que pertenece a todos por igual están por los suelos. Es más, empieza a ser un imperativo de pedagogía educar a nuestros hijos no para que sean buenas personas pues serán destruidas inmediatamente, sino ejercitarles para que sean unos finos desalmados. Aquí, en esta coyuntura, está la infección, aquí se aloja el cáncer que mina día a día a esta sociedad con consecuencias demoledoras, con cadáveres materiales o morales que van quedando por el camino mientras la Justicia de los que dicen hacerla se lo piensa cuando tiene ante sí a un poderoso...

 La mayoría, por no decir todos los que viven nadando en la abundancia no lo merecen por su especial valía, por sus méritos cuantificables, sino por su capacidad para pasar por encima de los demás, por su cinismo y desverg?enza, por su desfachatez y por su nula sensibilidad social. Entre otras cosas, porque si cumplieran con la Hacienda Pública como debieran, su riqueza quedaría diezmada por las leyes tributarias…

 España necesita por lo menos otro siglo más para ponerse a la altura de cualquiera de los países de la Vieja Europa, pese a los defectos de estos, a los que la mayoría mira con envidia más o menos confesada. Hay quien piensa que las generaciones de rabiosa actualidad, con las excepciones consiguientes de los hijos de los educados en la infamia para la infamia, reaccionarán de la manera adecuada. Y la manera adecuada no puede ser otra que esforzarse en poner, por fin, un poco de cordura en este maremágnum, este esperpento, esta locura en una sociedad que vivió febrilmente durante dos décadas, que vive desesperanzada y desesperada en amplísimos sectores en este último lustro y que no atisba siquiera un futuro ni cercano ni lejano en el que depositar la más mínima ilusión; una sociedad que no puede permitirse el lujo de traer más hijos al mundo, que envejece cada día un poco más por esta causa, y en la que no parece haber nadie capaz de sacarla de una franca decadencia y empobrecimiento general mientras unos puñados de villanos ataviados con finos paños se llevan el poco dinero que queda y otros muchos del montón han de marcharse, seguramente para no volver.

 No es posible una sociedad respetable o feliz en la que ya nadie se fía de nadie y menos de sus instituciones, de sus dirigentes y de su Justicia. Restablecer la confianza general, que en realidad sólo ha durado el tiempo que ha durado el derroche de los fondos recibidos de la Europa que ahora los reclama, parece tan imposible como devolver al mismo saco todas las plumas lanzadas desde él durante un vendaval.

 DdA, X/2.682

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